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la huida
Caminaba sin destino hacia ninguna parte, aunque era claro que no debía detenerme ellos estaban siguiéndome, era un gran problema el que me llegasen a coger de un brazo y así terminar con los días de sol y las noches de fiesta.
Voltee, caminaban dos hombres con mas prisa de lo común, vestían traje y gafas obscuras, doble en un esquina y me deshice en una carrera, gire nuevamente y ya no había nadie, me preocupe, sentí el sudor frió, mis manos mojadas, vibrando desquiciadas. Trague saliva. Desplace de mi rostro el agua.
Apure mi paso, encendí como pude un cigarrillo, aborde un taxi y desaparecí. Al girar por un de las de las calles principales, divise sus sombras buscando, mientras yo huía sin espasmo frente a sus narices.
El conductor miraba mi rostro de preocupación, tenia un bigote que traía en mi, recuerdos, su piel algo descuidada, y un mal aliento que me hizo bajar el vidrio; a pesar de la gélida noche, sabia que tenia que empacar sin que nadie lo notase, coger un bus que me sacara de esta cuidad. Retirarme de la mala vida.
Debían de estar en mi casa, pensaba, mientras el taxista discutía sobre fútbol, respondía cada cierto tiempo sin prestar atención a sus comentarios, mi angustia crecía, y la adrenalina se hacia parte natural de mi espalda. Era el momento que sabia llegaría, pero por mas que lo había esperado no entendía como debía reaccionar recordé imágenes de cuando era niño, de mi sonreír alegre, mis cercanos que adoraban escucharme, de mi anciana abuela que cada día acarrea un par de males, mi abuelo escondido bajo la tierra esperando ayudarme, mi pequeña amiga, de la cual me estaba enamorando, y que debía de dejar por razones extremadamente fuertes. Era ella sin mi libertad o era mi libertad de dejarla por siempre. Tome una chaqueta, una pequeña mochila con lo necesario, derribe un par de lágrimas sobre el lecho, cogi un libro un par de hojas en blanco y un lápiz.
Llegue a la terminal en un par de minutos, era de madrugada, una noche de invierno empapado en sus climas desbordantes, y helados.
El taxista ahora fumaba un tabaco de buen aroma, me dijo si quería, negué con la cabeza, necesitaba mi avidez y rechace su invitación.
Aborde sobresaltado por dentro, mostrando un temple que me atormentaba por fuera, a estas alturas no recuerdo bien la hora, estaba nervioso, como nunca antes, el auxiliar del bus noto mi congoja, consulto si estaba enfermo respondí que no.
Aunque si la angustia era enfermedad estaba en situación critica; como que ya no podia aguantar mas el nudo en mi garganta, todo se me complicaba; mi familia mas lejos de lo que ha estado todos estos años, y yo mas solo que nunca, con la única compañía del triste invierno.
Partió, nadie subió, como buscando, me tranquilice cerré mis ojos.

Texto agregado el 12-10-2006, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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