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Pishtaco

Una vez mas el cuarto 25B del pabellón desocupado tenia la puerta sin seguro y sabanas limpias, entramos Tania y yo sin hacer ruido, nos dirigimos a la cama para iniciar una vez mas el eterno rito del amor sexual, yo lentamente la despoje de la blusa mientras le besaba el cuello; ella gimió muy despacio y se erizo como una gatita ronroneando de placer, la testosterona fluyo por mi sangre en dirección al cuerpo carvenoso de mi pene, que empezó a inflarse como un globo, las venas que lo rodeaban empezaron a contraerse por efecto de la enzima y experimente una vez mas una erección, normal en un joven de quince años ante el estimulo de una bella mujer en la penumbra.

Entre Tania y yo nunca hubo mentiras, nunca nos juramos amor eterno, lo nuestro era físico y simbiótico, compañeros de aventuras, jóvenes amigos rodeados por lo exótico de una selva tropical... Con las hormonas siempre en ebullición y la ayuda complaciente de Anselmo, el marido de Mariana que era el cuartelero de la Casa de Huéspedes, tu sabes en el fondo a todo el mundo le gusta ser alcahuete y el me prestaba un cuarto a cambio de algunos futuros favores... Cuando la tuve desnuda, tendida sobre el lecho con su piel canela contrastando con la blancura de la sabana, no pude contenerme más y despojándome del pantalón y el calzoncillo la penetre suavemente sintiendo la armonía casi perfecta de mi cuerpo dentro del suyo, retozamos por un rato deleitando cada segundo del encuentro... hasta que sobrevino la explosión de neuronas que acompaña a un polvo bien gozado.

Termine de desvestirme, nos metimos bajo las cobijas ella apoyo su cabeza en mi hombro y media adormilada pregunto.

- ¿Como te fue en la cacería de Viscachas?

Cual moderna Sherezade inicie el relato, sintiendo dentro de mí nuevamente la furia que casi me hace cometer una matanza.


Salimos el chino Andrés, el Sargento FAP Alberto Chucho y yo de la heladería de los Sanabria, luego de hacer los planes para la próxima cacería, esta vez de Viscachas en las serranías de Ambo; 85 kilómetros al oeste de Tingo Maria, me dolió despedirme de Teresa Sanabria sin darle un besito a la linda galleguita, este sentimiento me había acompañado siempre, desde la primera vez que la bandida se coqueteo conmigo, ella había sido culpable de numerosas erecciones nocturnas y la tenia clavada en la pituitaria como una maldición. Para los que no leído con anterioridad mis aventuras... Déjenme decir que corría el año de 1953 en Tingo Maria, un pueblo situado en la amazonía Peruana, yo tenía quince años cumplidos, había sido violado a los trece por una vecinita mayor que yo – que me hizo comprender las delicias del amor carnal... Mantenía relaciones sexuales con Chelita, una compañera de clase en la escuela, con doña Dolores, lavandera de la Casa de Huéspedes de la Estación Experimental y con Tania por la que sentía una profunda amistad; estaba enamorado hasta las patas del sexo femenino en general y de la mujer del Jinete sin Cabeza en particular.

De acuerdo a lo planeado, llegamos en la madrugada del sábado, el Sargento había tomado prestado un rifle Máuser Original Peruano 1910 del arsenal de la base aérea y para poder llevarlo sin problema vestía su uniforme de la Fuerza Aérea, el chino portaba su escopeta calibre 16 de doble cañón que lo acompaño en todas nuestras cacerías y yo por supuesto, mi inseparable Remington calibre 22, el caserío de Ambo era un pequeño asentamiento humano a la vera del camino en las faldas de un cerro, con solamente cuatro o cinco casas y una chocita con un letrero Restaurante paradero casi obligatorio de cuanto camión recorría el camino de Huanuco a Pucallpa. El desayuno fue magro; un huevo frito, pan frió y café.

La Viscacha es un roedor peludo, primo hermano de la chinchilla que habita los roquedales andinos; suele tomar el calor del sol echada en las rocas de las alturas, lo que la hace blanco fácil para cualquier tirador mas o menos hábil, marinada en vinagre en un manjar delicado cuando esta debidamente condimentada, alquilamos mulas – híbrido de potra caliente con burro - que son los equinos con patas mas seguras para los desfiladeros andinos y empezamos a trepar por un caminito escarpado que había sido trazado por el uso de cientos de años.

A media altura del cerro Carpish nos encontramos de repente con pueblito típico serrano, diez o quince casitas de adobe con techos de paja Ichu amalgamada con barro y algunas de calamina, situadas al rededor de un cuadrado desocupado, que oficiaba de plaza central donde ocurrían las ocurrencias de la gente... El pueblo estaba aparentemente vació, con las puertas trancadas... Pero se notaba tensión en el ambiente, podías percibir la electricidad estática chisporroteando en tus cabellos, los perros no ladraban, los niños no jugaban y el lugar donde habitualmente - como en todo caserío, se ubicaban los lugareños a comerciar su mercadería estaba inusualmente limpio de polvo y paja.

A lo lejos se escuchó un gemido dolorido, que provenía de los extramuros... de una choza destartalada, con el techo cayendo por su propio peso y la puerta desvencijada, de una patada y con las armas listas abrimos la tranca, algo que parecía un ser humano estaba amarrado de un tronco incrustado en el suelo, todo cubierto de barro y excrementos de su propia defecación, el hedor era insoportable... Solo por su formación médica pudo Alberto acercarse al caído y tratar de atenderlo.

- Help... Help Era lo único que el eccehomo decía en su dolor.

Nuestro ingles en ese entonces era bastante rudimentario, pero estaba claro que el gringo pedía ayuda.

En un rincón cubierta solo por un poncho deshilachado y comido por la polilla yacía una mujer joven, también cubierta por la mugre y totalmente desnuda, demudada de terror, mirando hacia el vació con los ojos desorbitados; como una loca en su paroxismo; esto parecía un cuento de terror, salimos del cuchitril y llamamos a voces por ayuda, pero nada se movía en rededor.

El Sargento Chucho, enfermero de la base aérea de Tingo Maria, que era lo más cercano que podías encontrar a una autoridad en ese pueblo alejado de la mano de Dios, disparo su fusil al aire y grito colérico.

- ¡Salgan carajó, antes de que queme este pueblo de mierda!

Se abrió una puerta y salio un cholito raquítico, mascando sus hojas de coca mezclada con cal viva, para acrecentar la reacción química de la cocaína.

- Nakaq pues taitita... ¡Pishtaco! Se paso la bola verde de hojas de coca, de un cachete al otro y cuando reparo en el uniforme del Sargento, pretendió la parodia de un saludo militar.

- Conscripto Toledo Quizpe, a la orden me Sargento.

- Pongan a hervir agua para curarlos, ahora mismo carajó. Berreo el Sargento.

- ¿Qué mierda pasa acá? Alberto estaba fuera de sí, parecía listó para agarrar a golpes al resto de gente, que saliendo de sus casas, se había congregado al rededor, algunos con palos y machetes y en actitud definitivamente hostil.

El chino y yo preparamos las armas, por si eran necesarias he hicimos evidente que podíamos usarlas.

- Son Pishtaco... puis taitita, los chapamos cerca al pueblo mirando a quien desnucar para sacarle su grasita puis. Continuo el indio.

- No entendiquichu mananchu que diciendo, Nakaq es supaipa guagua, puis Sargento. El cholito mezclaba quechua con su limitado castellano.

Cuando el agua estuvo lista, desalojamos a todos de una casa y hicimos que introdujeran a ambos en ella, se decidió primero lavar a la chica pues parecía que era la que menos daño tenia.

- Tiene excoriaciones múltiples en la zona púbica.
- Parecería que ha sido abusada sexualmente repetidamente.
Dijo atónito Alberto Chucho, que en su vida de enfermero había visto casi de todo.


Tania se junto aún más a mí mientras tiritaba, cuando en la habitación la temperatura estaba en los cuarenta.

- ¿Qué le habían echo estos desgraciados? Me pregunto ella.

- Había sido pasada por las armas por todo macho activo del poblado.
- Sentí ganas de apretar el gatillo... ¡Te juro que no se como me contuve y no dispare!
Le dije a Tania mientras mi mano jugueteaba entre sus piernas, ella sintió el castigo y empezó a tomar la postura de cubito dorsal, mientras movía sus piernas invitándome a la acción.

Volví a poseerla delicadamente, como toda mujer se merece... Le bese los senos, la bese en el cuello, le apreté dulcemente con mis labios sus pezoncitos de niña nunca parida; ella gemía en una entrega total sin condiciones, cuando todo acabo, nos acurrucamos el uno con el otro en una entrega mental, aún mas profunda.


Esto paso hace cincuenta años, mi memoria no es tan fiel como para recordar palabra por palabra, permítanme recapitular lo sucedido, para relatárselos a ustedes en medio de mi repugnancia hacia ese grupo de animales de dos patas, sumidos en la ignorancia y abusados desde sus ancestros hacia el futuro.

Recién empezaba en el mundo el movimiento Hippie, que hizo que jóvenes aburridos de la vida fácil, se lanzaran por los caminos para conocer el mundo. Ellos - hasta el día de hoy ignoro sus nombres – vinieron a Sudamérica a conocer la gente del tercer mundo, que mejor lugar que la serranía del Perú, no pensaron que por desconocer el idioma, surgirían inconvenientes, algunos imposibles de prever y se lanzaron por los caminos olvidados, en busca de la aventura que luego habrían de lamentar.

El indio de la serranía es, fue y será una raza explotada por el más fuerte. Primero fue el Inca venido quien sabe de que continente, de que planeta o de que galaxia, que aterrizo en el Lago Titicaca, fundo el Imperio y esclavizo a los Indios, los hizo trabajar en tierras del Imperio a cambio de hojas de coca y les quito a su Dios y les forzó a adorar al Sol; talvez en remembranza de alguna deidad en su propio planeta y sembró en ellos el miedo profundo a lo desconocido, mil años atrás les enseño a temer al Pishtaco, extranjero malo que mataba al Indio para quitarle su grasa, con algún tipo de liposucción cometido en el difunto, grasa que por fina era necesaria para lubricar sus maquinas voladoras... Luego fue el español venido de tierras extrañas, centauro sobre un caballo desconocido, con una sed insaciable por su riqueza que exploto al indio, violo a sus mujeres y esclavizo a sus hijos... Por ultimo vino la Republica de hombres blancos que le quitaron la tierra y las cosechas... Y después vinieron los gringos con sus grandes maquinas a sacar el mineral de sus cerros y las maquinas necesitaban grasa y la grasa necesito al Pishtaco... De los Incas milenarios, heredaron el culto al Sol y la Coca, de los Españoles el catolicismo ciego de la Santa Inquisición, de los blanquitos el Servicio Militar Obligatorio del que había desertado Toledo Quizpe y de todos ellos el temor atávico a lo que no comprendían y comprendían tan poco que temían todo, cultivaban los cerros porque les habían quitado la tierra, pero les quedaba el odio que cuarenta años después creo la guerrillas de Tupac Amaru y Sendero Luminoso.

Los gringos llegaron a conocer y fueron capturados, en ellos los indios se ensañaron cobrando pasadas cuentas. En su ignorancia, el Pishtaco era un ser real y maldito, que merecía morir, al violar a su mujer solo buscaban reciprocidad. Luego de curarlos lo mejor que se pudo, los bajamos en las mulas hasta Ambo y allí los embarcamos en un camión rumbo a Huanuco, nunca mas volvimos ha saber de ellos.


- Tania, si quieres que te diga como fue la cacería, no matamos ninguna Viscacha... Solo salvamos a un Pishtaco.

Ella se acerco más a mí, sentí su calor que despertó una vez más al macho frenético de mis quince años y nos fuimos por el tercero.

Texto agregado el 22-01-2004, y leído por 1678 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-07-2004 Ya lo han dicho las k comentaron antes k yo, solo te puedo dejar mis estrelas... como siempre. BZS KaReLI
24-03-2004 Maravillosa la forma de relatar las dos historias a la vez, un recuerdo dentro del otro. Me pareció fascinante la historia de los indios, como han sufrido la explotación a lo largo de los siglos por diferentes culturas, con unas consecuencias tan terribles para ellos yoria
17-03-2004 me pasié por tus letras mucho rato y decidí dejarte comentario en este, porque como en todos te luces, pero en especial, porque trabajar con la historia dolorosa, de sufrimientos y vejámenes de una cultura ancentral. Me gusta tanto como narras, porque son vivencias que se sienten en lo más profundo, y como personaje de todas tus historias, uno puede percibirte en todas sus dimensiones. Siempre me has parecido un gran narrador, ahora que te releo, me lo pareces mucho más. Estrellas miles miles para tu cielo junto a mis saludos. CaroStar
14-02-2004 Increíble la forma de relatar. Me parece sublime éste cuento, porque va relatando historias pasadas y sufridas, en brazos de una mujer, que es también otra historia... Muy bueno. Excelente. Morana
 
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