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Inicio / Cuenteros Locales / friedrich / La ortografía nazi y la lección de las estrellas.

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Munich, Alemania. 1944.

Las oficinas de la SS estaban en constante movimiento. Los aliados, con sus mísiles, habían desintegrado a varias tropas Alemanas. Los bolcheviques de Stalin avanzaban en busca de venganza, y las relaciones establecidas con Japón e Italia estaban al borde de la catástrofe.

Un joven soldado alemán mecanografiaba una carta. El documento estaba dirigido a Hitler y al parecer contenía información muy relevante para el partido NAZI y sus tropas. El soldado: de ojos verdes, rubio y de piel pálida, sudaba con cada letra que mecanografiaba. Llevaba mucha prisa, los gritos y movimientos fuera de su oficina aumentaban al mismo tiempo que el de sus dedos y justo en el momento en que terminaba el primer párrafo, compuesto de siete renglones, una granada explotó en el pasillo que daba a su oficina. La explosión derribó la puerta, destrozó las paredes y quemó los muebles del lugar.

Todo había quedado en ruinas, excepto por la máquina de escribir y la carta destinada a Hitler. El Joven soldado les había protegido con su cuerpo. Su espalda estaba bañada en sangre, la explosión le destrozó la ropa de esa área, y luchaba por mantenerse en pie. El único deseo de aquel hombre era continuar mecanografiando, pero su estado ya no se lo permitía. Con las piernas perdiendo fuerza y con la respiración entre cortada trató de plasmar unas cuantas letras más, pero su pecho no colaboraba. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás e intento respirar, esfuerzo en vano. Su cabeza era como la de un muñeco de trapo, no podía controlarla y había caído casi sobre la carta. De su boca salió un hilo de sangre que terminó machando la blancura del papel.

Intentando hacer algo más por el documento, apoyó pesadamente una de sus manos sobre las teclas, pero resbaló dejando, en el papel, letras y signos ilegibles para cualquiera. El joven nazi cayó al piso, intentando respirar, sus ojos se cerraban y lo último que percibió con ellos fue su insignia de la cruz de hierro, desprendida de sus ropas y tirada a un lado de él. Lo demás fue oscuridad y frío letal de muerte.

Ahora en toda la ruina del lugar se encontraba la maquina de escribir con la carta, manchada de sangre. ¿Quién terminaría las indicaciones para el Führer? Al parecer todo indicaba que permanecería incompleta por el resto de los tiempos, pero sucedió entonces que los signos de puntuación comenzaron a desfilar por el papel. Encabezando el orden venía, rimbombante, el punto final, seguido de el punto y coma, precedido por los dos puntos y al final, como si de varias hormigas se trataran, comas y puntos suspensivos.

El punto final se detuvo y tras él todo su sequito hizo lo mismo. El regordete personaje dio un paso al frente y ordenó a todos, con voz tosca y ronca, que se formaran. El punto y coma y los dos puntos se enlistaron justo detrás de él, mientras que el resto del batallón ortográfico se enlistó frente a él.

Con todo orgullo los puntos suspensivos y las comas gritaron a todo pulmón ¡Hail punto final! ¡Führer!. El punto final seriamente miró a sus soldados y a sus dos comandantes e hizo una mueca de desaprobación, poniendo a temblar a todo su escuadrón.

— ¡Esto es un completo desastre! La carta está manchada de sangre e incompleta, cómo se supone que nuestra querida Alemania gane la guerra, sin información tan vital, como ésta — dijo enfurecido el punto final.


El punto y coma, cauteloso, se le acercó para informarle la situación.

— Mi Führer, la carta no ha podido ser terminada puesto que acabamos de sufrir una importante baja. La sangre que usted ve en este lugar es la del redactor, el hombre que llevaba el mensaje en su interior y que mecanografiaba con suma entrega, está muerto.


— ¿Acaso crees tú que eso importa? Lo único que ha logrado es dejar una carta incompleta, manchada de sangre y a nosotros responsables por sus debilidades.

— Pero mi Führer — se precipitó dos puntos — una granada fue la responsable de su muerte, nosotros no podemos continuar si no tenemos un redactor.


— No me interesa si tenemos un redactor o no, nosotros terminaremos el trabajo. Alemania está destinada a ser el líder mundial, la potencia que controle al mundo. Somos los elegidos y es hora de trabajar. ¡Quiero que cada uno de ustedes se coloque en posición! Vamos a terminar esta carta ahora mismo!

El punto final continuaba sus necedades, ante la mirada ingenua de lo puntos suspensivos y las comas les comparó despectivamente con los judíos, numerosos e inútiles porque no obedecían de inmediato. A lo lejos, en el borde del papel, unos signos de puntuación se acercaron. Eran exactamente los dobles de todos los presentes, sólo que poseían antenas y eran de color verde. El punto final verde se les acercó y declaró que él y su ortografía venían en son de paz.

— Venimos a ustedes, ortografía nazi, para detener sus planes. El contenido de esta carta no es benéfico para nadie en este planeta. Les pedimos que desistan en continuar con sus intentos por acabar con la humanidad.

— ¡¿Cómo se atreven a cuestionar nuestros planes?! ¡No nos importa lo que ustedes piensen! ¡Tropa! ¡Prepárense! — exclamó punto final.


—No pueden terminar si no tienen un redactor — dijo una de las comas alienígenas.

—Pero es algo sin importancia, podemos solucionarlo — afirmó una coma nazi.

—Tendremos entonces que convencer al redactor para que esta carta no se termine, la ortografía nazi no quiere entender. No nos queda más remedio que traer al redactor de vuelta a la vida.

El punto final alienígena encendió sus pequeñas antenas y pequeños chispazos de electricidad salieron del papel. Sobre la mancha de sangre apareció el redactor. El soldado nazi estaba más que sorprendido, al parecer su tamaño no era el mismo, por los alrededores habían letras enormes y en el horizonte el cuerpo muerto de un soldado.

— ¡Soy yo! No puedo creerlo, ¿acaso estoy muerto?, pero... no he terminado la carta. El Führer necesita saber exactamente la ubicación de...

— Acabas de decir lo más sensato en toda tu vida — el punto final nazi interrumpió al confundido soldado.


El joven se sorprendió mucho al ver que un punto, del tamaño de la mitad de su cuerpo, le hablaba. El muchacho retrocedió de inmediato, manchando el papel blanco con la pastosa sangre que tenía en sus botas.

—He de haber enloquecido, esto no esta pasando. Me veo muerto y ahora hablando con un elemento ortográfico.

—Nada de eso, esos alienígenos ortográficos te trajeron hasta aquí para convencerte de que no continúes escribiendo la carta. ¡Quítate las botas! Continuas ensuciando la carta — le arremetió el punto final nazi al soldado.

La voz de aquel signo era igual a la de Hitler e instintivamente el soldado alemán se retiró las botas a toda prisa.
—Al menos sabes quién es tu líder. No quiero que pierdas más tiempo, tienes que terminar.

— Lo haría si tuviera mi tamaño normal, pero me temo que es imposible... Fü... ¿Führer?

— Por fin caes en cuenta, yo soy el poderoso Punto final, y como tal tengo la última palabra en este lugar.


Por unos momentos el joven creyó que deberás había enloquecido, ¡estaba discutiendo y recibiendo ordenes de un punto! Pero su sorpresa no terminó en ese instante, detrás de él se encontraba la ortografía alienígena, quienes le observaban atentamente. Las órdenes del punto final le parecían absurdas, era imposible que un hombre de un tamaño tan minúsculo pudiera mecanografiar una carta con demasiada información.

— Pero..... mis manos ya no tienen el suficiente tamaño para presionar las teclas y escribir. He sido reducido a la nada. Lo siento pero lo que usted me pide es ahora imposible para mí.

— ¡Cómo te atreves a contradecir mis órdenes insolente! ¿No te das cuenta de con quién estas tratando? ¡Aquí yo soy el Führer! ¡Soy el líder de este batallón ortográfico alemán! ¡ y tu solo eres un insignificante soldado!


— ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! — exclamaron todos los signos nazis.
El soldado alemán se cubrió fuertemente los oídos, apretó los dientes y calló de rodillas, no quería escuchar más al maldito Punto final. Se reincorporó de inmediato y corrió lo más lejos que pudo. Fue seguido por la ortografía nazi; y la alienígena. Llegó hasta una gran A, la escaló y pasó a una gran U con diéresis, tomó uno de esos puntos y se lo arrojó a las puntuaciones.

— ¡Déjenme! Es mucho lo que me piden, es demasiado para mí, ¡Sólo soy un soldado! No puedo con eso, ¡Es demasiado grande! Esa responsabilidad pesaría mucho en mí.

—Deja de llorar cómo una niña cobarde y termina la carta, ¡es tu deber! Alemania es el pueblo escogido, no traiciones a tu propia raza — afirmó el punto final nazi.

— ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! Führer¡! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer! ¡Hail punto final! ¡Führer!.

— ¡NO! ¡Es suficiente! ¡No quiero escucharlos! ¡Basta, basta, basta, basta....!


— Debes terminar la carta, pero debes de escoger la responsabilidad que puedas llevar sobre tu conciencia. Imagina un mundo gobernado por tiranos, asesinos de hombres, mujeres y niños inocentes. Imagínate un mundo donde todos sean iguales, un mundo poblado de robots, sin voluntad pero con mucho peso y dolor en el alma. Es en este instante donde tú, redactor, debes elegir que hacer. Tienes ambas opciones igual de importantes, pero solo una de ellas puedes soportar — el Punto final alienígena había hablado.

El soldado miró hacia abajo, todas aquellas puntuaciones brincaban como si de insectos se trataran. La ortografía nazi atacó a la alienígena, quienes no se defendieron, solo se dejaron aplastar y lastimar. El joven no soportó ver la masacre, ya había sido testigo de muchas anteriores que le dejaron secuelas en el cuerpo, mente y alma.

— ¡Deténgase todos!
Todos los puntos y las comas se quedaron inmóviles al escuchar la voz del soldado. Descendió por la enorme A y se dirigió de inmediato hacia el Punto final nazi. Lo miró con desprecio, lo tomó entre sus manos y con una gran patada lo lanzó fuera de la carta. Todos los signos de puntuación quedaron en silencio. El soldado se acercó a la gran mancha hecha por su sangre y miró de inmediato en el horizonte su cuerpo inerte.

— Una vez le guarde gran respeto a mi líder, pero el peso de esta responsabilidad me hizo darme cuenta de que unas simples palabras plasmadas en papel pueden costar mucho. Pero estoy muerto, es muy tarde. Mis compatriotas encontraran lo que buscan y yo ya no puedo evitarlo.

— Si puedes hacerlo — dijo el punto final alienígena.


Una corriente de aire invadió todo su cuerpo, el soldado despertó de su letargo. Se reincorporó pesadamente, tenia sangre seca en el rostro. Se acercó a la maquina de escribir y mecanografió cerca de tres párrafos más. La carta estaba terminada, su destino y contenido eran inciertos. El redactor salió de los escombros, pasó por cuerpos mutilados y por sangre coagulada hasta llegar a la salida. Un camarada que patrullaba por los alrededores se le acercó y él le entregó la carta indicando que era para el Führer. El soldado, con rifle en mano, se despidió de él diciendo:

— ¡Hail Hitler! ¡Führer!

Le sonrió débilmente. Vio como aquel joven alemán se perdía en las ruinas de Munich. Lentamente, se dejó caer de nuevo, sus ojos se volvieron a cerrar definitivamente y con un suspiro de paz... murió. Parecía estar dormido y con el alma tranquila. Nadie alrededor sabía lo que había pasado con él, su nombre o su rango eran desconocidos. Terminó como un cadáver más en las calles de una nefasta Alemania nazi.

Alemania perdió la guerra. Hitler nunca encontró lo que buscaba en la carta del joven redactor, muchos de sus hombres reportaban que cada vez que la leían las indicaciones cambiaban y que los signos de puntuación de color verde era lo mas extraño de todo el asunto, se movían cada vez que intentaban leerla. Hitler jamás halló la ubicación de las bombas nucleares, de destrucción masiva, que su gobierno construyó para ganar la guerra. Muchas vidas se salvaron y el redactor murió con la responsabilidad de haber traicionado a su patria y provocado la derrota de la Alemania nazi.

Texto agregado el 08-08-2006, y leído por 235 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-08-2006 Buen relato. Estilo trepidante que incita a la lectura. Pero no creo que el redactor tuviera la intención de traicionar a su patria...Como medio alemán, y es mi opinión personal, el redactor y tantísimos otros como él ya la traicionaron, a su patria, el día en que juraron fidelidad al Führer y siguieron a ese loco. eneas
 
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