Soy profesor de Lenguas Españolas. No soy escritor. Circunstancia que pronto apreciará el lector. Sin embargo, he creído necesario emprender la tarea de escribir el sueño que me deparó una de las noches que precedieron al conjunto de las noches del pasado mes.
Un individuo, que no difiere de otros individuos y que yo no conozco, llega a un teatro. Ingresa; la sala se encuentra casi vacía. En las borrosas caras de los espectadores que emergen desde la penumbra que suele existir en las salas de teatro cree reconocer todas las caras. Sin embargo, acaba por no recordar a ninguno de los allí presentes. Actores o Máscaras que simulan ser actores representan una larga y tediosa obra en la que se entremezclan diálogos sin sentido que el individuo no alcanza a comprender. Promediando el último acto, la protagonista traiciona a su amado; éste la descubre y ella le hace saber que ya no lo quiere, que posiblemente nunca lo quiso. Entonces él se humilla, se rebaja vilmente y clama otra vez por su amor. Ella le dice que lo desprecia y que lo ha despreciado durante todos los años que precedieron aquel día. El individuo que está mirando se levanta horrorizado cuando se ve reflejado en la Máscara del traicionado y se retira de la sala cuando la obra aún no ha concluido. Observa, sin asombro, que los espectadores tienen ahora otra apariencia y que sus caras ya no le resultan familiares. Traspone así la puerta de calle. Traspone así la puerta de lo irreal, pero no lo sabe. Estando afuera siente una honda y serena satisfacción por haber hecho suyo algo inconmensurable que no llegará a comprender. Enciende un cigarrillo, la brisa de la noche lo golpea en la cara y dispone el regreso a su casa. Nada sabrá de aquel episodio que yo soñé. Yo he sido su Instrumento. Sin embargo, algo en él ha quedado y quizás le sirva para afrontar con más resignación y entereza la parte de la obra que aún le queda por representar.
Aciago destino el mío. Soy en la noche el que sueña lo que Otro le dicta.