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La oscuridad de la noche intensificaba el ardor de su cigarro, que ya daba sus últimos respiros. La noche había sido excitante, el trabajo estaba terminado y el estaba recostado en la esquina de siempre, tranquilo. El sudor comenzaba a enfriarse mientras el sol asomaba sus primeros rayos tras las altas montañas. No recordaba ya cuantos trabajos había realizado, y aun así no le habían carcomido la conciencia como le había una vez advertido su antecesor “después del primero no podrás dormir”, pero para él esa fue su mejor noche. Hacía años que no dormía como ese día, su dura cama nunca había sido tan blanda, y su gélido apartamento tan calido. El frío platino del revolver comenzaba a quemarle la cintura, ¡VAYA NOCHE! Se sentía poderoso cada vez que se recostaba en esa esquina, así como Dios daba vida el era capaz de arrebatarla. Su revolver era igual de poderoso que el brazo divino. El se convertía en la ley cuando veía cara a cara a sus victimas, su corazón siempre latía despacio y su sangre parecía enfriarse cada vez más con el paso de los años y con cada trabajo. Ya no le temblaba la mano como al principio, ya disparaba con certeza y la sonrisa que dibujaban sus labios era la viva imagen de la muerte que rasgaba las vidas ajenas. Sin embargo algo había cambiado ese día. Le hicieron falta tres cigarrillos para notarlo: ahora que reflexionaba el porque del trabajo que acababa de realizar no encontraba ningún motivo lógico, ninguna cuenta pendiente, ningún robo, NADA. Generalmente conocía bien la razón pero esta vez fue diferente: un nombre y una dirección, nada más. La incertidumbre lo acosaba y aunque sabia que a el no le pagaban para pensar esta vez no pudo evitarlo. “¿Qué he hecho?” pensó, por primera vez una extraña sensación de arrepentimiento lo sacudía. Se sentía engañado, confundido. Las ideas desordenadas vagaban por su cabeza creando ridículas fantasías y mundos inexistentes. De repente todo estuvo en silencio. Sus pupilas se dilataron a medida que la adrenalina tomaba el control de su cuerpo. Ya las demás ideas que lo atormentaban habían desaparecido, solo una prevalecía: era una trampa! Se puso de pie empuñando su revolver pero ya era demasiado tarde. Los roles ya habían cambiado: el era la obra de arte, y el artista salía lentamente de entre las sombras del callejón.
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Se detuvo para poder respirar. Ya se había alejado lo suficiente como para dejar de correr. Se recostó contra la esquina de un frío callejón y se dispuso a prender un cigarrillo. Ya el sol brillaba radiante sobre su cabeza. Sonrió, se sintió poderoso recostado en esa esquina con el revolver en la cintura. “me gusta este trabajo, será fácil de manejar.” pensó y, mientras caminaba a su casa, el calor de la mañana no le permitió darse cuenta que su sangre poco a poco comenzaba a enfriarse.

Texto agregado el 12-07-2006, y leído por 78 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-07-2006 Buen Flash!!!***** indianala
 
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