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LA TORMENTA
Por Víctor H. Campana

Memorias de un marinero

12 de abril de 1963.

Un viento húmedo, preludio del huracán que se aproxima, cruza sobre nosotros de pronto sorprendidos. Pocos minutos después, la huracanada tempestad que viene arrasando las islas del Caribe, llega al puerto donde estamos atracados. Debíamos haber partido esta mañana, pero, por orden de la autoridad portuaria, nos hemos detenido hasta que el tiempo amaine.
El viento golpea el barco repetidamente contra el muelle como si fuera un pequeño juguete. La magnitud del huracán nos obliga a reforzar las amarras y asegurar el barco contra el muelle, pero es inútil, su tremenda fuerza arranca las amarras y nos lleva mar afuera.
Roto el timón, vamos al garete sacudidos por encrespadas y enloquecidas olas. Abrazado al mástil, grito despavorido pidiendo ayuda, pero mi voz se pierde bajo el trueno y el rugir del viento.
Es una noche tenebrosa. El barco cruje como si fuera a quebrarse cada vez que cae desde la cima de una ola, sacudiéndose como un jinete en el lomo de un caballo bronco. Temo que antes de que amanezca habremos naufragado. Paralizado de espanto, me desplomo de espaldas sobre la fría y húmeda cubierta y quedo allí desvanecido.

Abril 13

Inmenso y diáfano, un cielo azul se alza ante mis ojos. Estoy aún tendido sobre la cubierta. La luz del sol está fulgurante, la cubierta está seca, y el barco se mueve lentamente. Un silencio enervante llena todo el espacio. Es la calma que sigue a la tormenta. Me levanto y miro a mí alrededor. Sigo con la mirada el vuelo de una gaviota y alcanzo a divisar allá en la distancia, la pálida silueta del puerto que fuera mi morada.
Volver, sí, volver, es la única palabra que grita mi razón, mas no sé cómo. Estoy a la deriva, impotente y solo. Grito con la esperanza de ser oído, mas nadie responde. Toda la tripulación ha ido al mar barrida por las olas. Por quién sabe qué milagro, únicamente yo he sobrevivido y permanecido a bordo.
Una dolorosa angustia se extiende desde mi estómago a todo mi ser. Me acuesto en busca de alivio y de reposo. Trato de pensar pero quedo otra vez desvanecido, esta vez sobre la cálida cubierta.

Abril 14

Roto el timón y las velas destrozadas, vano es mi esfuerzo por conducir el barco a tierra firme. Cualquier esfuerzo que haga sería en vano. Ha desaparecido ya la costa. Entre agua y cielo, estoy en el centro del círculo azul que forma el horizonte.
De pronto me doy cuenta de mi debilidad física y recuerdo que nada he comido desde la horrible noche de la tormenta. Bajo a la bodega y descubro que está llena de comestibles y bebidas, y la cisterna casi llena.
He comido casi sin saborear el alimento, y para apagar mi sed he bebido una botella entera de vino. Una lenta pesadez va invadiendo mi cerebro. Me tiendo en una tarima en busca de reposo y quedo dormido.

Abril 15
He dormido toda la noche y he soñado. Siento un gran alivio físico y emocional. Ambos, el sueño que he tenido y el reposo, han logrado disipar la tremenda angustia que me oprimía. Ahora veo que puedo encarar mi situación en una forma razonada y positiva. Pero antes de disponerme a ir hacia el destino que me espera, quiero revivir mi sueño para grabarlo en mi memoria.
Me encontré de pronto caminando por una de las calles de un pueblo cerca de la fuente Castalia, al pie del monte Parnaso, en Grecia. Era de noche. Gracias a la luz de plenilunio, podía distinguir claramente todos los lugares que ya conocía. Caminaba sin rumbo y me sentía extrañamente perdido en una ciudad que era familiar para mí. De pronto me di cuenta que estaba en una calle por la cual no había transitado antes. Esta era una calle oscura y no tenía señales de vida. Un cierto temor comenzó a apoderarse de mí. Luego de caminar por algunos minutos, observé que había luz en una de las casas.
Cuando llegué frente a la casa con luz, vi que era una mansión grande con apariencia de templo. La luz venía a través de la puerta entreabierta y decidí entrar. Penetré en un salón amplio y vacío iluminado por una luz cuyo origen no veía. Este salón estaba debajo de un alta y enorme cúpula. Al fondo del mismo y junto a la pared, había un altar. Desde atrás del altar, una rítmica y prolongada voz femenina recitaba un salmo. Me acerqué pausadamente pero no pude ver el rostro de la mujer que hablaba. Ella vestía una túnica azul, tenía la cabeza cubierta por un velo blanco y recitaba el salmo 13 de la Biblia.

“El necio dice en su corazón, ‘No hay Dios’. Tal es su corrupción. Ellos hacen cosas abominables; no hay ninguno que haga el bien. El Señor mira desde el cielo a los hijos de los hombres para ver si hay alguno sabio y que busque a Dios. Todos por igual se han descarriado; se han vuelto perversos; no hay uno que haga el bien, ni siquiera uno”.

Cuando ella terminó su recitación, le pedí que me dejara ver su rostro. Le dije que me sentía perdido y que deseaba refugiarme en su templo. Y ella respondió:
“Yo soy una extraña para ti. No te está permitido ver mi rostro. No busques refugio en mi templo. Si estás perdido busca tu camino por ti mismo. Si tienes sed bebe el agua de tu cisterna. Esa agua es sólo para ti; no la desperdicies derramándola fuera de ti. Alégrate con la mujer de tu corazón. Como amada y graciosa corza ella ha de seguirte. Satisfácete en su amor y celébralo siempre”.
Sentí un profundo vacío dentro de mí y, al mismo tiempo, estaba lleno de una sensación de libertad. El temor opresivo que tuve antes fue reemplazado por una audaz confianza en mí mismo. Sin decir una palabra, me di vuelta y salí del templo.
Un oscuro y desolado camino se extendía frente a mí. Estaba bajo mi propio dominio y era cuestión mía encontrar mi meta. Como había dicho la mujer del templo, era yo quien debía encontrar y seguir mi propio camino, y para calmar mi sed debía beber de mi propia cisterna.
Con la certeza de que el camino en el cual me hallaba era el debido camino, por él seguí hacia adelante. Allá, en la oscura distancia, como al otro extremo de un largo túnel, brillaba un punto luminoso. Resueltamente, hacia esa luz me encaminé. De pronto me detuve y sentí que el piso oscilaba bajo mis pies. ¡Había despertado!
Ahora me levanto y corro a la cubierta superior. Desde aquí veo nuevamente el punto luminoso: es un faro en la lejana costa. El viento sopla en dirección al faro y empuja el barco hacia él.
Como si despertara a una nueva vida, seguro de mí mismo y de mi destino, libre de todo temor, al faro arribo en alas del viento.




Texto agregado el 15-01-2004, y leído por 160 visitantes. (0 votos)


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