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La rutina gira como un caleidoscopio. Formas casi infinitas producidas a partir del movimiento de las mismas piezas. Días que se suceden iguales con la variación de tan solo algunos de sus matices… a veces de algunos colores. En ocasiones se salpican de emoción, pero es solo mientras descubro la falsa novedad de las salpicaduras. En las noches planeo viajes, proyecto historias, finjo ideas geniales. En los días giro como una pieza más del caleidoscopio. A veces me entristezco, pero la mayoría de veces ni eso me sucede.

Ya no siento angustia. Casi podría asegurar que soy feliz con esta infelicidad moderada y perfecta. Río mi amargura. Mi risa es oscura… se posa sobre cualquier ternura, sobre cualquier belleza y la deforma, y como la de Baudelaire, redescubre la belleza en la carroña de la vida, del amor, de los valores… en la descomposición constante de todas las realidades.

Camino la ciudad en las noches, aunque no tan ebrio como cuando estaba vivo. La miro siempre como si apenas la descubriera… me convenzo de que la brisa del mar que le fue negado, que el mugre de las esquinas, que la sordera de los semáforos a la madrugada y el acecho de ladrones peligrosos, urgidos de droga y sangre, son algo nuevo a mi percepción… y camino despacio con las manos en los bolsillos, mirando todo como un extraterrestre recién abandonado en el planeta, y así creo desafiar al peligro. Pero nunca sucede nada y el caleidoscopio continúa su danza macabra con la implacabilidad de un reloj de sol.

Sin embargo existen días maravillosos, ocasiones en que alguna lectura nocturna me muestra con todo detalle la belleza de una ninfea pintada por Monet o la existencia de un ser mucho más desintegrado e incierto que yo; días en que un gesto, una palabra de alguna mujer me descoloca de mi habitual aplomo y convierte mi pensamiento en un hervidero de emociones conocidas y desconocidas a la vez; noches en que accesos carnales consentidos y semiconsentidos hacen que me sienta parte de alguna escena narrada por Henry Miller, situaciones a las que solo les falta música de fanfarrias y luces enfocándome desde arriba para ser parte de algún acto circense. Días en que el azar coloca en mi camino sucesos que hacen desaparecer por instantes el caos de todo lo actual y todo lo presente, que desafían la conciencia del caleidoscopio girando perpetuamente. Esos días son como salir de lo profundo del mar para respirar a bocanadas, días que se yuxtaponen en diagonales a la circularidad fatal de los otros días, puntos de fuga que en últimas son los únicos que confieren una unidad a mi existencia, que son la motivación para sobrevivir la condena diaria de ser testigos del recorrido del sol, del juego óptico de la luz, cristales y espejos que hay dentro del caleidoscopio.

Texto agregado el 23-08-2006, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


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