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Amanecì gorjeando...y no se trata de prosa poètica, amanecì gorjeando como un ave. No me dì cuenta al principio. Como siempre, yo comencè a repartir òrdenes e instrucciones a diestra y siniestra, "¡vìstanse!, ¡ya es hora!", "¡no dejen la ropa tirada!", "¿se lavaron los dientes?", "¿Alfredo, vas a querer huevos tibios o fritos?", pero la cara de absoluto asombro de mis hijas y esposo, asì como la falta de respuesta a mis arengas me indicaron que algo andaba mal. Fue entonces cuando me escuchè a mì misma, de mi boca no salìan palabras, sino gorjeos como los de los pàjaros. Cerrè los ojos pensando que en realidad aun no me habia despertado y estaba inmersa en algùna especie de sueño extraño, causado quizà por la mala digestiòn de la lasaña de la cena anterior. Los abrì de nuevo pero el sueño seguìa. Mirè a mi esposo y pronuncie su nombre, en mi mente dije "Alfredo", pero lo que se escuchò fue una voz de pàjaro que hizo que me desmayara.

Tratè de buscarle sentido a lo que me ocurrìa, en mi mente repasaba yo todas las posibilidades: desde alguna mala reacciòn a las pastillas para la dieta, hasta haber pescado algùn extraño virus aviar -ahora tan en boga-, en la tienda de mascotas donde habìa ido con mis hijas por unas tortugas japonesas. Busque una respuesta mèdica, pero los doctores que me examinaron, entre asombrados y divertidos, no encontraron ninguna explicaciòn, y para mi desgracia, tampoco ninguna cura a mi problema. Me sentì devastada.

De alguna forma, junto con mi voz, tambièn perdì mi autoridad. En casa, mis gorjeos sòlo lograban risitas y burlas. Comencè a usar un pequeño pizarròn donde escribìa lo que querìa decir y evitaba hablar. Mis labios se cerraron excepto para comer el alpiste que dìa con dìa se me iba antojando màs y màs por sobre cualquier otro alimento. Mi familia comenzò a avergonzarse de mì. Dejè de frecuentar a mis amistades y parientes y mi condiciòn la mantuvimos en secreto por el bien de todos. Si alguien preguntaba, se le decìa que sufrìa una afectaciòn en la voz y que habia enmudecido temporalmente. Yo aceptaba todo con resignaciòn, de nada servìa rebelarse, pero comencè a sentir còmo mi alma se iba saturando de tristeza.

Una mañana muy soleada, cuando todos se habìan marchado a la escuela y al trabajo, salì al jardìn trasero. Era primavera y el jardìn estaba salpicado de color y de vida joven, habìa una alegrìa animal y vegetal flotando en el ambiente. Casi sin darme cuenta, de mi garganta salieron las notas mas dulces que jamàs habìa escuchado, era un canto bellìsimo que hizo que todos los demàs ruidos del jardìn enmudecieran, sentì un bienestar como hacìa mucho no habìa experimentado. Al terminar escuchè a una vecina comentar desde su propio patio: "¡pero què belleza de canto!, seguramente el canario de los vecinos ha encontrado su voz!" asì supe con què clase de ave me empezaba a identificar y eso tambien me llenò de alegrìa. Asì iniciè una vida clandestina, donde esperaba con ansias a estar sola para poder explayarme con mi canto.

Un dìa, cuando Alfredo viò que habìa traìdo del supermercado unos huesos de jibia, semillas de linaza y un libro sobre canarios, ademàs del alpiste habitual, me increpò. Me amenazò con mandarme a un manicomio, luego su tono cambiò y se hizo suplicante, deseaba con todas sus fuerzas que yo volviera a la normalidad. Me pidiò hiciera un esfuerzo, èl pensaba que el problema estaba en mi mente, tratè de concentrarme y hablar como una persona, pero de mi boca sòlo saliò un dèbil y triste gorjeo. Alfredo saliò aventando la puerta y yo me derrumbè en la mesa llorando làgrimas mudas.

Las notè mientras me duchaba, dos protuberancias extrañas en mi espalda, una del lado derecho y la otra del lado izquierdo. Entrè en pànico, salì desnuda y chorreando agua hacia el espejo, me vì... las vì, "algo" me estaba creciendo. A partir de ese momento evitè hacer el amor con Alfredo, no podìa verme sin ropa. Tambièn evitè cualquier contacto fìsico con mis hijas por temor a que las descubrieran. Las protuberancias crecìan dìa con dìa, no podìa ignorar que se trataba de dos alas incipientes, me aislè de todos y de todo y me encerrè en el cuarto de huèspedes.

Una urgencia irracional me ha obligado a salir sin avisar en medio de la noche. El corazòn se me quiere salir del pecho mientras me dirijo a toda prisa al Cerro de la Cruz. Subo con rapidez, como si mis pies conocieran la urgencia de mi alma y cooperaran gustosos. Por fin estoy en la cima, ¡que bueno que no hay nadie!. Me desnudo al tiempo que veo el sol anunciarse en el horizonte. De mi garganta surge un canto de bienvenida para èl; las notas son hermosas, dulces y tristes a la vez. Me acerco a la orilla del cerro, la que da al ocèano. Abajo, las filosas rocas son ahogadas sin misericordia en espuma de mar. Unas gaviotas revolotean sin prisa, prefiero mirarlas a ellas, las miro largamente, casi con envidia. En mi espalda siento un movimiento involuntario de mis jòvenes alas. Primero un aleteo tìmido, luego en un batir furioso, por momentos me levanto unos centìmetros del suelo para volver a bajar. Ignoro si ya estàn listas, quizàs les falte crecer. Delante de mì se extiende el cielo, sin lìmites ni fronteras. Las nubes no piden explicaciones, el viento no distingue entre aves o aviones, el sol entiende mi canto y no derretirà mis alas. Me retiro de la orilla y retrocedo...... tomo impulso.....salto............

Tigrilla

Texto agregado el 17-08-2006, y leído por 921 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
08-10-2006 Muuuuy bueno, como siempre. No se si sea valido o correcto emitir una opinion sobre tu relato, ya que estaria sesgado por mi admiracion a tu estilo de narrar. Prefiero estrellarte *****. Saludos! MT migueltr
07-09-2006 MUY BUEN RELATO***** lagunita
31-08-2006 Me gustó mucho tu relato***** SorGalim
29-08-2006 Excelente cuento. Solo que la mujer se apresuró. ¿Y si no era un pájaro? ¿Y si era un Ängel? Te dejo la duda y mis estrellas. castillo
26-08-2006 Kafkiana metamorfosis, pero aqui en tu cuento la transformacion pudiera ser una liberacion. Hermoso relato, de verdad. maj
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