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Arde Troya

-¡Que estas haciendo hombre, deja eso que no son para jugar!- y diciendo eso tomó a su hijo de sus bracitos, lo levantó con fuerza y lo zamarreó. El chico soltó al acto la caja que sostenía en una de sus manos, cayeron así desordenados para desparramarse por el suelo.
-¡No seas tan busco con el niño!- le replicó a viva voz su mujer que estaba alterada por la forma en que su marido trataba a su hijo, el la miró intentando buscar alguna complicidad, pero no la encontró, dejó al niño y se fue a su habitación tras un portazo que lo desconectó del mundo, apoyó su espalda en la puerta, respiró hondo y cerró los ojos intentando buscar algo en sus recuerdos.

Ahí estaban susurrantes, los veía y ellos a mí, las manos me transpiraban, los dedos se refalaban unos contra otros en un movimiento constante y nervioso.

Mi hermana llevaba tres años estudiando arquitectura y esa mañana, luego de una tortuosa jornada de trabajo nocturno en la que dejó casi listo su proyecto de fin de año, apareció en la cocina con cara de zombi y se sentó frente a mí. Mientras preparaba su café me miró seriamente y sin apartar su mirada de mis ojos me dijo – voy a volver a las cuatro de la tarde a buscar mi maqueta y por ningún motivo te puedes acercar, ni siquiera mirarla, llevo una semana sin dormir para entregarla a tiempo, ¿me escuchaste mojón?- y formulando esa pregunta o más bien esa advertencia tomo recién su primer sorbo de café y yo que estaba masticando mi cuarto pan con huevo asentí con la cabeza.
Me fui todo el trayecto al colegio pensando en lo que me dijo mi hermana, todo concordaba, esa era la razón de porqué andaba de tan mal genio últimamente, si ya ni me traía dulces ni me preguntaba nada del colegio, eso era, la maqueta la tenía así.
Al llegar al colegio, me despedí de la tía del turno y me bajé del auto, ahora me preguntaba intrigado que sería una maqueta, porque debería ser algo bastante espectacular como para transformar de esa forma el genio de una persona.
A medio día ya no me la podía sacar de la cabeza, le pregunté a la profesora y me respondió enojada que eso no tenía nada que ver con las reglas de acentuación. Tenía que averiguar lo que era, de alguna forma tenía que verla antes de que mi hermana se la llevara.
Cuando tocaron la campana salí corriendo a la puerta de calle, ahí estaba mi mamá esperándome, se agachó, me dio un fuerte beso en el cachete y nos fuimos caminando de la mano hacia el auto.
Rumbo a casa mi mamá me preguntó si quería acompañarla al supermercado, rápidamente confeccioné una escapatoria, le dije que tenía que hacer una tarea muy larga de castellano, mi mamá asintió orgullosa y me dijo que entonces me dejaría en la casa para ir hacer las compras y luego aprovechar de ir a ver a la abuela.
Me bajé del auto, toqué el timbre y entré, me saqué la corbata, los zapatos, tiré la mochila por ahí y corrí escaleras arriba –momentito joven ¿para donde va?, venga que le tengo listo el almuerzo ¿y su mamá?- la vos de mi nana me paró en seco, a ella había que obedecerle porque era algo así como un general en la estructura familiar – fue a comprar y después donde la abuelita – le dije mientras bajaba lentamente las escaleras.
Engullí lo más rápido que pude el almuerzo, mi nana se fue a planchar, encendió la tele y se escucho por los parlantes del televisor ese acento venezolano de teleserie, tenía por lo menos una hora para ejecutar libremente las maniobras necesaria como para poder ver la dichosa maqueta.
Subí corriendo las escaleras, giré por el pasillo y me deslicé con mis calcetines sobre el suelo de madera, llegué de golpe a la puerta de la pieza de mi hermana y me colgué de la manilla, no pasó nada, la maldita había cerrado con llave, bueno era de esperarse, ahora no me quedaba otra que poner en marcha una triquiñuela aprendida de mi hermano mayor.
Me fui al baño, abrí la ventana, me subí al techo del primer piso y caminé fijándome donde estaban las vigas para no pasar para abajo, llegué a la ventana de mi hermana, tomé un palito que escondía mi hermano bajo la ventana, lo metí en la ranura en donde esta el pestillo, lo subí y vualá. Ventanas abiertas de par en par, me encaramé, corrí las cortinas y ahí estaba, majestuosa e imponente, la mismísima ciudad de Troya reducida a mis pies.
Luego de recorres sus calles, apreciar sus monumentos, de escoger cual sería mi casa si fuese yo un troyano y de preguntarme que haría un caballo a las puertas de la ciudad, los vi. Estaban sobre la estufa a gas mirándome fijamente, las manos me transpiraban, agarré por fin la caja, la abrí y saqué uno. Lo prendí y lo apagué inmediatamente, luego prendí otro y dejé que se consumiera por completo.

La suerte estaba echada, ya nadie podría evitar lo inevitable, la tropa estaba ansiosa. Di la orden y las flechas ardientes atravesaron volando sobre los muros de la ciudad, algunas cayeron en las calles sin ocasionar daños, otras en las techumbres las que comenzaron a arder. La batalla se tornó violenta, la puerta principal sucumbió abrazada por el fuego y mis tropas penetraron las defensas que intentando evitar la debacle nos hicieron retroceder, pero no por mucho tiempo. Nos armamos de valor y a mi voz nos lanzamos nuevamente al ataque, el enemigo echó pies atrás y comenzó la destrucción.
Luego de un arduo combate en donde se peleó calle por calle y en el que tuvimos que sufrir fuertes bajas logramos poner fin al prolongado asedio. Reuní a mis oficiales y a la tropa, los felicité por su bravura y ellos me respondieron con vítores que más bien parecían los rugidos de la peor de las bestias. Entre los gritos noté una vos familiar que venía de lejos, ahora más cerca y fuerte, sí, era mi hermana que gritaba desde las escaleras mi nombre, el del glorioso conquistador de Troya.

Abrió por fin los ojos, era su mujer que lo llamaba al otro lado de la puerta, inspiró fuertemente y soltó el aire como si se fuera a desinflar por completo, se dio la vuelta y abrió. Ahí estaba su mujer quien lo miraba con un dejo de preocupación, atrás su hijo sollozando, le hizo un guiño y esbozó una sonrisa tranquilizadora, avanzó hacia él y tomando al niño de la mano se fueron a jugar al jardín.


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Texto agregado el 07-07-2006, y leído por 293 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-02-2010 Troya como la reminiscencia del descubrimiento de una maqueta donde se desata la locura de la guerra; y todo a partir de una escena del futuro donde el niño, ya padre, no atina a controlar a su propio hijo. Buen cuento. quilapan
06-09-2006 De como unos fósforos caídos al suelo pueden traer recuerdos tan vívidos como el que has relatado. Está muy bien contado, el hecho de no saber muy bien de qué se trata nos transforma en cómplices del niño y entonces vivimos con él como en un trance el incendio de Troya. Excelente! loretopaz
 
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