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Esta tarde Rosario se ha cortado la yema del meñique fileteando una pechuga de pollo y lo ha manchado con algo de sangre. Menos mal que Francisca, una buena clienta, no ha puesto pegas porque, como dice ella, si al final todo alimenta pasado por la sartén. Además se le han caído al suelo unas criadillas y unas rodajas de lomo adobado al ir a pesarlas en la báscula pero nadie le ha dado importancia. Quizás sea porque Rosario lleva trabajando en la misma carnicería desde hace diez años y los clientes del barrio la tienen mucho cariño.

También es porque sin Rosario, la carnicería "Majadahonda", no sería tan divertida. Se comenta su vestuario: blusa beige o floreada, pantys tupidos, falda plisada gris o caqui, chaqueta de punto si refresca y medallita de la Virgen. A veces unos pendientes de ositos y una diadema de plástico dorado si tiene el día coqueto. Sus ojos son de un verde mar muy profundo, tan alejados de la costa, que sólo se ven dos puntitos a través de unas claraboyas de veintidós dioptrías. Su media melena, negra y delicada, deja ver el brillo de su cuero cabelludo, sobre todo en la coronilla. Sus tetas son bolsas de grasa que se balancean al cortar costillas de cerdo. El trasero le obliga a maniobrar al tomar la esquina del mostrador en forma de "L". Es incapaz de sostener la mirada, colecciona botones y su ilusión es que el padre Héctor le deje subir a leer el Evangelio. No tiene teléfono móvil porque no lo necesita y todo el mundo sostiene que su madre la abandonó a ella y a su padre. Las clientas, en su mayoría mujeres con hijos emancipados, se sienten reconfortadas en su presencia.

Si esta tarde Rosario está cometiendo tantos errores despachando carne se debe a que guarda un secreto. Un secreto que le proporciona una satisfacción juguetona, que le hace cosquillas en la tripa y más abajo. Por fin se ha atrevido, no era tan difícil. Esa mañana ha aparecido publicado en la sección de contactos esto:

ROSARIO.
Primera vez.
Hago de todo.
Tfno.: 91 032 74 35

Todo ha ido mejor de lo que esperaba. Cuatro llamadas de señores muy amables. Esa misma noche, Rosario hará sexo. Como en las películas de amor, como en las revistas de sus primos.

Entre clienta y clienta, vigilando que su padre no entre por la puerta del almacén, Rosario repasa la lista de citas: dos franceses, a las 21:00 y a las 22:30, los dos en Sol; un "lo que surja, tengo tema" a las 23:30 en Plaza Castilla y una lluvia marrón a las 00:30 en Suanzes. Confía en que se lo expliquen todo con paciencia, como hace su padre, porque Rosario siempre ha sido muy bien mandada pero hace falta repetirle unas cuantas veces las tareas hasta dejarlo todo claro. Está muy nerviosa, no sabe si le va a dar tiempo a llegar en metro a todas las citas y no suele viajar tan lejos. Se le cae un trozo de panceta en la blusa. Piensa que sería mejor lavarse y ponerse guapa al salir de trabajar. Tiene unos pantys nuevos en el cajón del fondo, se pondrá ésos. A pesar del metro, está convencida de que lo hará muy bien, incluso alguno querrá ser su novio porque todo el mundo la quiere. Y pondrá las flores en el mostrador y la gente se preguntará quién le regalará flores así de bonitas todos los días. No puede evitar canturrear alguna canción de la parroquia para sobrellevar la impaciencia. Se calla cuando oye a su padre entrar.

-Hija, voy a pedirle el coche a Paco y nos vamos a ver a tu tía Begoña.
-¿E... e... esta noch che?
-En cuanto sean las ocho echas el cierre y me esperas en casa. Y busca un vino para la cena.
-E... e... esta noch... che, no... no papá.
-¿Y eso?. Venga, coño. Si no te saco de casa te quedas ahí tirada con la tele.

Cuando su padre la vuelve a dejar sola ya no tiene ganas de cantar. Tampoco está triste porque siempre le ha gustado ir a casa de su tía. Se distrae mucho jugando con los críos, aunque a veces el bruto de Raúl le quite las gafas y se ría de ella cuando se tropieza al buscarlas por toda la casa. Alejandrito es otra cosa, es muy despierto y con sus seis años se aprende canciones muy largas como el "Alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor" con oírlas una vez y lo mejor es que colecciona cosas: ya tiene setenta y ocho pegatinas de naranjas, treinta y dos papeles plateados de marcas de tabaco distintas y ocho globos especiales, que vienen metidos en un sobrecito y si los hinchas con paciencia llegan a ser enormes y casi se quedan flotando en el aire, así que es fácil que no toquen nunca el suelo si uno es rápido. El bebé es aburrido pero no molesta.

La tía Begoña a veces pierde la paciencia y la llama gorda, subnormal, y no la deja hacer nada, pero siempre le pone más comida en el plato que a Raúl, sobre todo cuando prepara huevos rellenos que parece que te estás comiendo el cielo de lo espumosos y ricos que le salen. Como todo el mundo le quiere mucho, a veces vuelve a casa con el bolsillo lleno de gomas para el pelo de todos los colores o con un pin de amena muy chulo o con una cadenita de plata de la que no se pone fea. Si no hay regalo lo que no falta es una bolsa llena de patatas o, si es verano, de fresones gigantescos que la tía cultiva en una finca de la que siempre habla muy orgullosa.

Si su padre le lleva a casa de la tía, Rosario siente que va a hacer cosas emocionantes. Pero esa tarde era diferente porque ya estaba muy emocionada con la aventura que tanto tiempo había planeado. Ella quería saber cómo eran Juan, Carlos, Santi y un nombre raro que empezaba por "P". Harían sexo en una cama de matrimonio de almohada larga y se quedarían mirando el uno al otro para sentirse muy especiales, como las cantantes cuando las aplauden. Debía de ser tan maravilloso que no podía ni imaginarlo. Pero esa noche iba a saber lo que era y esa certeza le hacía respirar fuerte y sentir picores. Aunque si quería quedarse un rato en cada cama debía de ser rápida en los desplazamientos y buscar la dirección de las casas sin equivocarse, ella sola. Puede que calculase mal al decir las horas, tenía poco tiempo. Daban las ocho en el reloj, ya debería limpiarse, ir a por los pantys nuevas y peinarse. Era tarde, muy tarde ya. Iba a perder la primera cita a las 21:00 en Sol. Sol. No era difícil acordarse y lo llevaba todo bien apuntado, por si acaso.

Rosario fregó el mármol, recogió trozos del suelo, apagó la báscula, el contador y las luces, encendió la lámpara matainsectos que se le había olvidado, cerró el almacén, programó el arcón congelador y se dejó muchas cosas sin hacer antes de echar el cierre y andar ligera hacia los pantys nuevas, sin pararse a saludar a María Jesús, ni a Olga ni a Gregoria, ni a sentarse un rato en el parque para sentir a Dios en la naturaleza ni a mirar el escaparate de muebles de cocina y baño.

Al llegar a casa y mirar el reloj de la cocina al que atribuía mayor precisión, calculó media hora para arreglarse. Mercedes, una vecina, le comentó que el pelo le quedaría bien recogido en un moño alto e hizo caso, aunque le apretasen las patillas de las gafas; se recortó las uñas de los pies, se puso la cadenita de plata buena, se lavó la cara con jabón de glicerina que dejaba tan suave la piel, y, por fin, se cambió los pantys por los pantys nuevas que apretaban un poco pero disimulaban el vello y destelleaban como la purpurina. Dudó en echarse colonia, no quería parecer demasiado presumida. Pulsó a pantys el vaporizador de fragancia cítrica en la nuca y al ensayar la mirada delante del espejo para sentirse especial, se acordó de lo que le dijo su padre. ¿Qué dirá cuando llegue a casa y Mercedes no esté esperando?. Se enfadará mucho, más que cuando la dejó encerrada sin tele o puede que más que cuando la metió la cuchara a la fuerza para comerse los guisantes. Ya pensaría la manera de que no la castigase mucho.

No dejó de preocuparse en el metro, pero según se acercaba a la cama de matrimonio de Juan, en Sol, a las 21:00, el color de la ansiedad iba tornándose del remordimiento a las ganas de gustar. ¿Se fijaría Juan en cómo brillaban sus piernas?. No estaba segura de que el cambio de peinado que le propuso Mercedes le favoreciera. ¡La diadema de color de oro!. Al palparse el moño alto, Rosario se percató de que se la dejó encima de la mesita de noche, donde la colocó esa mañana para tenerla a mano. ¡Cómo se le pasó por alto lo más importante!. Los pantys nuevos habían acaparado su atención y ahora, con las prisas, no llevaba puesta la diadema dorada el único día en que estar guapa le importaba de verdad. Y ya había decidido que el moño le quedaba mal. No iba a gustar a Juan. Iba a hacer el ridículo como cuando tosió y echó un gargajo sobre la abuela cuando la visitaron al hospital.

"Próxima parada: Sol. Parada en curva. Al salir; tengan cuidado de no introducir el pie, entre coche, y andén".

Habiendo perdido la fe en su belleza pero resignada a su destino, consultó la dirección de Juan y preguntó por ella a una ecuatoriana, a un becario de Erasmus, a un matrimonio que venía de Alicante, a un chico con maxigafas que llevaba mucha prisa, a un grupo de chicas con pulseras de tachuelas que le dijeron algo del culo de un vaso, tía, y a un kioskero que le indicó, con el brazo muy tieso, que estaba ahí mismo.

-¿Sí?
-S... s... soy yo.
-Venga, sube.

Lo bueno de los ascensores con espejo es que puedes practicar miradas justo antes de necesitarlas, reflexionó Rosario para consolarse de la ausencia de diadema dorada. Llamó al timbre y sintió que la cabeza se le hinchaba.

-¿Tú eres Rosario?. ¿La del anuncio?
-S...sí...
-¿Te pasa algo?
-Eeee - e - esty. Ner - vosa.
-Ya... Oye, mira, no eres mi tipo, ¿vale?.
-¿Co - co - co - cómo?
-Bueno, venga, hasta luego.

Juan, su querido Juan, le cerró la puerta antes de comprender nada. Como el plan era hacer sexo y eso debía ocurrir dentro su casa, volvió a llamar al timbre.

-¿Qué?
-Qui - qui - qui... ero...
-Oye, no vuelvas a llamar y déjame en paz.

Hacer sexo era algo que debía pasar y punto, tal y como lo había planeado tanto tiempo. Lo del portazo no estaba previsto pero sabía que podía arreglarse. Si Juan le había cerrado la puerta era por el moño alto y porque no se había fijado en los pantys brillantes. Al deshacerse el moño, sintió como la presión de las patillas disminuía y era aun mayor alivio quitarse las gafas y guardarlas en el bolsillo. Intentó arrebujarse la falda para mostrar las piernas, pero no se sujetaba. Lo más práctico era quitársela. La chaquetita de punto y la blusa tapaban los preciosos encajes de los pantys por la cintura. Ya que por su culpa no había traído la diadema, quería asegurarse de que cumplieran con su obligación. Una vez doblada la ropa sobrante encima del felpudo, ensayado la mirada de sentirse especial y repetidas mentalmente las palabras de su nueva presentación, llamó otra vez al timbre.

-¿Pero tú...?, ¿Estás loca?
-Sí.
-¿Pero eres ninfómana o qué? -Rosario no sabía qué quería decir con eso, pero por si acaso...
-Sí.
-¿Te mueres por follar, eh?
-Sí.
-¿La chupas bien, gorda, guarra?
-Sí.
-Me lo comerías bien, ¿eh?, todo el rabo... los cojones... y te lo tragarías todo, ¿eh?
-Sí.
-Te voy a colocar una bolsa en la cabeza y me vas a comer la polla por el agujero. ¿Te molaría?
-Sí.
-Pasa, venga, zorra. Con lo fea que eres no me quieras besar, ¿vale?.
-Sí.

A Rosario todo el mundo la quiere, por eso sabía que acabaría en la cama de matrimonio de su amante, con diadema o sin ella. Juan se enfadó un poco con ella al no abrir bien la boca y le golpeó en el logotipo, pero el resto de la velada la abrazó con pasión, como en las películas, y la empujó de una manera extraña pero amorosa. Cuando Juan le deshizo el nudo que ataba las asas porque le estaba ahogando, Rosario quiso mirarle de esa manera que tan bien dominaba, pero por no desobedecerle se conformó con imaginar a Juan leyendo "Zara" como si fuera el mar de sus ojos.

Durante el tiempo en que el amante se limpiaba el semen con un kleeanex, por el agujero de la bolsa de papel se veía la sonrisa radiante y salpicada de Rosario. Ahora ya sabía lo que era sentirse especial. Y quedaban tres más: a las 22:30, 23:30 y 00: 30. Tenía hambre. Sopesó si era mejor ir a casa de la tía por si había preparado huevos rellenos. Su padre la estaría esperando hace un buen rato y no había sacado la botella de vino. Debía pensar algo muy bien ingeniado para que no le castigase sin jugar con Alejandrito como cuando hincharon todos los globos especiales y los lanzaron al comedor en el momento en que la tía sacaba los turrones. Con las ganas que tenía de jugar con Alejandrito y no se le ocurría nada. Rogó a la virgencita que le diera una buena idea ya que ella era la más lista de entre las listas, ruega por nosotros y lo volvería a repetir hasta que le hiciese caso.

Texto agregado el 08-10-2006, y leído por 448 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-01-2013 Siempre me ha intrigado cuando un autor no se enamora de su personaje. El relato está estupendamente escrito, pero es cruel. eride
17-07-2008 Es un buen relato, claro, secuencial y con un epílogo imprevisible. Sigue escribiendo aurelio
10-01-2007 Pobre Rosario, que lástima! Bueno, parece vivir en su mundo particular, mejor para ella. Selkis
22-10-2006 pus vaya con Rosario, fea, gorda y tonta, y sin que nadie le quiera hacer le favor.Muy bien! doctora
 
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