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Hay una gran palmera en medio de una playa de blanca arena y brisa cálida. No tiene cocos ni tampoco su tronco es grueso, más bien parece una delgada ramita que tiene una gran corona, con las hojas gruesas y verdes alborotándose para toda parte.
Un mico pequeño, que viene desde la lejanía de otra isla, abandonado tal vez por corsarios o por deidades, se acerca desde los lejos, con el rostro plagado de hambre y desesperación.

No parece estar muy satisfecho con la palma que se encuentra. Salta y gruñe, golpea la base de la planta y la aruña con las pequeñas manitas. Al final de la decepción se sienta al lado y mira para arriba, como si esperar que cayera algo el cielo que aún nadie le ha prometido.

Se queda dormido y pasa la tarde allí, llega la noche y la marea, que avanza hasta unos cuentos centimetros del lugar en donde se ubica la palma, le hace llegar su vaho celestial y amargo.

En la mañana en pequeño mono despierta y siente su piel caliente. Camina en dos patas y se rasca la cabeza y la espalda, las aguas lo van tocando hasta llegar a su pecho, una sonrisa de frescura se vislumbra en su ser.

De nuevo, con la esperanza que ninguno de su especie estaba preparado para sentir en el corazón, se acerca a la palama para mirar si tiene cocos.

No hay nada. El animal defraudado ya no hace berrinches tontos sino que mira el infinito del mar.
Se consterna y un llanto que le arranca el pecho se desmorona por su rostro. Nadie le dice que sea valiente ni que aguante. Anda ahí, en la soledad más intima e imperturbable de una isla pequeña, sola y con el agua salada acechandolo.

El suicidio es la opción que el mico a cabilado durante días. Pero al mismo tiempo que comprende que él quiere eso, una fuerza aberrante de la vida le dice que no puede, se lo zuzurra en sentimientos que los humanos por poder nombrarlos ya no tenemos tan arraigados.

Antes de que tomara un camino para otro lugar de la isla a buscar comida, el mico echa un último vistazo a la planta. !Oh! se sorprende pues hay algo caído bajo la sombra de la palama. No parece ser un coco ni tampoco algo frutal, poco a poco se va acercando hasta que ya queda como a un metro. Pero no es necesario avanzar más, desde aquel lugar ya puede contemplar la desilusión.

Es un libro. Para quien acaba de leer puede ser una victoria. Para quien apenas busca el instinto es un martirio.

Texto agregado el 06-08-2006, y leído por 95 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-08-2006 ...y todo tiene un razon de ser ***** Ciiara
 
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