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“¿Abuela?”, preguntó Almudena a una enana roja que, con afán y un plumero, limpiaba el polvo de un meteorito.

- Dime, cariño.
- ¿Algún día dejaremos de brillar?

Los chispazos de ingenio se escapaban de su boca infantil a tal velocidad, que los que la escuchaban solían atrincherarse en un apresurado “no lo sé”, o recitar una excusa absurda y huir sobre una fugaz, con los mofletes colorados.

La abuela no huía ni se atrincheraba: guardaba silencio. Sus millones de años en el universo le habían enseñado que esa era la mejor forma de llegar al infinito. Y en el infinito estaba la verdad. De todo y de todos.

La pequeña advirtió que su abuela sujetaba con fuerza el penacho empolvado como si temiera que, de un momento a otro, se echara a volar hasta el agujero mágico donde ahora vagaba su pensamiento. Era una estrella preciosa. Hacía tiempo que su luz se había tornado grana, anuncio irreversible de su partida.

Cuando las ideas le volvieron a la mente, sacudió el plumero con el arte del hada que agita su varita y dijo:

- Las estrellas, querida, nunca dejaremos de brillar. Nosotras somos como hojas de otoño. Llega un día en que mudamos de color y en un salto delicioso, nos desprendemos del cielo para caer sobre una nube cósmica. Si lo vieras, Almudena… ¡Es una verdadera fiesta roja!

Antes de que la niña pudiera imaginar esa singular celebración, la anciana empezó a bailar la danza de la antigravedad. Giros a la velocidad de la luz, rebotes sincronizados, palmas y piruetas. Almudena reía a carcajadas y la luz de su sonrisa se vertía en un arco iris que se alcanzaba a ver desde lugares muy lejanos de la galaxia.

En la Tierra, un chiquillo que llevaba un buen rato contando estrellas
–trescientas cincuenta y dos, trescientas cincuenta y tres, trescientas cincuenta y cuatro-, había descubierto el locuaz baile de la roja. “¡Papá! ¡Una estrella se está moviendo!” El padre, que parecía un robot programado para negar lo que sus hijos afirmaban, contestó inmutable: “Las estrellas no se mueven”.

Mientras las palabras del padre-robot eran absorbidas por el televisor, la abuela de Almudena improvisaba una canción:

Cuando llegan a la nube
las estrellas se divierten como niñas
y se hartan de meteoros de vainilla.
Echan a volar cometas y
montan en tiovivos de planetas.

Millones de lucecitas enloquecidas
a la caza de fugaces,
sorteando satélites de piedra pómez
y buscando en sus cráteres
lombrices felices.

La danza espacial terminó y la anciana acarició la cabeza de su nieta, susurrando muy despacio:

- Cuando llegue mi otoño, tú te quedarás en mi lugar y brillarás como ninguna estrella jamás lo ha hecho. Los hombres se enamorarán de ti y las mujeres querrán llevarte en su dedo como una sortija de diamantes. Cuando vistas el traje rojo, yo te esperaré en la nube. Bailaremos y reiremos tanto que nuestras risas se oirán hasta los límites del cosmos.

Almudena sabía que su abuela decía la verdad, pero que esa verdad era un secreto que debía guardar por muchos, quizá millones de años. Cerró los ojos y se imaginó a sí misma en el otoño estelar con un fastuoso vestido rubí, girando como la bailarina de una caja musical.

La estrella roja se ocultó en su pequeñez y volvió con el meteorito y el plumero. Se sentía dichosa por su nieta. Bajito, siguió cantando: “Millones de lucecitas enloquecidas/ a la caza de fugaces/ sorteando satélites de piedra pómez/ y buscando en sus cráteres lombrices felices/…” En un big- bang de emociones, su voz se expandió imperceptible, colmando todo el universo.

Texto agregado el 05-09-2006, y leído por 237 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-09-2006 Buen trabajo. La imaginación al poder. Me ha gustado leerlo. Un saludo de SOL-O-LUNA
22-09-2006 Excelente. Escribir sobre elementos solo imaginados, como en la ciencia ficción, suele ser de las cosas más difíciles que hay. En tu caso se te da con increible facilidad. Felicitaciones! Una constelación. zepol
21-09-2006 hermos me gusto5* yeyson
17-09-2006 Como siempre, me ha encantado. La temática fascinante, la reflexión profunda, el optimismo a toda prueba, la alegría contagiosa y la sencillez de la infancia. Tu imaginación es maravillosa. Gracias por compartirla. ***** desmoulins
06-09-2006 Una auténtica delicia este cuento. Despliegas las alas de la imaginación y nos haces volar muy alto... hasta las estrellas. Brillante, fantástico. Felicidades y 5 estrellas más. jau
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