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Inicio / Cuenteros Locales / Mujer_del_bosque / El Inquilino (un cuento casero)

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En casa, siempre vivimos bajo el estricto rigor de un matriarcado. Mi padre, rodeado de mujeres, siempre fue minoría, estaba perdido entre la mayoría constituida por mi madre (la matriarca), mi abuelita (madre de la matriarca), mis dos hermanas mayores y yo. Una vez que mi padre ascendió al cielo, el “aquelarre”, fue total y absolutamente femenino, no hubo más hombres en casa, a excepción de lo ocurrido hace un par de semanas atrás y un indeseable inquilino...
Estaba viendo televisión mientras la noche avanzaba y las demás mujeres de la casa ya se encontraban en sus respectivas habitaciones, e incluso, ya visitaban el país de los sueños. La televisión estaba a un volumen bajo, cuando de repente comienzo a escuchar un pequeño ruido en la cocina. Sonaba como si una bolsa plástica estuviera mal ubicada y se estuviera cayendo o algo así. No le presté mayor atención y pensé que era el desorden nocturno de costumbre en la cocina. La noche siguiente no lo sentí, así es que no lo comenté y creo que hasta lo olvidé. Pasaron los días y una noche mi madre se animó a compartir conmigo las primeras horas de la madrugada. El ruidito volvió y ahora no lo escuchaba solamente yo. Entré en la cocina, encendí la luz y aunque no pude ver nada, si pude oír por un momento más y comprobar que ciertamente algo, o alguien hacia sonar una pequeña bolsa que colgaba con unas basuritas recolectadas durante el día. Con cierto recelo, la moví y el ruidito no paró. Definitivamente no era en esa bolsa, así es que comencé a mirar y a realizar un registro general en el mueble de donde provenía aquel pequeño, pero detestable sonido. Con mi madre nos miramos y concluimos: “sí, definitivamente, tenemos un inquilino en casa”. Con una mezcla de leve rabia y / o amargura o angustia, nos fuimos a dormir. Al día siguiente dimos el anuncio oficial, que, obviamente, no fue bien recibido.
Ya! – dijo mi hermana con determinación – entonces, ¿después de almuerzo?-
Listo – contesté yo, antes de que se arrepintiera.
Almorzamos tranquilamente sin pensar en el tema y una vez saciados nuestros apetitos, comenzamos mi hermana, una botella de cloro y yo, a registrar, limpiar, desinfectar y despojar de atuendos a la cocina, en búsqueda de la madriguera en donde pudiera pernoctar nuestro indeseado inquilino.
Nuestras manos se arrugaron de tantas horas sumergidas en enjuagues y el “detallito”, aun no lo podíamos encontrar, cuando de pronto, abrimos las puertecillas que cubren la tubería por donde desciende todo lo arrojado al lavaplatos, comenzamos a desocuparlo, cuando mi hermana me llama y me dice:
- Ven!, mira!, ¿no será ahí? –
Me agaché para observar un orificio que quedó en la pared desde la última vez en que se arreglo una gotera en el desagüe,
- Claro - dije yo,- por supuesto que ahí puede ser! –
y casi mi inclino un poco más cuando...ZAP!, salta un ratón, se cuelga de la orilla del cemento y se mete en aquel orificio. Me paré más rápido que nunca y ya que mi hermana sólo lo escuchó, le describí lo siguiente:
- Es pequeño, una laucha, de cola pelada y muy negro, de los que dan más asco...Ay! huácala –
Mientras mi cara se arrugaba como si hubiese probado el más agrio limón.
Con temor y mucha cautela, terminamos de limpiar nuestra cocina.
La matriarca, durante toda esta travesía brilló por su ausencia pidiendo asilo en casa de una de sus amigas, pero al menos, llegó con una caja de veneno para indeseables inquilinos. Debido a mi gusto por la noche, la deposición de cebos estuvo bajo mi tutela. Durante la noche deposité cebos de veneno justo en el lugar de nuestra casa que el ratón había hecho suya. Los conté, cuatro granitos, ¿serán suficientes?, me pregunté. Al día siguiente no había ninguno,- ¡cayó! – Dije, pero ahora viene lo peor: encontrar el cadáver. Según las indicaciones no había que repetir el procedimiento hasta dentro de siete días, y fue exactamente al séptimo día cuando mi hermana me despierta para decirme:
- ¿Tu me hiciste una broma? -
y yo recién despertando me decía:
- Está loca! ¿De que me esta hablando?
Y vuelve a decir:
- ¿Tu me hiciste una broma?, Por que hay un ratón en la puerta de la pieza de mi abuelita, justo por donde yo tengo que pasar, pero no se mueve.
- No, - le dije, - yo no he puesto nada –

Me levanté a verlo con mucha curiosidad y extrañeza de que no se moviera y efectivamente, sí, estaba ahí, encogido, sin moverse, parecía una bolita de lana. Para saber si estaba vivo y debido a que ese domingo estaba anunciado un corte de luz, le pedí la linterna a mi abuelita, junto con hacerla salir de su habitación. La matriarca, no se molestó si quiera con poner un sólo pié en el suelo hasta asegurarse de que aquel “mal sueño”, hubiese terminado. Encendí la linterna y apunté directamente hacia los ojos de aquel inmóvil señorcito. Arrugó su cara, haciendo una mueca demostrando que le molestaba la luz y de que estaba efectivamente vivo.
- ¡Está vivo! – anuncié y más rápida que el mismísimo ratón, mi hermana desaparece de la habitación.
- Ay!, ¿Que hacemos? - me dice desde no sé dónde,
- Hay que matarlo, -contesté. - Tráeme la escoba!
- Ya!, -dijo ella pero nunca llegó – finalmente fui a buscarla yo.

Entré a la habitación y le di un escobazo. De puros nervios, ¡no le apunté!, y el ratón sólo dio un pequeño pasito hacia atrás y ahí me di cuenta que el veneno había desatado su efecto y el pobre se encontraba ya moribundo. El segundo escobazo si dio en el blanco, volteó al ratón y escuché un leve chillido: “hii-hii”, se me estremeció el corazón, así es que el siguiente golpe fue directamente a la cabeza, fulminante, para no verlo, ni escucharlo sufrir, fue efectivo y pasó a mejor vida.
- ¡Ya!, -dije – haz un foso en el patio para enterrarlo (según las indicaciones del veneno)
- Nooo, - contestó, pánfilamente mi hermana
- Entonces - tráeme una bolsa
- Ya, - dijo, pero nunca llegó con ella, otra vez tuve que ir a buscarla yo.

Lo envolví en dos bolsas para sellarlo y luego lo tiré a la basura. No pude volver a dormir. Cuando fui a la casa de mi hermana mayor y comencé a contarle como había matado al ratón, lo único que hizo fue tapar sus oídos y decir: “ ¡ya, ya, no me cuentes, no me cuentes!”. Lo mismo hicieron mis amigas y me dejaron con todo el karma sólo a mí. Yo necesitaba desahogarme y en cierta forma soltar lo mal que me sentía. Finalmente, un amigo escuchó mi relato por completo y no le dio mayor importancia. No lo culpo, matar un ratón no era nada del otro mundo para él, pero, para mí...
Lo encontré injusto, muy injusto. Soy la vegetariana de la familia y si lo soy es justamente por un compromiso con la vida. Traicioné mis principios por defender la honra y la salud de mi familia. Tal vez debería sentirme orgullosa, pero no es así. Me siento mal, muy mal y a pesar de que ya han pasado varios días aún no lo he podido olvidar y siento un culpable escalofrió que recorre mi cuerpo y mi espíritu. Si bien, nadie quiere uno de esos inquilinos en casa, no deja de angustiarme la sensación de haber dado muerte a quien comparte conmigo la categoría de mamífero, lo que me llevó a analizar, o más bien, a reflexionar sobre el honor y terminar mi relato con el siguiente extracto:

El honor está relacionado y creo que va intrínseco a los hombres. Siempre se habla de “hombres de honor” y la famosa frase “palabra de hombre” es igual a “palabra de honor”. “Palabra de mujer” es muy escaso de escuchar y “mujeres de honor” creo no haberlo escuchado nunca. No digo que las mujeres no tengamos honor (algunas somos muy honorables), pero en este caso, me refiero al honor, no como una conducta, sino, como una acción. De hecho, creo que para cualquier hombre matar un ratón es casi un deber por la salud de su familia y no le dan mayor importancia por que creen que es lo que les corresponde, o sea, cometen actos honorables aunque sean simples como matar un ratón...pero, si nos metemos en sus conductas....tal vez ahí esté la diferencia entre la honorabilidad de hombres y mujeres, para nosotras va en las conductas (de damas, aunque seamos incapaces de matar un ratón por el bien de nuestra familia), ellos pueden matar ratones sin el mayor perjuicio moral posterior como me sucede a mí, en favor y honor de sus familias y tener también conductas de...”desmitificadores de damas” por así llamarles y seguir manteniendo su honor.
Bueno, podría seguir reflexionando, pero creo que seguiré con mi karma hasta que el tiempo lo calme. Por lo menos sé, que si soy una mujer de honor es por mi conducta y no por haber matado un ratón, eso solo me hace diferente y escasa, después de todo, ¿Cuantas mujeres conoces que hayan matado un ratón?.

Texto agregado el 26-09-2006, y leído por 849 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
12-11-2008 Jajaja! Me encanta!. Que manera tan elocuente de escribir, que fluidez, y que lindas reflexiones. Un abrazo yaduermeteferris
07-06-2007 Bueno, no pienso que debas sentirte mal por matar un ratòn. Simplemente, como dices, es una cuestiòn de salud familiar. No sè que tenga que ver el honor en este asunto. Espero no ser considerado machista por mi comentario... Saludos. Jazzista
08-02-2007 Buen relato,a mi me pasaria como a tu hermana,no creo que apareciera por el lugar.Me dan espanto eslavida
26-01-2007 ese si es cuento pues. para no tener problemas de honor te recomiendo tener un gato sin coraz'on. saludooos erebo
05-01-2007 brutalmente inspirador! asi da gusto leer... nitrofiver
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