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La cancha de patines era privativa de los gringos, pero nuestras ganas de jugar eran tantas y de tantos, que transgredíamos una, otra y otra vez la disposición: "no pasar cancha de uso exclusivo...".
Nuestra pasión era granulada con sudor y humo. Métele chute, grita bajito, corre y patea. Se nos hacía un hálito la vida.
La cabrería que ingresaba sigilosa, desbordaba a poco del partido, en una gritería que los delataba hasta la quebrada y que trepaba cerro arriba.

La pelota, de esas de cuero que de tanto roce con las piedras comenzaba a mostrar rasgaduras, sobrellevaba el ritmo y la algarabía...un bote más... le metí el empeine y...se cayó la pelota al río...
Ir a buscarla implicaba una aventura. Ciento cincuenta metros abajo, dando miles de botes antes de reposar entre algún peñasco o bien en el lecho del río. Esto era complicado porque había que observar desde la ladera del cerro, la trayectoria siempre irregular y sinuosa. Perderla de vista podía significar el fin de la pichanga, mucho rato de búsqueda y las pifias y el leseo del resto, jalonado con algo de su enojo.
Salí disparado de la cancha, saltando sobre las rejas. Corrí por las escaleras y me asomé jadeante al borde del cerro. Mirada rápida y abarcadora, tratando de atisbar el movimiento de salto y salto de la pelota. En eso estribaba la continuidad del juego. Allí la ví: botes altos y alocados que se reducían progresivamente. Un bote para allá, el siguiente para acá. "Síguela con la vista, que no se te pierda". Me llegó el grito de mi hermano. Le señalé extendiendo el brazo. "Allí va, allí...junto a la bocatoma".
Una vez ubicada en su trayectoria, no había que perderla de vista ni por nada. Esperar que finalmente reposara . Fijar el punto en la memoria y partir cerro abajo a buscarla. De tanto haberlo hecho, había huellas trazadas. Por encima de guijarros, polvo y laderas; uno mismo bajando con rapidez y sin sacarse "cresta y media".
El espéctaculo era múltiple. El "elegido" bajando, el resto gritando desde arriba. Mezcla de apoyo, mofa y las señas para encontrar más rápido la pelota. Vamos corriendo en zig zag. Al acercarse al lugar, se reducía la marcha, se miraba arriba y se gritaba: "¿Por aquí está?". La voz predominante de mi hermano me lo corroboró. La encontré en medio de unas piedras pardas, salpicadas de agua; al borde del río. La levanté en señal de éxito. La gritería aumentó y pude escuchar que me decían: " ¡¡¡ Apúrate, sube rápido !!! que queda mucho partido".
Subir no era cosa fácil. Pero al menos traía la pelota y con ella la pichanga; con ésta la alegría y así, la dicha; granulada de sudor y humo.

Texto agregado el 21-08-2006, y leído por 211 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-11-2006 Saludos por variadas razones. Hay que haber visto la ciudad de las escaleras para comprender que esto que se está leyendo no sólo no parece fácil, sini que hay que tener ñeque para vivirlo. Y de paso, ser feliz en medio de la inclemencia de la geografía y de tanta energía junta... venicio
06-09-2006 La desesperación de perder, momentáneamente, la pelota en un aperrado partido,los gritos la "señalética" (con respeto Nelson, yo habría puesto "y las señas") forman un hermoso y rememorado cuadro de los que fuimos jóvenes y nos pasó lo mismo. Excelente.***** alonso100
25-08-2006 Te juro que lo visualizo todo como una película! tú y el buby con peinados joposos, tu cara de urgido cuando se cae la pelota, los gritos de tus amigos, tus zapatos sucios, y obvio, los colores pasteles de Sewell :) lilibertad
 
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