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Cuando sus grandes bucles dorados caían sobre su rostro pálido era la mujer más sensual y deseada en el pasillo; al caminar por él, daba la impresión de ir flotando, de ser toda un alma en pena; su cuerpo delgado parecía que fuera mecido hasta por el mas leve viento, como una bandera que flaquea. Al llegar a la cafetería, el inmenso murmullo sólo permitía poder escuchar una apagada voz que pedía: “lo de siempre”, Doña Beatriz comprendía el mensaje, de inmediato y sin demora servía un tinto viajero y se lo entregaba con un cigarrillo largo y blanco acompañado de una caja amarilla de chiclets de menta, inclusive con el calor mas insoportable “lo de siempre” nunca cambió, nunca dejo de ser lo de siempre.

Se sentaba a la sombra de un árbol de roble grande que la protegía del frío y del calor, en una de las bancas de color café oscuro, allí, era como una niña sumergida en un gran desierto, sus pies quedaban colgando en el aire, no ocupaba mas de una cuarta parte de la silla y cuando mucho su cabeza apenas alcanzaba a sobresalir por detrás del espaldar.

Nunca nadie la vio comer algo diferente en la cafetería de Doña Beatriz. A pesar de que era lo que más le advertían, quizá fue lo que nunca pudo escuchar, lo que nunca pudo entender; Bueno, no hay que exagerar, si lo entendió, tiempo después cuando lo volvió a ver a él nuevamente.

Aquel hombre de mirada cálida, de manos suaves, de palabras tiernas, que le había mostrado en las tardes de verano, los olores de las flores recién cortadas, el trinar de los pájaros, el sabor del rocío y como masticar nubes con sabor fresa y que se había alejado en una fría noche de invierno dejando la botella y el vaso vacíos.

Cuando lo vio caminar nuevamente sobre las baldosas húmedas de la cafetería la boca se le llenó de palabras, tragaba mas saliva de la que tenía, noto algo diferente al café en su estomago, empezó a marearse y se sintió tan hastiada del sentimiento que tuvo que empezar a vomitar porque temió asfixiarse. Comenzó a hacerlo primero con fuerza, abriendo sus labios como fauces de león y dejando escapar gran cantidad de bilis de color oscuro, luego con mas lentitud, disminuyendo el tamaño de su cavidad bucal al tiempo que las continuas arcadas. Vomitó tanto que al final se dio cuenta que ya no tenia con que sentir pasión, ni amor, ni miedo, ni odio... se dio cuenta que era anoréxica y que había vomitado su corazón.

Texto agregado el 22-01-2004, y leído por 324 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
11-03-2007 Texto original y eso que el tema es de gran actualidad, la anorexia. doctora
21-03-2006 Una prosa que atrapa, pulso constante, buen manejo de la pluma. Un abrazo. mariamorena
04-02-2005 apuesto a lo mismo, lo ubiese dejado en los puntos suspensivos bocchio
03-02-2005 Una literatura muy sabrosa, rica de leer. Una narrativa fluida, pegajosa, bella. Un final de nock out. Tienes mis 5 estrellas coterráneo. crosti
29-09-2004 Me gustó. Felicitaciones jorval
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