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LA ESPERA.


Creo poder distinguir la silueta del continente en el horizonte gris y tormentoso que veo desde la ventana. Una pintura siniestra de la libertad, enmarcada en piedra. El mundo exterior, el resto del orbe, el afuera de este encierro que nos condena.

Al atardecer, la luz lejana del puerto titilará si la tormenta la deja, encenderemos las luces de aceite igual que allá a lo lejos y esperaremos pase la noche sin esperanzas para el alba. Aquí no hay cambios, quizá la peor condena.
Cenaremos como tantas veces acompañados por nuestra charla, la misma, la de siempre, crecientemente inútil, desposeída de sentido ahora que está encerrada con nosotros tan lejos del mundo.
Leeremos noticias del exterior y oiremos las emisiones del continente salpicadas de descarga, entrecortadas por las idas y venidas de las ondas radiales. Los ruidos del mundo abierto. Los lejanos ecos del mundo que creímos poder cambiar. Las imágenes distorsionadas de la realidad de la que nos han extirpado, anclados en este peñón desierto lejos de todo.

La cena concluida que se revuelve en nuestros estómagos, mientras caminamos de un lado al otro del salón, estirando las piernas antes de acostarnos, inexorablemente, aun cuando no se tenga sueño y por último, la soledad en los lechos de las celdas cuando las urgencias no tienen satisfacción y punzan al sueño para ahuyentarlo. Otro de los castigos por proponer cambiar. Un gris destino para quienes supusieron que algo podía modificarse , ahora que tiempo y espacio están quietos y atados al final de los acontecimientos.

Aldemar está aquí por causas más graves. El pensó que si no podía cambiar las cosas, tampoco valía la pena que las cosas continuaran. Instaló una bomba en el Puerto de Lij y mató a 500 almas que se embarcaban en ese momento. Su vida transcurre en una celda de máxima seguridad, donde no habla con nadie excepto otros reos que optaron por medidas similares; una vez al día y durante una hora solamente.

Enloquecerá en breve, no puede leer, ni escribir, no tiene informes del exterior, no sabe de nosotros ni de su familia. Su actividad principal es observar el exterior vacío, con sólo una línea divisoria entre el mar y el cielo, sostenido por sus pies deformados de tanto permanecer de puntas para alcanzar el alfeizar de la ventana. A veces pregunto por él, me miran con enojo y me contestan estas cosas que escribo.

Han terminado las opciones y este es el mundo que ha resultado, no hay chances ni tampoco va a haberlas, la resignación es la solución de todos y también la nuestra. Nos han condenado para que no tratemos de convencer a nadie de lo contrario. Pero mi resignación es débil y mis esperanzas todavía fuertes. Escribo atropelladamente mis ideas. Escondo mis escritos en lugares diversos y seguros para que no me los arrebaten y quemen. Controlan las hojas que me dan para escribir así que aprieto la letra para ahorrar papel. A la vista de ellos, lleno hojas y hojas con poesías tontas y cursis que hacen la delicia de mis carceleros a la hora de quedar bien con sus enamoradas. Los versos cubren y encubren ideas, los rincones oscuros las preservan de las llamas.
Sueño entregar a alguien mi libro para que lo lleve a tierras libres donde se difunda y ayude a recuperar el tiempo perdido.


Una vez cada tres meses, un barco del continente llega a la isla con visitantes. Espero concluir mi libro para entonces. El final del año está próximo y el del año mayor también, voy a cumplir 12 inviernos en esta cárcel. La estrella violácea brilla cada vez más intensa en el cielo, igual que lo hacía cuando llegue a la fortaleza y formé con otros como yo en el enorme patio en penumbras, sobre la nieve resplandeciente que crujía bajo los pies.
Escribo con pasión estos últimos días y le robo horas al sueño para aprovechar el torrente de ideas que terminan por enrojecer mis ojos, forzados en la penumbra, a una letra tan pequeña. Imagino a mi ciudad bajo la luz fantasmal de la estrella, resistiendo el frío bajo sus árboles desnudos y la angustia de la distancia me aprieta el corazón. La lejanía y la reclusión son el castigo que el destino y mis enemigos a decidido para mi. Trataré, pese a todo, de que no les resulte tan fácil doblegarme.

El buque de visitantes llega en pocos días, he concluido el libro. Lo he envuelto en sucesivos papeles para preservarlo de la humedad y para que su apariencia no sea llamativa. Pienso entregarlo disimulado entre la ropa de recambio de mi contacto o entre la correspondencia trivial que he preparado expresamente.
No reparan mucho en mi últimamente y estoy solo en mi celda desde la enfermedad de mi compañero y su estadía en la enfermería.
No se es si no se está, en estos salones grises, llenos de fantasmas.

Ayer escapó mi libro entre las ropas invernales de un amigo. A cambio me quedé con una abultada carta de mi gente y gran cantidad de fotos que me la recuerdan. He caminado mucho bajo el cielo gris y gélido de pleno invierno y mirado como extasiado el brillo de la estrella marcando el año mayor que he pasado aquí. He dormido como un niño y soñado con veranos verdes bajo los árboles frondosos de mi ciudad lejana y he despertado reconfortado sintiendo que falta menos. No se nada de mi libro pero lo dejé en buenas manos, falta mucho tiempo para las visitas y las buenas nuevas. No tengo tanto apuro ahora que una parte de mí esta libre en tierra firme, como un pájaro de infinitas alas que aprenderá a volar.

A pasado el tiempo y la nieve se ha ido, mañana vuelve el buque de las visitas, la estrella brilla plena en el cielo nocturno y mi espera tendrá respuesta con el amanecer.
Esta noche soñaré nuevamente con mi ciudad, tal vez con los míos.
Soñaré que soy libre.


29-10-93
24-06-06

Relato de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190.

Texto agregado el 24-06-2006, y leído por 317 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-06-2006 Exquisito!!!! Es un placer leerte***** Ciiara
 
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