No quisiera ser auto referente, nada más alejado de ello. Odio que se me considere un ser que gusta estar posicionado en el medio de la mesa, tratando de adornarla como si fuese un florero. Este pudor tremendo que me hace desdeñar el leer a cada uno de los cuentistas y no comentarlos como se merecen para no sentir que los obligo a hacerlo de vuelta, me mantiene en el punto exacto en que soy un poco menos que nadie, visitado frecuentemente por un grupo de bondadosos amigos que acaso comprenden esta parquedad mía e igual se atreven a leer mis escritos. No soy un gato y si me mantengo en las sombras, no es para cultivar un aura misteriosa sino porque mi timidez, la cual me gusta, me impide ser protagonista. No soy un perro porque no le debo fidelidad a nadie ni le lamo la mano al que me sonríe o me halaga. No soy un zorro, porque carezco de su astucia. Tampoco soy hormiga, puesto que nada es más cercano a mí que la holgazanería. Me dejo llevar por mis ensoñaciones y entretanto, uno de esos bichitos, en un solo día ha realizado lo que yo no he hecho en años. No soy murciélago porque algo que me espanta es la oscuridad, malamente iluminada por algunos destellos de mi precario entendimiento, no soy un caballo y mi instinto libertario me impide permitir que alguien se encarame a mi grupa para llevarme por caminos que no deseo. No poseo, en definitiva, ninguna de las virtudes más sobresalientes de la especie animal y sin embargo, en mi mal diseñado papel de hombre, siento mucha vergüenza por haber abusado de la buena voluntad de mis escasos pero valiosos lectores que acaso han tenido la paciencia de aventurarse para seguir esta breve pero sincera secuencia de palabras…