ENTREVIAJES

Estaba roja la penumbra, azotada por carbones que atizaban pasiones y nostalgias, y danzaban candelabros y macetas de flores con el ritmo de una lluvia lejana, rumor en la estancia bermeja. Todo parecía retratado en la eternidad.

Pero se movían entrañas en crepitación de urgencias, y los ojos de Mariela iban de una a otra mesa, y los ojos de Adalberto chocaban en otros que no miraban; sólo sonrisas imperceptibles en el salón alucinado de cristales. Los espejos eran cortinas, lágrimas, sonrisas, desalientos y esperanzas, y luego recogían esas mismas impresiones y las llevaban a los estantes repletos de libros en los que lees la danza de Walpurgis, y los duendes dormidos en Escocia, o la ofrenda a la señora Dalloway.

Todos se han reunido sin intención precisa, y todos -Adalberto y Mariela - han viajado en el espejo y han ido a los jardines de Babilonia sobre el lomo de un libro, a describir flores sin espacio, colores sin marco, a cantar la locura y visitar las historias de Ariel y Calibán alrededor de una copa también bermeja.