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Inicio / Cuenteros Locales / kucho / NUNCA PODRAS SABERLO (CAPITULO CINCO)

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CINCO

Sí, eras, y sigues siendo, mi muchacha roja, mi heroína del “bando contrario”, aquella que yo podía amar también desde esa otra distancia, la que por aquellos años se imponía entre los que pensaban distinto, y yo no te amaba a pesar de ello, sino también, y especialmente, no sé por qué mecanismos de la mente y del alma, por ello, y yo creo que esos mecanismos misteriosos también, a su debido tiempo, actuaron sobre ti, aún cuando, tal vez inconscientemente, te resistieras, pues, y ahora lo pienso, esa distancia no se ha anulado con el correr de los años y de la historia, y tú tenías motivos más que suficientes para mantenerla e, incluso, aumentarla, pero no, no lo hiciste, como tampoco lo había hecho la Matilde del cuento, esa Matilde que yo había inventado para esconderte, para esconderme también de ti, para que me vieras pero no supieras, pero también, con los pocos retazos de memoria de ti que me quedaban, había inventado a esa transparente Sonia Borchers en la que sí podías adivinarte, también ella con su lunar, ya un fantasma él, pero que sobrevivió en el cuento, y se hizo eterno, y esa Sonia estaba casi calculada para que te sintieras identificada pero al mismo tiempo sirvió para distraerte de la Matilde, esa misma Matilde a la que tuve que matar en el cuento, para que no quedaran rastros de mi confesión de amor, no creas que no me dolió matarla, pues también sentí, al escribir el final del cuento, una noche en la oficina que me quedé a propósito para terminarlo, sin saber cómo, que de algún modo, en la literatura, estaba formulando un destino hipotético para la Antonia Sarowski, ahora yo puedo saber que no era ni habría sido ese un destino hipotético para ti, pero sólo lo puedo decir ahora, que creo conocerte bien, o al menos más que en esos años, tú no habrías hecho lo que hizo la Matilde, ese suicidio solitario en Francia, no, mi Antonia no se fue a Francia, sino a Canadá, eso yo lo sabía, pues siempre, a pesar de todas las distancias, no sé cómo, estuve cerca de ti, sabiendo de ti cada cierto tiempo, ya no recuerdo cómo, ni quién me hablaba de ti, tampoco te fuiste ni estuviste sola, pero aunque así hubiera sido tú hubieras salido adelante, pues ese cuerpo frágil, esa niña que siempre has sido, encerraba a una mujer fuerte, capaz de afrontar todo lo que te sucedió, pero la pobre Matilde no pudo, y no pudo llegar a reencontrarse conmigo más que en la fantasía del cuento, en aquello que sucedió en ese almuerzo del centro de ex alumnos, pero que tampoco sucedió en la realidad literaria del cuento, pues la Matilde ya había muerto hacía muchos años, y fue con su fantasma con quién todo sucedió, pero con quién realmente sucedió esa “travesía al fondo del olvido”, como titulé al cuento, fue contigo, pues ahora, en la realidad no literaria, fue ese encuentro aun distante contigo lo que me hizo emprenderla, ese encuentro en que yo te reencontré, pero aún no tú a mí.

Ya sé que todo esto resulta muy complicado, este traslaparse de la realidad, la literatura y la fantasía inmersa dentro de esa literatura, pero yo sé que, al menos tú, ahora lo puedes entender, aunque durante mucho tiempo no quisiste aceptar que fueras tú, no podías y no puedes reconocerte en la pobre Matilde, y te entiendo, pero acéptame que te diga que sí, que yo no habría escrito ese cuento si no te hubiera visto en ese almuerzo, tan igual a la imagen mítica que yo tenía de ti, tan indemne a la insolencia del tiempo, cuyas huellas yo no dejaba de lamentar en tantos amigos y conocidos que volvía a ver en esa ocasión, y que me hacía también verlas en mí, pero no tú, tú estabas ahí, la mismísima Antonia Sarowski, y podía mirarte como te había mirado veinticinco años antes, y sentir que, en esos momentos, yo emprendía mi “travesía al fondo del olvido”, no como una fantasía, al menos no como la del cuento, pues no había un pasado que pudiera ser cimiento de ella, no, eso fue literatura, necesidad de un argumento para escribir algo que me permitiera, de algún modo, acercarme a ti, invento de un pasado, tal vez posible, pero no verificado, pues a veces pienso, ahora que te conozco, que sí podría haber sucedido que en esos años de la escuela tú te hubieras acercado a mí, más que yo a ti, o de algún modo fortuito nos hubiéramos cruzado, nos hubiéramos conocido, y tal vez pudiéramos habernos tomado un café juntos, por qué no, eso era algo hipotéticamente posible, pero, al mismo tiempo ¿qué hubiera significado eso en nuestros respectivos destinos?, y prefiero quedarme con esa dramática realidad de treinta años sin ti que se transforma hoy en un futuro nuestro, y posible, a la incógnita de un conocerse anticipado, hace treinta años, sí, prefiero la relativa seguridad de haber llegado a ti después de treinta años, esta seguridad que tengo ahora de saber que luego me llamarás para estar cerca de mí desde la distancia, a la tremenda incógnita de lo que podría haber sucedido de habernos encontrado y conocido en esos años, especialmente por lo que te he dicho antes, por ese dolor inmenso, eterno e irreparable por todo lo que te sucedió sin yo saberlo, no quisiera pasar por la experiencia del once de septiembre sabiendo de ti, no creo que hubiera soportado saber, en ese momento, lo que te estaban haciendo, no, Antonia, perdóname la cobardía, pero prefiero haber pasado treinta años sin que nos encontráramos a un solo minuto sufriendo por lo que te pasaba, pobre Marcelo, tu pololo de esos años, y que se fue contigo a Canadá, siempre me he preguntado como habrá sentido él, en esos momentos, lo que te pasaba, él sufrió por mí, por ese inexistente Cucho Vásquez que, entre tanto, dormía tranquilo, pensando que había cumplido exitosamente con un deber patriótico, y que ahora podía descansar, después de tres años de vivir entre los estudios, el peligro y la incertidumbre, ahora sólo tendría que preocuparme de los estudios, de terminar la carrera, en un país que en esos momentos yo avizoraba lleno de esperanzas de porvenir, y en el que, muy pronto, una vez terminados los años de estudio que me faltaban, me incorporaría a la construcción de una nueva historia, ay, cuanta ingenuidad, Antonia, sin pensar, sin saber, si esto último me excusa, que entretanto muchos, y entre esos muchos tú, eran expulsados de las universidades, de sus trabajos, eran detenidos, torturados y asesinados, y que, muy pronto, miles emprenderían el duro camino del exilio de una patria que ya no podían sentir suya, pues en ella no les esperaba otra cosa que más dolor y muerte, y a mí me esperaban treinta años sin ti, treinta años de una vida que ahora puedo ver como una vida casi de mentira, aunque es cierto que en esos treinta años me casé, fui cuatro veces padre de cuatro hijos a los que amo, también en esos años amé a otras mujeres, o al menos creí amar a otras mujeres, hasta que te volví a encontrar, Antonia, y ya nada volvió a ser igual.

Texto agregado el 21-08-2006, y leído por 504 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
02-11-2006 Uy, que increíble no?, te quedaste anclado así de simple, ancaldo de amor*********** BajoCero
12-09-2006 Ufa, Kucho, la vida del protagonista, y le encuentro razón, ya que a la muchacha de antofa, la volvia a ver 27 años despues y la vi como la ultima vez. hay una gran introversion del protagonista, una narracion impecable, si seviese en el cine,debería ser obligatoriamente en blanco y negro (digo ya) muy bueno compañero cuentero***** curiche
09-09-2006 Enredado en esta historia que no suelta y que obliga a seguirla sin respiro. Apasionante.***** totot
08-09-2006 Este aluvión de imágenes con su estela de bisbiseos secreto es, como dice Paul Eluard, “la puerta que se abre hacia el día y al mismo tiempo la puerta que se abre hacia mí mismo”, y por donde transitan treinta años de palabras que recién hoy se liberan. BaronRojo
24-08-2006 Uffssss!!!!! Un continuo y rapido fluir de la conciencia, que fascina, envuelve y nos hace imaginar esa historia de amores... ***** SorGalim
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