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EL ENAMORADO DE LA MÚSICA

Al escuchar música, viva en una suerte de delirio. En ella encontraba una razón de ser. Cualquier expresión musical lo enajenaba hasta el extremo de hacerle perder la noción de la realidad.
Su familia, en cambio, era poco afecta a apasionarse por algo. Juzgaban que la vida y sus acontecimientos deben seguir los cauces naturales y tranquilos, y que todo apasionamiento desvirtúa y aleja de la realidad. Pero olvidaban que ellos eran muy propensos a entablar largas conversaciones durante las sobremesas y que, a veces, dichas conversaciones estaban impregnadas de pasión o fanatismo. Llamaba la atención el hecho de que el apasionamiento que surgía en esas reuniones, era el producto de temas ya archiconocidos por todos. Y aunque cada uno sabia de antemano lo que diría el otro, el interés general no declinaba en ningún momento.
Como las sobremesas se prolongaban en el living, que luego se convertía en su dormitorio, él debía participar de ellas, aunque fuera como simple y pasivo espectador.
Agravó su situación la llegada al barrio de unos viejos conocidos, ya que éstos tomaron por costumbre invitarse a las veladas, que se hicieron mucho más largas. Al comienzo, soportó las reuniones recostado en un sillón lejano. Indiferente al humor general, despertó sospechas entre las visitas. Ellas no esperaban encontrar un disidente en sobremesas tan amenas como agradables. Pero él continuó sin dar explicaciones, esperando que el silencio y la soledad le permitieran irse a dormir.
Más adelante, comenzaron a encender la radio durante las reuniones, para conversar con un fondo musical, Este acontecimiento interrumpió su costumbre de dormitar, ya que apenas oía algunas notas, se despabilaba por completo. Con el agravante de que la música le llegaba en pequeñas dosis entrecortadas por la conversación. A menudo reconocía la obra y la continuaba mentalmente, a pesar del ruido que la rodeaba. Se tranquilizaba y volvía al estado de indolente somnolencia.
Pero cuando el concierto o la sinfonía resultaba irreconocible, ya sea por errores técnicos de grabación, por descargas eléctricas de tormenta o porque la conversación llegaba al paroxismo, le apresaba una angustia irreprimible. Le aumentaba la temperatura y sudaba. Sus labios temblaban y su corazón latía furiosamente. En tal estado, se abrazaba a la radio intentando descifrar el nombre de lo que a duras penas oía. Ni los parientes ni las visitas se daban cuenta de su problema. Y la conversación continuaba sin declinar en ningún momento.
Para serenarse, esperaba oír el titulo de la obra. Era en vano, pues cuando el locutor lo anunciaba, una sonora y general carcajada demostraba el éxito de algún cuento mas o menos audaz de la concurrencia.
Entonces, ya fuera de sí, salía corriendo de la casa, buscando el aire fresco de la noche como un sedante para sus nervios. En ese momento, los amantes de la conversación se enteraban de su existencia. Sin encontrar una explicación a su conducta, interrumpían momentáneamente el dialogo con evidentes muestras de disgusto, para reanudarlo luego de breves instantes de embarazoso silencio.
Tampoco pudieron encontrar una explicación lógica cuando se suicidó mientras escuchaba la sonata en Do menor de Beethoven. De todos modos, el acontecimiento fue tema de nuevas y acaloradas discusiones en las siguientes veladas.

Texto agregado el 27-01-2004, y leído por 428 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-02-2004 jejejeje... al menos no lo hizo con el Requiem de Mozart :) interesante idea. Besos y gracias por compartirlo. Flor_marina
27-01-2004 Jajaja, como si nada, Dios; buen texto, besitos AnaCecilia
 
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