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LA TRAPECISTA DE LA LUNA

En la terraza de la gobernación, había una estructura en forma de media luna sobresalida sobre el jardín principal, en la que caminábamos jugando a los equilibristas. Pablo, mi hermano mayor sostenía una larga vara e iba poniendo un pie tras del otro, desafiando a la muerte, inconsciente del peligro de caer desde esa altura, con la osadía fantástica que solo los niños poseen. Mientras tanto, mis hermanas y yo aplaudíamos frenéticos, con la adrenalina recorriendo nuestros cuerpos y dándoles vida a los locos motores que en esa época guiaban nuestras vidas.

Mi padre había sido electo gobernador, por lo que habíamos tenido que mudarnos con todas nuestras cosas a ese viejo pero hermoso edificio de cuatro pisos en el centro de la ciudad. El día en que llegamos nos dedicamos a recorrer los pasillos, abrir todas las puertas, inspeccionar cada ventana, armario y cajón que se nos cruzara en el camino.

Cierto día bajamos al sótano y rebuscamos entre los baúles y muebles antiguos, montañas de libros y cajas de madera cerradas con clavitos diminutos, como ataúdes de secretos se cruzaban en nuestro camino.

En una esquina del sótano, encontramos un gran arcón de madera. Era hermoso, forrado con un papel aterciopelado azul, aunque carcomido en las esquinas por el tiempo y la humedad. Como contraste, unos hermosos cerrojos dorados custodiaban los secretos. Lo abrimos con un cuchillo de la cocina, violentamos las cerraduras y forzamos la pesada tapa, levantándola con una varilla que al ejercer presión sobre el borde, resquebrajo la madera.
Fue como encontrar un tesoro, aun guardo la visión del instante en que quedó descubierto el secreto. Dentro del baúl habían estolas, unas de plumas y otras de piel, vestidos de encaje, sombreros en cajas, y algunos pares de tacones diminutos para mujer. Eran perfectos para mis pies de ocho anos. Hermosos, forrados de sedas y tafetanes, con tacos de aguja y suaves forros en su interior.

Me gustaron unos de color pavo real, con unas piedrecillas brillantes en la costura posterior y que bajaban por el taco formando un espiral. Nunca había visto unos zapatos tan hermosos. Mamá no tenía ningunos parecidos a esos.
Escondí los zapatos sin que mis hermanos lo vieran, ya que habíamos hecho un juramento de que no sacaríamos nada del baúl para que mamá no supiera que lo habíamos encontrado, así podríamos bajar a jugar cada vez que quisiéramos.

La nana nos llamó para tomar e! té, subimos presurosos con caras disimuladas para que nadie se diera cuenta de nuestra fechoría. -¿Dónde estaban? , los busqué por toda la casa, - dijo, ¡Rápido, a lavarse y peinarse, que la mamá los está esperando en la terraza! Pablo y Ricardo, recuerden que las niñas van primero.
Mientras tomábamos el té junto a mamá, nos mirábamos de reojo y nos pateábamos debajo de la mesa. -¿Qué les pasa chiquillos? Dijo mamá, ¡Sospecho que vienen haciendo una travesura de las buenas!, Y siguió tomando su té y fumando, mientras su mente se alejaba hacia el sur en el humo de su cigarrillo, arrastrando en viejos vagones oxidados, los recuerdos de su juventud.
A la mañana siguiente, muy temprano, desperté muy emocionado, había soñado toda la noche con los taquitos pavo real. Compartía la habitación con mi hermano Pablo, que aún estaba tocando la puerta de entrada al quinto sueño. Aprovechando la situación, me escabullí sin hacer ruido y bajé hacia el gran salón. Ronco, nuestro perro labrador estaba dormido al pie de las anchas escaleras alfombradas. Por primera vez le tuve miedo, pasé a su lado y se despertó, me miró, hizo un gesto de viejo cansado y volvió a dormir. Me quedé inmóvil como una estatua y sin respirar por unos segundos. Cuando vi que a Ronco no le importaba mi presencia, corrí en puntillas hacia la cocina, abrí la puerta del sótano y bajé sigiloso.
Allí estaban, escondidos donde los dejé, esperándome, brillantes, con mas color que la tarde anterior, el olor a naftalina y polvo viejo hacían crecer mi emoción, pues me recordaban el momento en que abrimos el baúl. Me puse los tacones y camine por el sótano, modelando mis piernas flacas y mi salida de cama azul con rojos trenes. Imaginé que era una modelo o una bailarina de un circo. Los tobillos se me doblaban hacia fuera y debía hacer un gran esfuerzo para mantenerme erguido sobre los tacones de aguja forrados de brillantes.
Me senté sobre el piso húmedo y guardé los tacones debajo de la salida de cama. Escuche ruidos en la cocina, imaginé que era la nana que preparaba el desayuno.
Al escuchar el ruido en el sótano grito: - ¿Quién esta ahí? _Soy yo nana, creí que había olvidado aquí mi libro de cuentos, pero no lo encuentro.
-mmmmmmmm, no te quiero ver allí abajo otra vez, o tendré que decírselo a la mama, ¿entiendes?, le respondí! que sí y pasé detrás de ella corriendo como si me persiguiera el cuco.

Subí a la terraza y me calcé los taquitos pavo real. Imaginé estar en el circo. Me encaramé en la media luna y caminé por ella sintiéndome la más feliz de las trapecistas. Un paso en falso me acercó aún más a la luna y a la inmensidad.
Ahora lo veo todo desde arriba, aunque no pude llevar conmigo mi tesoro. No los necesito aquí.


Febrero, 2004

Texto agregado el 03-09-2006, y leído por 336 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-09-2006 Tierno, musical, con la sensibilidad de quien conoce la niñez... aukisa
04-09-2006 Texto descriptivo con escenas de calidad de una niñez alocada que finaliza de manera trágica con un giro de 180º... Muy original churruka
 
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