Ahí vamos, con los ojos en los ojos de los demás buscando el brillo divino, buscando la fe perdida, la esperanza debida. Las utopías colgadas al cuello enviando señales a ver si alguien digno responde... y sí, bien profundo percibimos que por ahí, en algún pequeño café, en alguna autopista solitaria, en la biblioteca de la esquina, en el viejo cinema que se niega a cerrar o en algún escrito virtual de una página web se esconde no el complemento si no ese engranaje que calza perfecto en cada uno de nuestros baches y protuberancias. Vale la pena pues devolver la sonrisa a los labios, arrinconar la amargura de los años perdidos, de los pasos en falso, de las decepciones sin causa. Vale la pena preguntarnos ¿Quién diablos está tras el oficio ya olvidado de edificar letra a letra laberintos andantes que no te permiten huir? Vale la pena y las estrellas preguntarse ¿Quién diablos provoca tales contracciones hasta en mis perversiones más ocultas? ¿Quién diablos eres?