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Caía la noche y las preocupaciones se esfumaban. Él, rendido por el sueño, recordó que debía levantarse temprano al día siguiente. Apagó las luces, escupió un agotado suspiro y se fue a la cama.
Recién había cerrado los ojos cuando se quedó profundamente dormido. La paz reinaba en la habitación. Ni el más mínimo sonido, excepto su tranquilo dormitar, se atrevía a quebrar el silencio.
De repente despertó sobresaltado; tenía una sensación de miles de hormigas avanzando presurosas sobre su pecho. Espantado, y aún en la frontera entre el sueño y la vigilia, encendió la luz, pero nada vio. Pensó que pudo haber sido una pesadilla y volvió a dormir. Al rato volvió ese cosquilleo, esta vez, acompañado por el sonido de unas pequeñas criaturas corriendo por el suelo.
— ¿Ratones? — se preguntó furioso — ¡No saben con quién se meten!
Se iba a levantar, pero se sentía tan cansado que decidió preocuparse de eso al día siguiente. Cerró los ojos, pero los volvió a abrir al sentir un zumbido en los oídos.
— ¿Moscas? ¿Es que hoy no puedo dormir tranquilo?
Tapó su cara con una almohada, pero ni aún así dejó de escuchar ese zumbido ni las correrías, ni siquiera de sentir el hormigueo. Se levantó nuevamente a encender la luz, pero tampoco encontró alimaña alguna. De muy mal humor se acostó, intentando no hacer caso a todas las molestias que, extrañamente, eligieron esa noche para aparecer en su cuarto. Sin embargo, su aparente indiferencia se vio interrumpida por un dolor penetrante en la entrepierna. No dudó que pudiera haber sido una araña, pero no encontró heridas ni seña alguna de haber sido atacado.
El hormigueo subió hasta su cuello, rodeándolo, al tiempo en que las paredes comenzaron a agujerearse con una velocidad impresionante, dejando en claro la presencia de termitas muy eficaces. Las criaturas que corrían frenaron su marcha y comenzaron a roer las paredes, los muebles y a subirse hacia su cama. Las sábanas se fueron apolillando con la misma rapidez del trabajo de las termitas, mientras que su cara se fue llenando de pulgas y garrapatas. Unas cucarachas subieron y corrieron a introducirse por su boca, las arañas le picaban los ojos y el hormigueo, además de rodear su cuello, comenzó a hacer presión en éste.
Él, desesperado, comenzó a sacudirse e intentar botar a las alimañas ¡pero no había nada! Una indescriptible impotencia y dolor inundaron su alma. Su vida se iba poco a poco y nada podía hacer ¡Estaba indefenso!
Llegado el momento del suspiro final, la última imagen que fue capaz de ver fue la de muchos insectos cubriendo su rostro, en una escena marcada por el olor a materia en descomposición, sangre e insecticida.
Al despuntar la mañana, entró la sirvienta a la habitación, creyendo que su patrón se había quedado dormido, cuando debía ir al trabajo. Iba a avisarle que una señora llamaba, recordándole que debía haber estado una hora antes en su casa para eliminar una plaga de cucarachas.
Huyó despavorida al ver un esqueleto con sólo unos pocos trozos de carne, con claras evidencias de haber sido devorado por hormigas, y un tarro de insecticida— del que usaba en su trabajo— en la mandíbula. Las sábanas y cortinas habían desaparecido y la pared, llena de hoyos, tenía escrito un mensaje con cadáveres de insectos: “Ahora nosotros nos preguntamos ¿Quién es el que hace el control de plagas?”

Texto agregado el 30-07-2006, y leído por 230 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-10-2006 Me gustó, muy original. Sólo como recomendación, deberías cuidar (en algunas partes, no en todas) la cacofonía, no repetir tanto los mismos sonidos. Pero por lo demás está muy bien. Felicitaciones. Axterion
17-08-2006 Jajaja, bueno. rodolfo_gc_pitti
 
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