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Los recuerdos han venido de nuevo a mí.
Esta mañana mientras desayunaba, leí en la prensa que Richard Morthon exponía viejos cuadros en la galería de moda de la ciudad.
Conocí a Richard hace unos años, cuando sólo era un pintor de cierto nombre en su país de origen. Su éxito como pintor había aumentando considerablemente en los últimos años.
Me moría de ganas de volver a verle, pero sobre todo me moría de ganas por ver su exposición, había un cuadro en su colección con un gran valor para mí y que jamás pude ver terminado. Esperaba que estuviera entre los expuestos.

Por esa razón salí puntual de mi trabajo y me acerqué a la galería antes de que cerrara sus puertas. Ya era noche, como aquel día que nos conocimos.

Era un frío y seco día de octubre. Los árboles estaban desnudos, una alfombra de color naranja y marrón cubría el suelo de las calles. Había salido a correr, como otras noches. No hay nada que más me relaje y me haga desconectar del estrés diario que salir a correr un poco después del trabajo.

Aquella noche, subí a lo alto del monte. Desde allí las vistas eran inmejorables. Me relajaba mirando la ciudad tranquila bajo mis pies. El silencio de sus calles. Contemplaba el paso del río que atraviesa la ciudad. Desde aquí arriba, mientras la ciudad duerme, se pueden observar muchas cosas.

Me encontraba admirando las luces de las farolas del puente, desde aquí arriba parecían unos barrocos candelabros, un halo de magia rodeaba al puente esta noche.
En ese instante la paz y tranquilidad que estaba experimentando se sobrecogió.
Una chica, joven, desde aquí arriba no sabría decir, pero… aparentaba no más de veintisiete años, se encontraba en medio del puente. Sola, sin compañía, poco abrigada, apenas llevaba un vestido fino color marfil. Me llamó la atención puesto que a estas horas nunca suele haber nadie paseando por él.

Fijé mi atención en la pequeña figura. Permanecía sentada, con las piernas semiflexionadas, rodeándolas con sus delicados brazos, al borde de la barandilla de piedra. Permanecía inmóvil y cabizbaja, con la mirada fija en el agua que transcurría bajo sus pies. Sentí el miedo. Parecía tan triste que tuve miedo de que en cualquier momento se le ocurriera saltar o simplemente contra su voluntad pudiera caer. Estaba en un terreno peligroso y sin compañía. Algo muy extraño.
La observé unos minutos, nada, ni un gesto insignificante, ni un intento por cambiar de posición, nada.
Me decidí a bajar a su lado. No fuera que le diera por hacer alguna tontería y sería un gran cargo en mi conciencia si permanecía ahí sin hacer nada, testigo de su suicidio.

El camino fue angustioso, sentía el pavor a llegar tarde. ¿Y si ya ha saltado? ¿qué harás si llegas y no está? A cada pregunta que me hacía más apresuraba mi marcha.

Cuando llegué ante el puente una suave música entraba por mis oídos. Pude ver algo que desde arriba no había observado. Unos metros a su derecha había un viejo vagabundo tocando una sonatina de Honneger con su clarinete. Una oscura gabardina y un roído sombrero le cubrían casi en su totalidad. ¿y no se percataba de la joven chica? ¿Acaso no la veía? Pase por su lado y ninguno de los dos se inmutó, no se movieron lo más mínimo. Deduje que sería ciego, por eso no observaba la peligrosa actitud de la chica. Era tan extraño.
Me acerqué a ella. Nada, no se movió. Me decidí a saludarla. Entonces, cesó la música. La chica ni levantó la mirada.
Si no le importa… me dijo el vagabundo.
Me giré. ¿Cómo ha dicho?.
Que si no le importa… está interrumpiendo nuestro trabajo.
¿Cómo dice? Le contesté extrañado.
Entonces la chica por fin reaccionó y sin menearse apenas, articuló un simple: estamos posando. No podemos menearnos mucho. Despistamos a Richard.
Con un gesto de miradas me señaló al otro lado de la orilla. Pude ver a alguien pintando.

Me aparté. Esperé a que acabaran.
Así fue como conocí a Louise y a Richard. Aquella noche nos fuimos a tomar un café para entrar en calor.

Paseé por toda la galería buscando ese cuadro. Cuando lo encontré me quedé mirándolo admirado. Qué recuerdos me trae. ..

¿Te gusta? Yo también venía a buscar ese cuadro. Me dijo Louise al verme ensimismado.
Sí, lo voy a comprar. _La besé mientras la abrazaba. _Quedará genial en nuestra casa.

Alguien que nos escuchaba nos dijo: ¿seguros? Hay mejores cuadros que ese en esta sala.
Nos miramos y sonreímos. Para nosotros ese era el más preciado. Podía oír de fondo la sonatina del clarinete, sentir el frío de la noche...

Texto agregado el 05-10-2006, y leído por 192 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-12-2006 Hermoso relato. Confieso que al principio me angustió mucho. Dicen que el acomedido nunca queda bien, pero al menos en esta historia hay un excelente final. Dejo mis cinco estrellas. borarje
 
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