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Dicen por ahí que hubo una vez una niña que estaba tan, pero tan enojada con su mamá y con su papá, que un día invocó a un Viejo Brujo para que fuera a visitarla.
El nombre de esta niña era Soledad, y siempre andaba triste, deseando tener otra vida que la que tenía.
Nadie en su casa se dio cuenta, pero Soledad y el Viejo Brujo comenzaron a tener largas conversaciones. La niña en su compañía se sentía menos sola y estaba muy feliz porque por fin había encontrado quien se preocupara por ella y la aconsejara.
El tiempo transcurrió y entre la niña y el Brujo se estableció un lazo tan fuerte que parecían una sola persona.
Como nunca nadie se sentaba con ella e intentaba comprenderla, como nadie en su casa respondía a sus preguntas, el punto de vista del Viejo Brujo se convirtió en el punto de vista de Soledad, y así ella comenzó a decir lo que él pensaba.
Un día en que la niña se sentía muy dolida porque sus padres no quisieron jugar con ella, lo llamó al Brujo para que le cumpliera un deseo: le pidió que hiciera desaparecer a su mamá y a su papá, porque ya no tenía más fuerzas ni ganas de hacerlos entrar en razón, porque nada había ya que pudiera hacer para que sus padres se amaran y la amaran como ella necesitaba.
Ante este pedido, el Viejo Brujo le contestó que tenía algo mucho mejor para ofrecerle. Por haber sido tan buena y obediente con él, le iba a hacer el más bello de los regalos. Ese que aparece en los sueños de todas las niñas del mundo, sueños que él tan bien conocía.
- ¿Qué es, qué es? - preguntó Soledad desbordada de curiosidad.
- Te voy a regalar un hermoso castillo. Es un castillo muy especial, y escucha con atención porque es lo mejor que puedo darte. Por un lado, es invisible, con lo cual la única que lo va a poder ver sos vos. Por otro, dentro de él todos tus deseos pueden hacerse realidad, esto quiere decir que allí dentro puedes imaginarte que tus padres ya no están y hasta puedes construir los padres que siempre quisiste tener.
La niña le dijo que le gustaba mucho que le regalara el castillo, pero que dudaba que realmente dentro de él se pudiera hacer semejante cosa. Insistió entonces con el pedido que le había hecho antes.
El Viejo Brujo, armándose de mucha paciencia, la sentó a Soledad en sus piernas y con mucha ternura y comprensión le explicó las ventajas de tener su propio Castillo Invisible.
- Yo no puedo hacer desaparecer a tus padres, porque ellos son quienes con el dinero que ganan en sus trabajos te compran la comida, la ropa y los útiles para el colegio. Por ello, debes aprovecharlos en ese sentido, y cuando ya no quieras verlos sólo tienes que meterte en tu castillo. Nadie se dará cuenta de que en realidad te has ido.
Al principio Soledad se enojó, en parte porque era lo que más fácil le resultaba hacer, pero también porque era medio caprichosa y le costaba aceptar que las cosas no se hicieran como ella quería. Sin embargo finalmente accedió, en parte porque no podía hacer otra cosa, pero también porque confiaba en el viejo Brujo más que en sí misma.
Y entonces, con su castillo, la niña se sintió realmente feliz y distinta a las demás. Estaba contenta, porque cuando ya no resistía la indiferencia de sus padres, o cuando algo no le gustaba, se metía en su castillo y allí dentro se imaginaba que todo era como ella deseaba, que todos hacían, decían y se veían como ella quería.
Así fueron pasando los años y un día, el Viejo Brujo, dejó de visitarla porque muchos otros niños lo estaban reclamando. Pero para ese momento, él ya le había enseñado a Soledad todos los ideales y fantasías habidas y por haber para que ella no sufriera nunca más, para permitirle a Soledad sobrevivir a su infancia. El sabía que todo lo que le había enseñado la acompañaría a lo largo de su vida, por eso se fue contento y tranquilo.
Así, cada vez que algo o alguien le despertaba a la ya adolescente Soledad las sensaciones de su niñez, ella se refugiaba en su castillo invisible, donde se sentía feliz y segura, y donde de vez en cuando le llegaba algún mensaje de su amigo el Brujo. En su castillo se preparaba para enfrentar el mundo de afuera, iba y venía, iba y venía de un lugar a otro y nadie se daba cuenta.
Hasta que un día llegó un “hombre”, con minúscula, a su vida, y ella se metió en su castillo El Viejo Brujo desde algún lugar lejano le susurró que era el amor de su vida, y Soledad que seguía confiando en él como cuando pequeña, no lo dudó.
Una vez, de las muchas veces en que la muchacha iba y venía, estando ella dentro del castillo la puerta se cerró. Y esta vez, no pudo salir. Alguien había cerrado la puerta con llave.
Un murmullo le llegó desde afuera a Soledad, y ella reconoció la voz de su amor. El le dijo que ya había descubierto su secreto y que como ella era muy feliz dentro de su castillo y él era muy feliz estando en su propio mundo, decidió cerrar la puerta con llave porque eso era lo mejor para los dos. Soledad no entendió muy bien lo que dijo, pero supuso que estaba de acuerdo, pues era su amor el que le hablaba y el Viejo Brujo no la dejaba contradecirlo.
Cinco años pasaron.
Hasta que otro día, alguien tocó a la puerta del Castillo de Soledad. Mucho se sorprendió, pues su compañero hacía mucho tiempo que no la iba a visitar. Ella se acercó a la puerta y preguntó quién era que estaba ahí detrás, develando su secreto.
- Vengo en nombre de tu corazón que desde hace mucho tiempo quiere hablarte.
- Pero ¿qué dices?, si yo siempre he oído a mi corazón.
- No es cierto Soledad, no es a él a quien le has estado prestando atención durante todos estos años. Si tu quieres, yo puedo abrir esta puerta, y verás que tengo aquí en mis manos a tu verdadero corazón. Pero tienes que desearlo.
- ¿Cómo puedo aceptar tu propuesta si ni siquiera te conozco?. Dime cómo eres, cómo te ves - contestó la muchacha pues esto era muy importante para ella.
- Soy un “Hombre”, con mayúscula, y lo importante es que tengo amor aquí, solo para ti Soledad. Nada es más importante que eso, mi aspecto exterior es un detalle si lo que vengo a ofrecerte es tu liberación.
Y por alguna razón que desconozco, quizás por simple curiosidad, sin pedirle consejo por primera vez en su vida al Viejo Brujo, Soledad aceptó que este buen Hombre abriera la puerta de su castillo.
Y así fue, la puerta por fin se abrió. Soledad, emocionada, tomó con sus propias manos a su corazón, y le dijo al buen Hombre mirándolo a los ojos que ese era el día más feliz de su vida.
Pero entonces irrumpió el Viejo Brujo y, cuando el buen Hombre no miraba, seriamente le dijo a la muchacha:
- Soledad, este hombre nada tiene que ver con el hombre que siempre has imaginado para ti. No es cierto que su aspecto no cuente, es lo más importante. Recuerda que siempre fue así.
Una y otra vez, el Brujo le repitió las mismas palabras. Y Soledad lo escuchó, cada cosa que le decía, cada pensamiento que él le transmitía, y en un momento ya no supo qué hacer. Por un lado, una mano extendida la invitaba a salir de su prisión, y por el otro el viejo discurso que escuchaba desde niña intentaba convencerla de que no se fuera, de que no dejara su castillo, de que rechazara a ese hombre que sus ojos, en realidad los del Viejo Brujo, no veían bello.
Ciertamente, este buen Hombre era muy particular. Su aspecto era más bien extraño. Con un aire místico y fantástico, su imagen no había sido incluida como ideal dentro del castillo de la muchacha. El Viejo Brujo jamás le había permitido a Soledad querer a alguien que se viera como se veía el Hombre que tenía frente a sus ojos.
Y estuvo la muchacha de pie en la puerta durante un largo tiempo, sin saber qué hacer, sin poder tomar una decisión. El Viejo Brujo insistía en pensar por ella, pero esta vez Soledad se enfrentaba con la necesidad de pensar sus propios pensamientos. Necesitaba descubrir qué era lo que real y sinceramente ella deseaba hacer.
Así que lo que hizo fue acercarse a su corazón y le preguntó:
- Dime, querido corazón, ¿es él?.
- Sí, lo es – le contestó.
Y en ese momento Soledad supo qué era lo que tenía que hacer.
Extendió su mando hacia la del buen Hombre, la tomó con fuerza, y salió de su escondite. Por primera vez había podido ver con sus propios ojos.
Apenas hubo atravesado la puerta, el castillo a sus espaldas se derrumbó. Todas las fantasías, todas las construcciones irreales que se encontraban dentro se desvanecieron instantáneamente, pues como eran de mentira no tenían fuerza y no podían luchar para sobrevivir.
Pero una vez más apareció el Viejo Brujo, esta vez desde los escombros asomó su cuerpo. No iba a permitir que se desperdiciaran tantos años de trabajo. Así que le habló a Soledad y le aseguró que la guiaría y le aconsejaría como antes, que ya nunca se iría de su lado.
- He venido Soledad - le dijo - a salvarte del terrible error que estás cometiendo. Como te has olvidado, aquí tengo una lista de todos aquellos ideales que durante tanto tiempo te han sido tan útiles. He venido para ver qué necesitas, para decirte que no debes preocuparte porque juntos podemos construir unos nuevos.
Soledad, que quería alejarlo de su vida, intentó ser amable con él, al fin y al cabo el Viejo Brujo siempre había estado cuando ella lo necesitó. Al fin y al cabo, fue este Brujo quien con su regalo posibilitó el encuentro entre Soledad y el buen Hombre que vino a rescatarla.
- Debes entender que ha llegado el momento de separarnos, debo comenzar a vivir por mi misma - le dijo la muchacha con mucho cuidado para no lastimarlo.
- Pero si no sabes cómo hacerlo, siempre he estado yo para eso. Deja que las cosas sigan como antes.
- No puedo, Viejo Brujo. Mi verdadero corazón me lo está pidiendo y no voy a desoírlo - le contestó Soledad mirándolo con firmeza.
- ¿Y cómo lo harás? - le preguntó el Brujo con la intención de hacerle entender lo difícil y complicada que era su decisión.
- Ha llegado a mi vida el Hombre que me enseñará el camino. Si me quieres sinceramente, debes dejarme ir - le dijo Soledad convencida de lo que decía como jamás lo había estado de algo en toda su vida.
Siguieron conversando horas y horas; no podían ponerse de acuerdo porque cada uno sólo quería que las cosas se hicieran a su manera. Entonces se acercó el buen Hombre y les propuso hacer un pacto:
- Tú, Viejo Brujo, has estado al lado de Soledad durante casi toda su vida. Para ti, Soledad, ha sido muy importante su compañía. Han llegado a convertirse en muy buenos amigos, y no pueden simplemente alejarse uno del otro porque aún se necesitan. Pero tú, Viejo Brujo, debes escuchar a esta muchacha, debes prestar atención a las cosas que ella tenga para decirte. Y Soledad, debes aceptar que él venga a visitarte de vez en cuando. Lo importante es que ya no serás aquella niña ingenua que aceptaba todo lo que él pudiera decirte así sin más.
Así fue como, los tres juntos, llegaron a ponerse de acuerdo y programaron las visitas semanales que el Viejo Brujo haría a Soledad. En esos encuentros ellos podrían conversar, y aunque él trataría de hacerle pensar viejos pensamientos, también debería ir desechándolos cuando Soledad le asegurara que ya no los necesitarían más.
El Viejo Brujo se fue contento, pues pensaba que con el tiempo la convencería a Soledad de irse con él.
Soledad se quedó contenta, porque sabía que el buen Hombre jamás permitiría que el Viejo Brujo la convezca de nada ni se la lleve a ningún lado.
Y aquí termina este cuento, pero comienza otro nuevo que quizás un día les cuente. Un cuento sobre una niña que se llamaba Soledad y que cuando se convirtió en mujer comenzó a llamarse Esperanza. Un cuento de dos, un cuento de amor, un cuento que aún se está escribiendo.
- FIN -

Texto agregado el 30-06-2002, y leído por 648 visitantes. (0 votos)


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