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Sentado una tarde en mi sillón de pensar, así había decidido nombrarlo ya que en él se me iluminaba la mente, me di cuenta que mi vida ya no me pertenecía, llena de apuros y contratiempos, de angustias e interrupciones, no me dejaba ocuparme de lo que realmente me hacia bien, me hacía feliz, el arte. Dispuesto a encontrarme con migo, con mis sueños, emprendí un viaje, un viaje con destino incierto pero prometedor. Tome mis lápices, mis títeres, mis herramientas de artesano y me eché a andar.
El Sol me acariciaba la frente y la brisa jugaba con mi rostro, dibujé los paisajes más bellos a medida que avanzaba o retrocedía, sin saber a donde iba, mis pies no cesaban su andar, y en los momentos de descanso dibujaba, tallaba, escribía o contemplaba.
El camino se marcaba a mi gusto y parecía acompañar mis movimientos.
Las nubes se esmeraban por copiar mis trabajos o mis trabajos intentaban parecerse a las nubes, blancas y puras.
Los árboles me susurraban un canto que hablaba del amor entre la Tierra y el Agua, de la envidia del Sol a la Luna, y de la risa contagiosa de las estrellas y tantas cosas bellas que me llenaban el alma y me traían calma.
A la sombra de un Sauce que me lloró sus penas me quede dormido, sin saber cuando terminaría mi recorrido. Desperté triste pero el camino se encargo de dibujarme una sonoriza y yo me encargue de dibujar al camino, fue una hermosa tarde aquella, quizás de todas la más bella.
Así seguí andando, con miles de sorpresas que me alegraban cada mañana, pero la soledad se empezaba a sentir y la melancolía amenazaba con alcanzarme, fue así que una noche le pedí al Mar la espuma, para hacer un anillo y declarármele a la Luna, ella aceptó recelosa y lo bien que hacía, porque al fin de unos meses lo nuestro terminaría, no por celos ni intolerancias, sino por una cuestión de distancias.
Cuando la soledad golpeó de nuevo, me case con una Nube, nuestro amor no fue muy lejos, aunque salte hasta donde pude.
Y así siguió mi suerte, de abandono en abandono, y así me vine viejo. Una tarde, de esas tantas, vi que venía a mi encuentro, una dama de mi edad, parecía hecha de cuento, con los ojos de la luna, la pureza de las nubes, la fragancia de las flores y la claridad del agua, en ella la belleza toda, en ella mi suspiro eterno. Sin decir una palabra la tome de la mano, ella sonrió un instante, y al segundo me dio un beso.

Texto agregado el 02-08-2006, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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