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Castulia Yanaorko: asesina en serie

No se puede saber desde qué profundidades de la geografía de su familia heredó su apellido quechua Yanaorko: Cerro Negro; quizás fue esa influencia la que ennegreció su horizonte, su ámbito, su alma y su ánimo.

Castulia es chola de pollera. Sus hijas, nietas y bisnietas ya han cambiado la pollera por el vestido, llevan zapatos de tacón y cortes de cabello. Castulia Yanaorko, calza hojotas, peina las dos trenzas largas y viste orgullosa sus polleras.

Ser chola todavía es un reto. Las hojotas tiene que comprarlas en el mercado campesino, buscando mucho porque sólo los campesinos del norte de Potosí las hacen ahora, de gruesa goma de llanta de camión y cuero de oveja. Las trenzas son otro problema. Las lava cada sábado, de tres a cinco, en una ceremonia silenciosa y solitaria. Primero tiene que destrenzarlas con un peine de dientes gruesos, una por una, hasta lograr desenredar los largos cabellos completamente; luego, con un peine de dientes muy finos rasca ferozmente desde la raíz hasta las puntas que le llegan al borde mismo de las polleras, en busca de piojos y liendres; finalmente, con jabón de lavar ropa, restriega fuertemente, para sacar toda la suciedad. Enjuagar, cepillar y volver a trenzar es otra larga ceremonia.

Las polleras no presentan problemas. Cada día usa las dos polleras de rigor, una encima de la otra, de diferentes colores, con las dos enaguas correspondientes, blancas como la nieve. Para los días de fiesta sigue usando las polleras de brocado que atesora desde hace años. La cantidad de polleras que se usa en las fiestas refleja el grado de éxito de la persona. Por eso Castulia, usa hasta cinco polleras El Día de los Muertos y el Viernes Santo.

Esta en su derecho. Es una mujer exitosa: hace setenta y cinco años que recibe un salario ininterrumpidamente. Cuando tenía doce años, fue a servir a la casa de Doña Maria de Los Angeles Martínez Domínguez y Domínguez. Ahora tiene ochenta siete años. En este tiempo ha parido tres hijas para tres diferentes parejas. Siempre es así. Su trabajo es cama adentro, por lo tanto duerme en casa de los Martinez todas las noches excepto los sábados. Fue en esos sábados que llevada por las urgencias del cuerpo y del corazón cedió en tres oportunidades a los llamados de la carne. Sus hijas tuvieron que ser criadas en casa de su hermana, porque Castulia no puede acarrear bebés a la casa de los Martínez. Las hijas crecidas partieron en busca de sus vidas en cuanto tuvieron oportunidad o encontraron un hombre que quisiera llevarlas. Tuvieron otras hijas y ellas con seguridad tuvieron hijas a su vez, pero eso ya Castulia no lo sabe pues ha perdido contacto con toda la familia desde que su hermana murió.

Hace setenta y cinco años que recibe un sueldo mínimo mensual por cocinar en la casa de los Martínez. Cuando era joven casi no alcanzaba, pero desde que se quedó sola, junta esos pocos quintos dentro de una caja de zapatos, debajo de las polleras, en el cajón del rincón.

Se hizo cocinera experta. Sólo ella prepara el picante de lengua con ají amarillo al gusto del señor Martínez. La lawa de maní, plato indispensable para los días de mucho frío, es su especialidad. También aprendió a cocinar platos franceses e italianos, y para todo tiene buena mano. La verdad es que la señora Martínez no escatima en gastos para tener toda la batería de cocina necesaria para que nada falte a la hora de picar perejil, exprimir limón o abrir ostras.

Castulia aprendió a usar los diferentes instrumentos para cada cosa. Las tijeras para despresar gallinas, el cuchillito para deshuesar pavos, la sierra de cortar pan y el hacha de destazar costillas de cerdo.

También tiene en su cocina una radio portátil donde pone desde las siete de la mañana la emisora Todo Noticias, que alterna las últimas novedades del acontecer mundial con las últimas salsas y cumbias de moda. El señor Martínez intentó prohibir el alboroto pero, vanos fueron sus esfuerzos. Desde el amanecer hasta la noche, en la cocina truena y retumba la cumbiamba. Cuando el hijo mayor de los Martínez alcanzó la edad de tener televisor de veinticuatro pulgadas, pantalla plana y control remoto, heredó a Castulia la tv en blanco y negro de doce pulgadas de su cuarto.

Desde entonces, en la tardecita, la radio cede su puesto a la televisión, donde pasan los noticieros locales, con imágenes desde el lugar de los hechos en el momento mismo del suceso.

Castulia, se ha enviciado de las noticias, nada pasa en la ciudad, el país o el mundo sin que ella sea de las primeras en saberlo. Hace poco completó sus ansias de noticias comprando el diario matutino Extra, donde, en dibujos escalofriantes, muestran el reguero de sesos o las partes mutiladas que quedan luego de los accidentes, porque Castulia sólo mira los dibujos del periódico, pues nunca aprendió a leer.

En las noches, cuando se hecha a dormir, luego de rezar dos Avemarías y un Padrenuestro, cierra los ojos y, envuelta en la oscuridad, revive las noticias escalofriantes de la radio, las imágenes reales de la televisión, los morbosos dibujos del periódico; y se duerme muerta de miedo sudando frío.

Muchas veces, en sueños, se ve a si misma tirada en la camilla de la morgue con un tajo terrible en el vientre, como lo viera en la televisión a las seis de la tarde. O que es su brazo el que recuperan del fondo del precipicio donde se volcó el bus de pasajeros. Entonces, al despertar vuelve a rezar las dos Avemarías y el Padrenuestro pidiendo perdón por sus pecados. Porque Castulia tiene mucho miedo de que le pueda pasar a ella algo de lo que pasa todos los días a todas horas en este mundo de Dios.

Esta mañana se levantó mas temprano que otras veces para preparar un almuerzo especial por el cumpleaños del señor Martínez. A las siete sacó del congelador el lechón que comprara ayer. Lo lavó suavemente con una esponja y con el hacha de destazar lo cortó en presas grandes, conservando cada una un buen pedazo de cuero y lo puso en salmuera en una salsa de ajo, pimienta, comino, vinagre y perejil.

Mientras esperaba que caliente el horno de barro, con el cuchillito de deshuesar pavos, abrió una a una las vainas del ají colorado, botó las semillas y dejó que remojaran para poder moler y hervir en aceite la salsa picante. Peló las papas, cortó rodajas de zanahoria, picó cebolla y tomate y preparó la comida.

Luego de la fiesta, se quedó hasta tarde lavando y limpiando, secó y guardó en su sitio toda la vajilla y luego se fue a dormir. Estaba muy cansada.

Esa noche tuvo una pesadilla, ya no era ella la que estaba en la camilla de la morgue, sino que era ella la que tenía en las manos el cuchillo ensangrentado, le hacha de destasar y el cuchillito de deshuesar pavos, era ella la que estaba armada. Se levantó calladamente, vistió el mandil blanco de empleada y con el hacha en la mano derecha y el cuchillito de deshuesar en la izquierda fue al dormitorio de los señores Martinez.

Cuando salió de la casa, no comprendía el porqué de las manchas de sangre en su blanco mandil, ni el por qué de las sirenas policiales. Corrió por el medio de la calle, alcanzó a degollar a la pastillera de la esquina y a sacar las tripas del guardia del frente, y cuando los autos policiales la alcanzaron ya no tuvo fuerzas para deshuesar su propio corazón que descubrió duro como piedra.

(no ha sido revisado, es posible que sufra cambios)








Texto agregado el 10-01-2004, y leído por 383 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-04-2004 Me gustó mucho, como en una película cambias al final el zoom y el narrador se distancia para mostrar el cuadro completo...el ulular de las sirenas...muy bueno libelula
15-01-2004 Escalofriante como los sucesos cotidianos de nuestros días. Buen relato. Un abrazo. pedromarca
 
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