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Faltaban, tan solo, escasos cinco minutos para que el reloj marcara la diez de la noche. El avión procedente de Madrid que traía a bordo a Adriana Lucero ya debía de haber aterrizado.
Seis días antes, la abuela Olga había dado la noticia que Adriana llegaría, de regreso a su casa en el barrio de Pompeya, el martes 26 de Agosto, alrededor de las veintidós horas, luego de treinta años de exilio, desaparecidos y lágrimas derramadas.
En el preciso instante que la abuela dio la buena nueva, el tío Abelardo y la tía Inés comenzaron con todos los preparativos para la fiesta de bienvenida. Designaron a la prima Andrea, por su talento en decoración de tortas, para que fuera la encargada de vestir al patio del caserón como el mejor de los salones; la tía Mercedes (de las ocho tías de Andrea, la más vieja y la que mas hablaba), sería la responsable de invitar a todo el vecindario a la gran fiesta. Cinco días fueron suficientes para que estuviera todo preparado y organizado.
Ya casi daban las diez. Ahora solo faltaba un minuto. Unas cincuentas personas, entre familiares y vecinos, se encontraban abarrotadas y a oscuras en el patio de los Lucero. Como Adriana estaba por tocar el timbre, el tío Abelardo se encargo de que cada invitado se escondiera en algún lugar recóndito de aquella gran casona.

—Se acerca un taxi— murmuró la tía Elvira.

Joaquín, el menor de los primos, se asomó en forma sigilosa por la ventana. (Si Adriana lo descubría la fiesta se echaba a perder).

—Falsa Alarma. El taxi estacionó en lo de Rosa; seguro que le acerca algún cliente— dijo Joaquín.

Las luces de la casona se encendieron nuevamente a la espera de algún otro indicio de la aparición inminente de Adriana. Aprovecharían esos últimos instantes para terminar de retocar algunos detalles, mínimos por cierto, de la fiesta. Desde el fondo del segundo patio de la casona, se escuchó la voz ronca del tío Raúl:

—¡Asado a punto! Apurate Adriana que se nos quema—. Se reía solo.

Por algún motivo Adriana Lucero estaba demorada. El reloj acababa de anunciar las veintitrés horas. Los invitados, inquietos y hambrientos, dieron por iniciada la fiesta. "Cuando llegue Adriana que se sume", se escuchó decir a alguien. Llenaron sus vasos con vino y cerveza, picaron salame grueso, queso y pan. Al tío Raúl se le había quemado el asado.
La abuela Olga abrió la puerta de calle. Tomó una de las sillas de lata y decidió sentarse en la vereda. Necesita recordar. Fue la prima Andrea quien, en medio de los alborotados festejos, decidió tomar el teléfono, llamar a la aerolínea y consultar si el vuelo que traía a Adriana Lucero ya había tocado tierra.

—¡La secuestraron, seguro que la secuestraron! Aulló la prima Andrea al momento que caía semi desvanecida al piso cubierto de papas fritas, carozos de aceitunas, manchas de jugo y vino.

—¡No puede ser!— roncó el tío Raúl, mientras picoteaba un pedazo de costilla asada.

Unos de los vecinos, Don Jorge Peluso, se ofreció como intermediario del rescate. Era un Comisario General retirado de las fuerzas, pero con grandes influencias. Luego de que los familiares aceptaran su ayuda, tomó el teléfono e hizo un par de llamados.

—Listo—, dijo— En cinco minutos estarán los helicópteros y las fuerzas anti secuestro rastrillado la zona de Ezeiza. No se preocupen y estén atentos a los llamados. Seguro pedirán rescate. Si alguien atiende me lo pasa en forma inmediata. Yo se como negociar con esos hijos de puta.

El carácter decidido que mostraba Don Jorge Peluso sumado a que la tía Inés se mostró eufórica tras la noticia de que Adriana no estaba, ni internada en ninguno de los hospitales públicos, ni descansando en ninguna de las morgues, llevó cierto aire de tranquilidad a la casona de los Lucero. Pero la algarabía fue momentánea, pues doña Clorinda Bermúdez, la vecina de la vuelta de la casa de los Lucero que era conocida por sus afinidades a las brujerías y todo clase de cosas relacionadas con el más allá, salió del cuarto donde estuvo reunida por mas de dos horas con la tía Mercedes tratando de comunicarse, en vano, con el espíritu de Adriana.

—Lo siento—, dijo Doña Clorinda con lágrimas en sus mejillas —Adriana no contesta. Los secuestradores la mataron.

Duros momentos de llantos e incertidumbre se avecinaron en todo el barrio. La policía rodeaba la casa. Habían intervenido la línea telefónica a pedido de Don Peluso. Un médico fue solicitado con urgencia para atender a la tía Mercedes, quien después de asimilar el hecho de que Adriana estaba muerta, cayó en una profunda crisis de nervios intentando suicidarse a punta de cuchillo en dos oportunidades.

Otro motivo de gran preocupación de familiares y vecinos era saber como le darían la noticia a la abuela Olga; veinte años la habían separado de su bisnieta Adriana y cuando creía que la volvería a ver, alguien debía decirle que ella ya no volvería; que la habían secuestrado y asesinado.
Mientras tanto, la abuela Olga seguía sentada en la vereda con su mirada perdida. No tenía noción de los graves sucesos que estaban aconteciendo. Ella esperaba a Adriana y recordaba la última charla telefónica.
Llamaron a Jesús Molinaria, un psicólogo recién recibido que vivía justo frente a la casa de los Lucero y sería quien los aconsejaría de cómo darle la noticia a la abuela Olga.
"Antes que nada una ambulancia cerca de la casa, recuerden que se trata de una noticia muy fuerte. Por otro lado, la rodearemos todos para contenerla emocionalmente, y alguien le dará, en voz baja y en forma pausada, la noticia. Si la abuela es creyente seria bueno que también un cura estuviera a lado suyo".
El gallo del patio del fondo inicio su canto. Los familiares, vecinos, cura, psicólogo y medico rodearon a la abuela Olga. El encargado de dar las malas noticias seria el tío Raúl quien dio un paso al frente de la ronda. Se agachó, acarició a la vieja y como había recomendado Jesús Molinaria comenzó a hablar bajo y con vos pausada. El resto de la gente ya estaba preparada para reaccionar según lo planeado.

—Abuela— dijo Raúl pálido y melancólico.
—¡Ya recuerdo!, maldita cabeza la mía— interrumpió, en forma vigorosa, la abuela y continuó— Que bueno que estén todos reunidos aquí. Les quiero avisar que ahora sí me acordé bien clarito que Adrianita va a llegar el 26 de Septiembre a eso de la diez de la noche. Tenemos que prepararle una gran fiesta de bienvenida.

(Fin)

Texto agregado el 28-08-2006, y leído por 279 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-08-2006 Me gusto*5 terref
 
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