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TU SONRISA

Llegué a la comunidad huyendo de una sonrisa. La paz de la vida en el convento, el silencio de los moradores del claustro, la tranquilidad del campo, el aire limpio y los hábitos de vida sana, la lejanía de la afanosa urbe… todas habían sido razones consideradas y expuestas para mi retiro estival. Mis padres así lo habían entendido y, convencidos de que en aquel momento podía ser lo mejor para su hijo, habían dispuesto todo para mi partida en las mejores condiciones posibles.

Mi llegada al monasterio tuvo lugar un lunes por la mañana, día de sol glorioso, un buen ejemplo de lo que suele llamarse pleno verano, si bien, a tan temprana hora, los cipreses de la entrada proporcionaban un agradable y ligero frescor que me supo a despedida. A despedida del mundo y de ti, que, a fin de cuentas, eras la verdadera razón de mi reclusión. La recepción se realizó sin ceremonia ni protocolo alguno. El chófer particular de mis padres, hombre de indiscutible discreción, había sido encargado de conducirme hasta la entrada del monasterio, donde el hermano portero me recibió sin apenas mirarme, con su rostro cetrino y aquella expresión hosca y distante que, en las semanas que estuve allí, pude comprobar que jamás se le borraba. Nunca le vi sonreír, y desde esa primera vez en que lo tuve enfrente, comencé a albergar la idea de que simplemente no tenía en su vida ningún motivo para hacerlo. En aquel mismo instante me vino a la memoria tu sonrisa, y una vez que el portalón del convento se hubo cerrado con ruido a mis espaldas, adentrándome por el corredor hacia mi celda tuve la sensación de que había traspasado la entrada detrás de mí, lo cual no fue sino confirmar lo que ya sabía: iba a necesitar mucho tiempo para librarme de ella completamente, quizás todo el resto de mi vida.

La vida con los monjes transcurría tal y como la había imaginado, con tranquilidad, sin ninguna clase de sobresalto. Los horarios de comidas, trabajo y oración se cumplían con absoluto rigor, algo que parecía enorgullecer a los frailes, acaso porque en el monótono suceder de las horas no hubiera muchos más logros de los que poder presumir. Mis días aparentemente participaban de esa misma atmósfera de paz y sosiego. Pasaba horas encerrado en mi celda, entregado a la lectura y al estudio. Los ratos en que me premiaba a mí mismo con un poco de aire fresco, solía pasear por los alrededores del monasterio, casi siempre al atardecer, buscando los momentos menos sofocantes del día; o permanecía en el huerto-jardín leyendo u observando a los hermanos en sus labores, o simplemente sentado bajo un árbol con la espalda apoyada en el tronco y mirando el cielo. Pero siempre manteniendo en mi mente la sonrisa que me había hechizado. Todos aquellos días, horas y minutos estarán marcados para siempre por mi empeño en olvidarte. Y como toda empresa que se resiste desde su inicio, cuanto más intentaba concentrar mis fuerzas en no pensar en ti, tanto más clara se formaba tu imagen en mi mente, siempre, siempre sonriendo. Mi comportamiento era perfectamente correcto y acorde con las estrictas normas monacales, pero dentro de mí no cedía la intensa pasión. En medio de tanta paz, yo sentía que mi alma corría desbocada a lo largo y ancho de las dependencias del convento, perseguida por tu recuerdo, sin que ninguno de los monjes pudiera darse cuenta de ello en absoluto.

Mi relación con el exterior era apenas existente, pues el monasterio no contaba con televisión, radio, ni teléfono, y solo llegaban periódicos los domingos. Mis padres me visitaban una vez por semana. Una vez hube llegado, se presentaron a los dos días para ver si estaba bien, si me adaptaba a la comunidad, y si iba recuperándome de las pequeñas heridas que todavía me quedaban del accidente. Les hice ver que me encontraba perfectamente, y concertamos la periodicidad de las visitas, ya que era prácticamente imposible comunicarme con ellos. Durante doce semanas no faltaron ni un solo miércoles. Nunca les he contado que la idea de retirarme a un monasterio no sirvió para nada, y ellos viven seguros de la completa recuperación de su amado hijo. No quiero que vuelvan a sufrir como lo hicieron el día en que fueron avisados del accidente y conocieron mi relación contigo. A los dos días de tu muerte, y para evitar que alguien hubiera podido relacionarnos a través del accidente, pusieron en marcha el plan del convento, y ocho días después me trasladé allí. Estoy seguro de que ellos tampoco han olvidado tu rostro sonriente, tu cuerpo ensangrentado sobre el asfalto, tus ojos abiertos con perfecta naturalidad y vivos aún, aunque ya la vida hubiera escapado de ti.

Doce semanas permanecí en la comunidad, y doce años han transcurrido desde que salí del monasterio para volver a casa, a mi vida normal de estudiante universitario de último curso, de hijo de familia bien heredero de un importante apellido. Sin embargo mi vida no tiene nada de normal. Como en el convento, mi aspecto exterior es impecable, y mi comportamiento y modales, adquiridos a lo largo de años, son los que siempre se han esperado de mí. Mi única peculiaridad sigues siendo tú con tu sonrisa que ya es eterna, y que no sólo no he olvidado, sino que cada día evoco con más intensidad. Mi propósito inicial de huir de tu recuerdo se ha cambiado en el propósito de no olvidarte jamás. Nunca sabré los caminos que hubiéramos podido recorrer juntos, porque tú te quedaste muerto al principio del que acabábamos de empezar. Por ese final súbito y dramático, nuestro amor tímido y apenas confesado se me ha clavado en el alma como una espada estrecha, que me deja vivir lo justo para sufrir y nada más. Y tu sonrisa, Ernesto, viajará para siempre conmigo, hasta el fin de mis días.

Texto agregado el 23-01-2004, y leído por 738 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
28-02-2009 Titulándose de esta manera no podía dejar de leer tu escrito. Muy interesante, para debatir incluso. =) smileater
26-11-2005 Tejer una buena buena historia es bastante más dificil que tejer una alfombra persa. Sobre el papel, tú tejes filigranas. akim
22-07-2005 Aveces el amor es: sincero, fugaz, así es... como un último respiro. guajolox
25-05-2005 Bueno. Se deja leer hasta el final! Isamar
11-05-2005 mUY BUENO. aBORDA LA HOMOSEXUALIDAD TAN FINO Y DELGADO .. el amor que no conoce barreras, solo las que nosotros mismos inventam,os !!! te felicito. LianaValentina
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