Cuando te miro suele ser algo violento y sobre todo repentino que el devenir me trajo más que para complacerme, para paralizarme hasta el cansancio. Vos te presentas temblorosa y bien vestida, con la nariz pálida por este inmenso frío, con tu cuerpo cobijado por un abrigo, un almendro. Entonces no sos la misma chica que de vez en cuando se postra en mi recuerdo a hablarme de futuros paternales y una relación esplendorosa. Mas en cambio, sos la misma chicuelilla que cada tarde veo y siempre te vez tan distinta. Al principio te veía guapetona. Luego, una temporada completa, te vi lasciva. Era cuando el calor obligaba a uno a desprenderse de sus prendas y tú acudías a aquella fuente a refrescarte la garganta. Qué infamia, ahora ya no lo haces porque te encontrás constipada. Después te veías ciertamente linda. ahora, y sobre todas las cosas y contingencias, sólo me resta decirte que estás lindamente impecable y pura.

Yo, en cambio, la primera vez que vi de vos el rastro, sólo me vino a la mente la frase Qué pendejete. No lo tomes a mal ni pienses qué pucha . No tenés la culpa de lo que yo blasfeme. Y si la tenés, no es caso oportuno de reprocharlo. ¿te gustan mis reproches?

Depende a qué se refieran. No me gustan cuando hablas de política exterior o de tratados de libre comercio o que si el muelle está muy lejos a sabiendas de que vivimos en este desierto también llamado la gran Capital. No sé si lo sea, nunca he querido averiguar, pero, en caso de que vos lo pidas te puedo dar informes y alguna caricia en tu odio, siempre y cuando la tilde que suene no sea la de uno de tus gritos de angustia por ver a X animal o Y cosa. en todo caso te cambio esa tilde por un silencio o dos minutos de tu tiempo subsidiado.

Tenés cierta razón en el caso de que X animal y Y cosa, son una ecuación que me hace evacuar algún lugar despejándome a mí y dejándote con una incógnita. Nunca he sido buena para descifrarte, mucho menos para andar descifrando cosas que ni al asunto vienen. Y si viene ten la amabilidad de correrlas, que a mí me importunan. No sé posiblemente te sean gratas, pero para tu señora sólo significan estorbos y desdicha. Más la primera que la tercera, si es que esta existe. Posiblemente esa tercera la sea yo. Nunca me he puesto a contar el valor de mi existencia, nunca, aun cuando la ignominia suene a alarde, aún cuando parezca tonto que entre tanta vanidad yo no me sepa localizar.

La vanidad mató al guapo. Es por eso que a mí me viene de sobra un espejo, un retrato, el más mínimo de mis encantos, si es que he llegado a tener. Pues más que tener un encanto, estoy encantado, pasmado de diversas formas, ahogado de rabia y puñeterías. Pero nunca te celes de éstas, que yo no sería capaz de pecarte ni pecar de vos. Para qué hacerlo si te tengo al alcance de la mano. Por ejemplo, si me estiro puedo tocar tu cintura y vos, lo más probable, es que dejes que mi mano desaparezca poco a poco entre tus piernas y se pierda. Tú, como vengativa, intentes hacer lo mismo con mi cuerpo. Pero ya, dejémonos de calumnias y abismos, mejor simplemente déjame estar contigo.

Ya lo estás, tontillo.