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PIROMAN

Capitulo 1°: Jack


En la vieja ciudad de Metasville, alejada tres horas a caballo del pueblo mas cercano, la tierra reseca crujía y se dibujaba en pequeños polígonos. El sol contraía la superficie árida hasta agrietarla por completo. El cauce de lo que había sido un delgado arroyo albergaba solo restos de esqueletos de peces y aves. Los arboles con sus troncos abiertos eran habitados por los pocos pájaros que se resistían al calor y la sequedad del aire. Soplaba viento caliente que hacia rodar los cardos desprendidos de la tierra, se amontonaban contra los alambrados por cientos. Tierra, sol, polvillo fino que se cuela por la nariz dificultando la respiración, personas como zombies con sus cabezas gachas y brazos a los lados clamando en silencio por una miserable llovizna. Los aljibes de las casas llevaban en sus cilíndricas paredes las huellas de los últimos chorros de agua que con ansiedad habían sido extraídos. Casi nada. Casas sin alegría, casi en silencio, miradas hacia el cielo buscando inútilmente una nube que sabían, no existía.
En una de las habitaciones del mayor rancho de la ciudad, un muchacho. Por leer artículos de divulgación científica que su fallecido padre le había acercado, intentaba descubrir desde meses atrás la manera de producir durante la noche la mayor cantidad de agua posible. En ese periodo de tiempo la ausencia de nubes disminuía la temperatura del aire, el rocío se posaba en los techos y los ojos del joven caían sobre él buscando la multiplicación de las gotas. Su rostro era anguloso, afilado casi, de cuerpo delgado, pequeños ojos oscuros, algo encorvado y corto de vista producto de leer exhaustivamente. Tres años pasaron desde la muerte de sus padres, camino al hogar su vehículo se estrellaba en un barranco. Jack ese ida como muchos otros había decidido quedarse investigando en su habitación. Desde los doce años el problema que sufría la ciudad era su inquietud.
Papa, Ralph Tucker, decidido a que su hijo fuese hombre de ciencias, deposito ya a temprana edad de Jack una suma de dinero mensual en el banco del vecino pueblo de Minas. Ralph decía: -“ Mi hijo no usara el físico mas de lo necesario, su ingenio lo ubicara entre los grandes, este lugar hablara de el por años…”-.
Un pequeño cascajo modelo 1957 trasladaba a Jack hasta Minas por provisiones y material de lectura. Allí era conocido como “el pequeño de Ralph”, que inventaba historias divertidas acerca de no pensar en la necesidad del agua. La gente lo trataba con simpatía y algo de desconfianza por el funcionamiento de su cabeza. Volvía a su casa, ventanillas abiertas de por vida cantando a toda voz “Help!”, de Los Beatles, envuelto en polvillo no la pasaba tan mal en la soledad de sus días. Su alimento diario como el de la mayoría de las personas del lugar lo adquiría ya hidratado, latas y mas latas de garbanzos, pescado y botellas de agua mineral constituían la dieta. En la habitación que ocupaba, tapizadas de recortes las paredes, un retrato pintado por el mismo pegado en la puerta mostraba a Einstein en su juventud, escribiendo unas formulas ficticias mostrando como resultado el símbolo “H2O”.
Su reloj siempre en hora lo despertaba a las 7: 00 hs. AM, la radio de Minas sonaba con fuerza en Metasville, y Jack con vigoroso brinco se ponía los anteojos, fruncía el ceño y espiaba el clima por la ventana de su cuarto. Todos los días sin excepción hacia gráficos comparativos de lo que sucedía con el viento, la humedad del ambiente, la temperatura. Una veleta en la parte mas alta de su casa, en forma de águila, le definía la dirección del aire. Con elementos mecánicos y electrónicos, improvisados termómetro y barómetro daban datos mas o menos reales para el calculo.

Capitulo 2°: El Presagio


La noche del 24 de Octubre estaba particularmente serena. Una brisa cálida mecía las ramas del naranjo en el jardín de Jack. El ultimo informe meteorológico anunciaba:
-“ Tiempo bueno y cálido, vientos del oeste rotando al sudoeste hacia la madrugada, humedad relativa ambiente 32 % , características que se mantendrían todo el 25”-.
Metasville se ubicaba a cien kilómetros de la costa que baña el Océano Atlántico, el viento marino se había ausentado varios meses atrás, dejando a la ciudad carente de ese aire húmedo que extrañaban sus habitantes.
Jack, pensativo, manos tras la cabeza recostado en su cama, veía como la cortina que daba a la calle se inflaba suavemente y volvía a pender vertical, una y otra vez dejándose llevar por la suave brisa que acariciaba sus volados. Se levanto pesadamente moviendo la cabeza hacia uno y otro lado para desentumecerse, camino lentamente hasta la ventana, anteojos torcidos, cabellos revueltos, manos en los bolsillos, se hundió en la cortina para ver el cielo y notó que la brisa iba dando paso a un soplo ligeramente mayor. A lo lejos, en un cuadro de negros matices, densas nubes parecian asomar después de hacerse desear por tanto tiempo. Fogonazos importantes las iluminaban con alta frecuencia, rayos tendían un hilo de potente luz hasta la tierra. Jack alineó sus lentes y aplastó su pelo frenéticamente, al tiempo que corría hasta el armario en busca del catalejo heredado de su abuelo. Después de verificar lo que sus ojos habían visto se dispuso a armar la parafernalia para la ocasión.
En medio del patio trasero de la casa, enterró un caño a un metro de profundidad, insertó en el una especie de mástil del que surgían, con menor diámetro cada uno, cinco apéndices que se erigían hacia el cielo. La rigidez era considerable pero aun así aseguró todo con cuatro riendas. Adosó a los lados cinco tubos curvos con inclinación hacia arriba, colocó una malla metálica sobre ellos asegurándola con grapas. Tomó un par de terminales de conductores, conectó estos a la malla y el mástil. Los cables se comunicaban con un aparato de su invención, que se suponía debería lograr la transformación del hidrógeno y oxígeno de parte del aire circundante en agua. El armatoste era considerable. Recibiría de la atmósfera la descarga brutal de un rayo y la energía absorbida en fracciones de segundo sería la encargada de poner en acción el aparato.
Cientos de veces en su improvisado laboratorio Jack había verificado el resultado de la prueba. Con los ciento diez voltios de la red, su máquina, después del estruendo semejante a un gran petardo, lograba producir unos mililitros del preciado líquido. Apenas cabía en su imaginación la transformación que el poder de un rayo podría conseguir….-” El efecto que un fenómeno semejante tiene sobre una instalación eléctrica es elevar la tensión en un factor de 10 a la sexta potencia aproximadamente…”-, rezaban algunos artículos de divulgación que Jack conocía.
Con sus manos temblorosas, mitad por el miedo, mitad por la ansiedad, se dispuso a ajustar el aparato como creyó necesario. El viento cobró intensidad de forma acelerada, el naranjo agitó sus frutos con violencia y algunos cayeron sobre el crujiente suelo, nada emanó de sus hollejos secos, la camisa de Jack fuera del pantalón lo convertía poco menos que en un barrilete, tal era su estado de delgadez natural. Las nubes y los relámpagos se acercaron mas y más.
La estructura se mecía y vibraba con mayor frecuencia a cada momento, la velocidad del viento seria de 40 Km. por hora calculó Jack. Los relámpagos iluminaron la parte más alta de las afueras de Metasville. Unas cruces que recordaban la muerte de sus padres resplandecieron en la negrura de la tarde estremeciéndolo, y creyó ver allí, un aviso que no comprendió. Ya inmóvil y cruzando los brazos como abrazándose, se encomendó a los Dioses de la naturaleza.




Capitulo 3° : La Tormenta



Un latigazo ensordecedor golpea con fuerza de miles de caballos la torre de la iglesia del pueblo. Como abriéndola en dos una descarga cortante recorrió su frente destruyendo el viejo portón de madera. En parte calcinado despidió humo por un instante mientras colgaba de una de sus bisagras. El viento se hizo mas que molesto, soplando a mas de 70 Km. por hora entre las mallas que Jack construyera, silbaba con agudeza mezclándose con el ensordecedor murmullo del entrechocar de las ramas secas de los arboles. Otro rayo zamarreó una vieja pick-up reventando sus neumáticos a pocos metros de la casa de Jack, rebotando contra el pavimento quedó de costado, dejando caer una mezcla de aceite y gas oil. Las chapas del techo de un viejo granero que databa de los años 30 volaron, retorciéndose en el aire, algunas tomando la forma de aquello que chocaban, quedando abrazadas o incrustándose en las persianas de las casas. Árboles resecos, huecos por el trabajo de los insectos, morían definitivamente al desgarrarse sus raíces mientras se despegaban del suelo.
La ansiedad dejó paso al temor de que el experimento se convirtiera en un hecho imposible de controlar, con consecuencias fatales para él o los que lo rodeaban. Los postigos de las cuatro ventanas en el fondo de la casa de Jack se sacudían incesantemente, con tal cóctel de estruendos y relámpagos la desesperación ganaba el lugar a su paciente razonamiento. Los chisporroteos de las líneas eléctricas parecían fuegos de artificio, el viento había tumbado un poste de alumbrado sobre el transformador de alta tensión, y densos chispazos emanaban como un chorro de luz.
Decidido a no agravar el desastre que estaba sucediendo, Jack, luchando contra el viento que lo alejaba de la máquina, se dirigió hacia ella para abortar la prueba. Intentó aflojar uno de los terminales que la unían al mástil pero la herramienta ya no estaba a su alcance, tironeó con fuerza apoyándose con sus pies sin conseguirlo, el grueso conductor resbalaba entre sus manos. Como flashes todo se iluminaba con intervalos de uno o dos segundos, la frecuencia de relámpagos se hizo mayor, un rayo podría alcanzar el mástil muy pronto y lo encontraría en medio de su camino. La estructura metálica que Jack había hecho se balanceaba violentamente y estaba a punto de caerle encima. Con un fuerte envión logro desprender un terminal, el otro estaba mas asegurado. A tientas, ayudado por los fogonazos del cielo buscó a su alrededor la llave de tubos extraviada. Cuando la tuvo en sus manos pudo ver que el mecanismo de cambiar el sentido de ajuste estaba dañado, la apoyó sobre la tuerca pero solo logró que el crique sonara, con bronca y desesperación la arrojó sobre la máquina, al tiempo que un estruendo de decenas de edificios cayendo lo ensordeció. Un rayo pulverizó el altillo de su casa, pequeños escombros salpicaron su cara, con los ojos desorbitados al sentirse totalmente sordo por primera vez en su vida, permaneció impávido ante el espectáculo caótico que la naturaleza le brindaba. Luego de segundos de aturdimiento, parpadeó tratando de espejar la mente, mientras un hilo de sangre corría por su cuello, el oído derecho lastimado dejaba sentir su herida. Pasó su mano por el líquido caliente una y otra vez hasta comprender lo que sucedía. Miró al único conductor que llegaba a la máquina, y trató de ver la manera, no ya de desconectarlo sino de destruirlo. Recordó el picadero donde solía cortar los troncos que alimentaban su estufa y corrió hacia él buscando el hacha allí clavada. El viento, ahora a su favor, lo precipitó de bruces a centímetros del picadero, tomó el hacha desde el suelo y a pasos muy cortos para evitar caer, buscó en su mar de luces y silencio, el cable de la máquina. Elevó el ojo del hacha a la altura de la cabeza y lo bajo con todas sus fuerzas sobre el conductor azul, del grosor de un marlo, mas de un golpe seria necesario. Asestó sucesivos cortes sin lograr darlos sobre mismo lugar. Levantó el hacha con las pocas fuerzas que le quedaban, e iluminado por el mayor de los fogonazos descargó el último golpe. Al momento que el metal encontró el cobre del cable, el dueño de la luz que lo alumbrara se hizo presente sobre el mástil. Una cadena serpenteante de eslabones dorados recorrió el azul chamuscado del conductor, al tiempo que el cuerpo de Jack, con sus brazos y piernas extendidas como si cuatro caballos tiraran de ellos, se despegaba del suelo para elevarse a varios metros de altura y dejarse caer como un despojo sobre el suelo.



Capitulo 4°: El Día Después



El escenario no podía ser mas desolador. Metasville parecía haber sido presa del capricho de un gigante, que a manotazos se ensaña con todo a su paso. Una gran montaña de ramas, escombros y chapas poblaba el patio de la casa de Jack. El sol abrasador. El aire en calma, tibio y sofocante. Uno de los naranjos cruzaba su cuerpo a manera de puente, sin tocarlo. Trato de mover sus piernas entumecidas, despacio, una luego la otra, las manos…por el rabillo del ojo pudo ver las quemaduras que el cable les provocara. El cuello, como adherido al suelo no permitía mover su cabeza. El cielo azul y el reflejo del sol era lo que podía observar desde su posición de estaqueado. Luego de unos minutos…la oscuridad.
El chasquido de las hojas secas en su oído lastimado logró que abriese los ojos. La vista era ahora negra, con infinidad de reflejos plateados titilantes de estrellas. Atinó a levantar la cabeza pero fue inútil. Un fuego ardiente corrió desde la punta de sus pies, haciendo batir las piernas, su espalda se arqueó una y otra vez.
Las manos en garra, contraídas, arañando el aire y la sensación de estallar. Todo su cuerpo se encorvó hacia los lados. El aliento contenido por fin explotó en un grito que hizo eco en las sierras donde descansaban los restos de sus padres.
Respiró y respiró agotado tratando de recuperar el ritmo cardíaco.



Capitulo 5°: El Cambio



Muy maltrecho, aunque entero, se incorporó. Era joven después de todo, un golpe no lo dejaría en el camino. Se dirigió a la puerta trasera de la casa, y mientras lo hacia, creyó ver un reflejo, una luz que lo iluminaba tenuemente. Volteó todo su cuerpo, (el cuello aun seguía algo tieso), pero nada, nadie… Subió los dos escalones de madera que lo separaban de la entrada y al tomar el pomo de la puerta se sobresaltó. Su mano. Un halo de luz suave y anaranjada la envolvía y se continuaba por el brazo…pecho…las piernas…, todo su cuerpo parecía tener luz propia. Retrocedió unos cortos pasos con estupor, giró sobre si mismo como queriendo ver su espalda y luego se precipitó corriendo sobre la puerta de casa.
El dolor, que debía ser mucho quedó eclipsado por el nuevo fenómeno. Ya sin anteojos y en penumbras dentro de la sala, comenzó a estudiar su cuerpo. Desprendió sus ropas hechas jirones, con calma, queriendo tranquilizar la mente. Del cuerpo desnudo emanaba una luz, ya no tenue ni naranja, todo parecía arder bajo una llama fluorescente y enrojecida; como una lámpara a la que se le sube y baja la tensión el cuerpo de Jack iluminaba la sala. Alzó sus brazos moviendo lentamente las manos, estudiando cada centímetro,… caminó hacia un espejo enorme que era parte de un mueble antiguo, y frente a él la realidad parecía no serlo, cerró los ojos, sacudió la cabeza como tratando de salir de un sueño maldito pero al abrirlos, de nuevo estaba ahí, parado inmóvil con su boca semiabierta y los ojos, antes oscuros, ahora con sus iris encendidos, demoníacos.
Pasó una mano por la cabeza, lampiña…, cejas y pestañas habían desaparecido como todo el vello de su cuerpo. Un olor a madera quemándose lo evadió del estupor. Por el espejo pudo ver como finos hilos de humo se elevaban frente a su cuerpo. Dió un paso hacia atrás, separando los pies bajo los que se había dibujado la silueta de sus plantas, carbonizando el suelo hecho de sequoias y tarugos. Una risa nerviosa y desesperada entre dientes brotó de la boca de Jack, que hacía constantes esfuerzos por no perder la cordura. Buscando en la oscuridad, acercando sus manos para iluminar los cajones, extrajo unos trozos de amianto con los que envolvió sus pies. En la cocina halló un par de manoplas que usara para tomar los trastos calientes y las calzó en sus manos. No entendiendo lo que le sucedía, tomó un termómetro para comprobar la temperatura de su cuerpo pero no llegó a hacerlo, porque estalló al instante de asirlo.
En una silla metálica sin tapizado, posó su humanidad, si es que podía llamarse así.
Vencido por el cansancio y la angustia trato de dormir…




Capitulo 6°: El Sueño



Torrencial lluvia y él, parado en medio de la calle. Los brazos al cielo y su boca atrapando gotas como uvas refrescantes. Las personas a su alrededor saltando…riendo a carcajadas levantando al agua de los charcos con las manos, vasos, baldes…cualquier recipiente para acumular la mayor cantidad de agua posible. La noche cayendo aceleradamente como en una película y el agua que sigue cayendo y la gente siempre riendo, riendo, riendo…, los rostros comienzan a transformar sus gestos lentamente hasta verse en ellos la figura del llanto y el agua que se convierte en pequeñas lenguas de fuego que caen desde un cielo rojizo.
El agua que comienza a evaporarse hasta convertirse en una espesa nube gaseosa, las personas apareciendo y desapareciendo en la bruma con las ropas encendidas. Parado en medio de ese infierno no podía hacer otra cosa que observar el caos. El cuerpo tomando las llamas desde sus pies, subiendo, trepando hasta ahogar el grito, uno más entre los que lo rodeaban. De un salto se encontró parado en medio de la habitación, bañado de sudor, con los pies envueltos en amianto y las manoplas en las manos, el resto del cuerpo desnudo. Ya no tenía el halo de luz que lo envolviera anoche, la temperatura parecía normal, el corazón latiendo a mil por la tremenda pesadilla. Lo de anoche había sido real, no, no era un sueño el suelo quemado y el termómetro estallando. El sol entró por las ventanas, por los vidrios rotos. Jack se vistió y salió a la calle. La gente del pueblo trataba de levantar los escombros y reparar sus techos, puertas y vehículos. Terrible tormenta no había desprendido una sola gota de agua y el polvillo cada vez mas fino era levantado por una brisa caliente del oeste. A cincuenta metros de su casa el viejo zapatero Tipler que le decía: -“ ¡Jack! ¡ Eh Jack!¡ Creí que el viento te había llevado hijo! ¡ Gracias al señor! ¡ Cuando puedas ver a beber unas cervezas… y de paso me das una mano con el techo ! “- Levantó su mano y guiño un ojo al viejo, amigo de su padre lo había cargado de pequeño… Los gemelos Daver procuraban poner de pie la camioneta. Al igual que él sus padres no existían desde años atrás. Eran introvertidos y poco sociables, se manejaban con pocas palabras con todo el pueblo.
Meryl, de unos dieciséis años, observaba sentada en un ladrillo como su padre y su tío reponían las tablas del garaje. Vivía casi en frente de su casa y desde pequeños cruzaban saludos. Alguna vez se regalaron muñecos de peluche, eran pequeños, casi no articulaban palabras. Sintió un tremendo deseo de contarle lo que le había sucedido, necesitaba un confidente para tanta locura o le comería el cerebro…pero no, ¿y si lo trataba de desquiciado? , su fama no era la de una persona muy cuerda…, y después de todo con ella solo había de por medio un saludo, no seria buena presentación una historia como la que acababa de ocurrirle. Entró en su casa con la angustia de quien se siente el mas desolado de los hombres.

Texto agregado el 26-09-2006, y leído por 108 visitantes. (0 votos)


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