¿Qué piensas de la cultura latinoamericana? De los latinos, los enérgicos pobladores asentados en el continente americano. ¿Cuál es tu visión de lo que somos?
Yo ya tengo la mía. Aunque quizás no sea muy firme, ya que mis dieciocho años no le dan la suficiente estabilidad a mi juicio. Tampoco he vivido mucho. No soy como aquellos revolucionarios que peleaban en las guerrillas latinas, tan fieles a sus causas y a sus ideales. Además, no tengo influencias políticas o sociales, he sido educada en una total democracia apolítica, sin la suprema autoridad de los padres, y estos tampoco vivieron mucho. Nunca tuvieron una gran historia que contar. Pero, de todas maneras, tengo mi opinión, he formado mi propio juicio, y mi interés por estas tierras, por estas civilizaciones que una vez aquí habitaron y por las culturas que hoy existen, me motivan cada día más a entenderlas, comprenderlas y atraparlas. Las devoro en los libros, las devoro en los programas de televisión y las devoro en historias que salen de las bocas de hombres que aman el saber, y más aún, el poder comunicarlo

Primero que nada, debo señalar que no soy una gran conocedora del territorio Americano. Chile, la tierra en la que vivo y pertenezco, lo he recorrido desde su desértico y cálido norte, donde nací, hasta Temuco, situado al Sur de Chile, a la altura de Neuquén. Argentina, mi país vecino, ha sido como un extraño para mi. Lo he pisado sólo una vez: San Juan. Aquel árido y solitario lugar no logró sentar bases en mi memoria, al igual que Uruguay. Aunque sólo recuerdo unas vagas imágenes de alegres balnearios y una ciudad muy parecida a la capital chilena, mis diez años jugaron en contra del recuerdo.
De Bolivia si que puedo hablar. Aunque no fue mucho lo que alcancé a estar, logré traer junto a mi una muy linda experiencia. Sólo conocí Cochabamba. La imagen de los brazos abiertos, que aquel comprensivo Cristo del cerro San Cristóbal, siempre revive cuando pienso en ese viaje. Quizás se debe a que nunca pude llegar hasta él, todavía no me lo puedo perdonar. Sus pobladores, en su mayoría descendientes quechuas y aymarás, se mostraban indiferentes hacia nosotros, a lo que finalmente me terminé acostumbrando. Su paisaje era algo confuso. En las carreteras que transité, a unos 2500 metros sobre el mar, se visualizaban paisajes con escasa vegetación y gente lavando en algún río o laguna. Pero también era posible ver bellos lugares, de una exuberante flora., los cuales me eran más agradables.
También conozco el caribe. ¡Y como olvidarlo! No es por mirar en menos a los países con climas que no sean tropicales, pero es que la vitalidad y pasión de esos países me cautiva. Como si en esos países los psiquiatras no fueran necesarios, y la palabra depresión totalmente desconocida. Tuve la suerte de estar dos veces en República Dominicana. La primera vez fue algo netamente turístico: Un resort en Punta Cana. Veníamos de una situación muy tensa, por lo que mis padres tomaron la decisión de unas vacaciones donde la única obligación fuera el descanso y que por primera vez, se fomentaran algunos pecados capitales, como la gula, la pereza y la lujuria. No puedo negar que disfruté aquella estadía en el paraíso. Tomando sol en uno de los lugares (para mi ) más hermosos del mundo, donde el calor te relaja, y el agua del mar te acoge tiernamente, a cualquier hora que desees visitarlo. Toda la gente muy amable y feliz (¡Y como no!), y no tienes preocupaciones ni deberes. Lo único que conocí, además del aeropuerto, fue la paradisíaca playa del resort, algunos turistas, el chef español y los bien parecidos instructores. Pero en mi segunda estadía en República Dominicana, cuando la visité como una ciudadana más, cuando realmente llegué a conocerla tal cual y como es, los dos lados de la moneda, de esta cálida moneda, que también tenía pobreza, también tenía carreteras