Trazo la primera línea, comienzo con el óvalo de tu cara, son dos líneas que se van arqueando suavemente para hermanarse en la barbilla. Allí se reconcilian en el trazo y se funden para dar la primera pista sobre tu rostro.

Prosigo con las cejas, suaves y levemente arqueadas, no muy frondosas, pero sí lo suficiente como para enmarcar tus ojos color avellana, luminosos y transparentes, nada ocultan y se empecinan siempre en indagar, en precisar, a veces sólo miran y se dibujan en sus pupilas horizontes soñados, todos los que puedes imaginar tras los muros de alguna habitación.

Tu nariz pequeñita, intruseando entre esos ojos, se arrisca y se contrae como si quisiera olfatear todo lo circundante. Es carnosa en la punta y se va estrechando como dos caminos que algún día quisieron encontrarse. Mas, tu rostro no lo permite y ambas líneas se quedan mirando, la una a la otra, con pena, con melancolía y al final optan por salir al encuentro de cada ceja.

Tu frente despejada, a veces es invadida por suaves mechones de tu cabello castaño. Las mejillas no son muy prominentes y borroneo sus contornos para darle ese volumen que las caracteriza.

Vamos a los labios. Estos son los que fundamentan la vivacidad de tu expresión, bailotean, se fruncen en deliciosa mueca, a veces se estiran y son dos líneas tenues que quisieran trasuntar el escepticismo, en otras ocasiones se arquean y se abren para dar paso a una sonrisa franca, encantadoramente franca, esa que muy pocas personas pueden enarbolar sin que la timidez les haga cubrir con sus manos todo ese desenfado.

Ya te tengo, tu rostro una vez dibujado, jamás podré olvidarlo así como podría trazar de memoria otros rostros que bosquejé hace mucho tiempo. Ya estás incorporada con tus sinuosidades y carnosidades, con tu sonrisa plena y tu mirada radiante. Ya te tengo, estás en mi acerbo, eres mía…