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EL HOMBRE QUE HIZO EL AMOR POR LA CARA

La miraba, la deseaba. ¿Cuándo se armaría de valor y le diría lo mucho que le gustaba? “Hoy no, otro día” —se decía para sus adentros. El ascensor, como todos los demás de su rango y categoría, era más bien estrecho. Con un tubo fluorescente en lo alto que apenas iluminaba la estancia del mismo.
El olor a sudor de los dos cuerpos, más que le repugnaba, le nublaba más todavía los sentidos, ya de por sí alterados. Ella no le hacía el menor caso, más bien la indiferencia para una chica de tan buen ver. No se alteraba en lo más mínimo por un hombre cuarentón, barrigudo y calvo. El tiempo pasaba, para él, lenta y agónicamente. Sabía muy bien que para ella no era ni siquiera una persona.
Como todos los días, arrepentido y fastidiado, entró en su apartamento. Un olor a soledad le dio de lleno. Tomó su botella protectora de tantas desgracias y se tumbó en su viejo y destartalado sofá.
En el televisor, como siempre, una estupenda presentadora daba las noticias. Con esa voz aflautada, que siempre le dejaba como anonadado frente al receptor. En sus pensamientos siempre estaba la vecina. Algunas veces, con un escueto bikini y, la mayoría, sin nada.
Oyó el sonido lejano de un timbre. No... No era el suyo, pero sabía de dónde provenía. Como todas las noches, él no tardaría en subir. Él... sí, ese al que ella le abre su puerta. Subirá por las escaleras, entrará en su apartamento, la tomará entre sus brazos y la llevará a la cama donde el ruido de los muelles me anunciará el cenit alcanzado por ambos.
Un latigazo... Un grito de dolor. Otro golpe, otro alarido de dolor. Conforme los muelles chirriaban por el ímpetu de los amantes, arreciaba el ritmo de su flagelo. Cuando la pareja alcanzaba su orgasmo, él, a su vez, en un aullido de dolor, se desmayaba.

Aquella noche, cuando su timbre sonó, no salía de su asombro:
—¿Quien puede ser? Si aquí no llama nadie…
Al abrir la puerta, le costó disimular en su semblante el odio y repugnancia ante tal allanamiento de su soledad.
—Oye mira... Espero no molestar, pero mi parienta y yo, ya sabes... Estábamos en plena faena cuando me di cuenta de que me faltaba la goma… ¿No tendrías tú alguna por casualidad?
Él era un hombre de mediana estatura, el otro más bien de complexión atlética y robustos músculos, pero cuando toda su adrenalina se le subió a sus manos, se pusieron fuertes como dos zarpas de acero que no dejaron un momento de apretar la garganta del desgraciado amante.
Con una fina cuchilla de afeitar estaba realizando unos cortes por el rostro del cadáver, dibujando con exactitud la cara del mismo. De tal manera que consiguió arrebatarle la faz como si de una máscara se tratara.
Como pudo, la secó y, acto seguido, la consiguió pegar a su rostro.
Mientras se escuchaban unos aullidos de placer acompañados por el chirriar del colchón, abajo el cadáver sin faz miraba al techo. Donde antes había un bonito rostro, ahora una masa uniforme de carne y sanguinolentos ojos saltones que sobresalían de las órbitas, anunciaba el principio del hombre que hizo “El amor por la cara”.

FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.


Todas las obras están registradas.

https://www.safecreative.org/user/1305290860471

Texto agregado el 11-08-2006, y leído por 247 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-02-2014 Puaj! Un tipo enfermizo que toma una decisión enfermiza por culpa de una obsesión enfermiza. No dejo de admirarte! nayru
06-09-2006 impresionante !*****. ismaela
18-08-2006 muy buen texto, menuda sangria!!! Soy_Naixem
12-08-2006 Me recordaste a Anibal Lecter, ajajaja... muy bueno, escalofriante.. un susurro* susurros
11-08-2006 bien relatado, buena historia, me gustó***** gfdsa
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