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Los niños que así vienen
Muertos de amor
muertos de miedo
tiene tan grande el corazón
que se destruyen sin saberlo

M. B.

Hay ciertos puntos de la vida en que uno tiene ganas de hablar de más o de menos. Menos mal que se habla de algo, supongo. Más en estos tiempos de estruendosa crisis y despistes ejidatarios o balances comerciales y guerras de represión contra tal y cual gobierno causadas por un tal por cual enemigo y amén. Si hablamos es porque es necesario. Francamente eso. Pero posiblemente, en estos momentos, aquello de hablar resulte vana osadía de parte mía. Qué le hacemos si es indispensable hacerlo. La reunión nuestra de cada semana en que yo finjo creer en lo que dices y vos finges lo mismo. Ahora se esta vislumbrando mi mundo y el tuyo (si es que tenés) y nos damos cuenta de que se afronta a una mortífera cascada o abismos y bulla. Me acuerdo de muchas cosas vanas y sin sentido que quiero omitir para que esto no resulte más cursi y complicado de lo que es, al parecer. Tú bien sabes que tienes la última de las palabras para decir sí o no y de nuevo regresar al sí o viceversa. Para cuando vos des tu voto y declines, voy a dejar de ser el mismo y no me va a quedar remedio alguno y no podré hacer lo que en otras ocasiones, fingir creerte. Me gustaría verte.

Tienes razón: hay muchas cursilerías que no vendrían al caso para hablar de adioses y de despedidas sin objeción. Mira nomás, que, yo también era como tú, pensaba antes que nada en decir un simple sí o un terrible no y aleluya, bien o mal, maravillas o sanseacabó. Imagínate que en estos momentos se me ocurre venirte a decir tantas calumnias y perezas sin sentido, para ti, y sin remedio, para ambos. En este momento he de ser, como dijo alguien, una torpe incitadora de vida. Claro que lo soy, hasta cierto punto. Qué digo punto, punto y coma o dos puntos y seguido. Cómo me gustaría dejarte, mejor, en tres puntos suspensivos; sin embargo comprendo que no hay tiempo para este tipo de andadas y bla bla.

Hay tantos bla bla. Son como un leve paréntesis. Supón, que en el primero nos referimos al misterio que siempre has aparentado ser y que yo siempre he aparentado saber. Por un instante llegué a creer que eras el amor de mi vida y claro, lo sigo pensando, pero sé que en tu caso es diferente. No quiero aislar ni predecir quebrantos. Mejor, por mi parte, aquí la dejamos.

El otro bla, creo, ha de ser de la cursilería de la que me has contado. Justamente ahora me dan ganas de rescatarla para que no sea omitida. No la obligues a un suicidio, sin antes recriminarle a mi mundo (reitero que con o sin vos éste existe) una última voluntad. Me acuerdo de esa frase que convertiste en célebre pasadizo. Compañera ¿quiere existir conmigo? Yo me hice del rogar, como toda buena chica que tiene sos modales y que nunca sale de sus juicios. Qué te parece si mañana hablamos de respuestas maritales. Nomás imaginaba las que has de haber pasado esperando ser correspondido. Nomás imagina lo que harías, en qué se convertiría tu delirio: si en euforia y rabietas o en júbilo y jolgorio. Nomás imaginaba tu mirar y tu andar. Nomás imaginaba cuál sería tu última frase si un Bueno, podemos ser amigos o Entonces te llevo Casa. Ahora me lo sigo imaginando. Mas no te preocupes, que hoy, pese a todo el vía crucis que has plantado, sigue firme mi decisión de caminar sola un buen rato o también, en el más cansado de los casos, tomar el colectivo. Recuerdo, entre varios alardes, cuando vos eras un poeta ilustrado e ilustrador. Un genio demente escritor de cantares con los que venías a ser algo así como El mío Cid. Luego todo fue claro. No eras vos, sino tu fiel Mario. No pensés a mal ni pienses que te quiero restregar en la cara tal asunto. Al contrario, te lo agradezco mucho. Mira que te funcionó aquello de Táctica y Estrategia. Sos parte de mi recuerdo y todas las parcelas de mi vida. No, para mí que eres algo más indispensable. Sos como un tremendo bochorno, que una recuerda en momentos cruciales dela vida y más que anécdota termina siendo un hecho temerario. Algo sumamente divertido. De alguna manera me has vuelto dependiente al aire que respiras. A creer que vos, ante todos y sobre todos, tenés ventajas y alevosía.

Entonces puedo comenzar a cantar y gritar las tan imploradas aleluyas. – dijó él y le puso la mano en la cintura.

No cantes victoria amor mío. Que me has hecho cambiar el tema y decir cosas que no contemplaba. Pero ya, que hoy, después de tantos instantes y después de sortearnos el mismo azar. Debo decirte que este amor, por lo menos de mi parte, ya está podrido.

Texto agregado el 06-01-2004, y leído por 241 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
07-03-2004 Orale, esta rebuscado pero interesante, te confiezo que me costó trabajo mantenerme en la lectura. Gatoazul
 
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