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Un verdadero amor

“ Escucha atentamente” – dijo Reynela – “ y oirás cómo Dios da la última pincelada al hermoso crepúsculo que está pintando en la inmensa tela del cielo”.
Quedó un segundo en silencio y luego agregó, “ ahora sentirás cómo los colores se funden en las tranquilas olas del mar como en una acuarela de matices”.

Reynela era poco más que una niña y miraba el atardecer envuelta en la ternura y el romanticismo que sentía en su alma al estar junto a su amado.
Enrique, a su lado, la escuchaba extasiado sintiendo que cada palabra de ella iba entrando, suavemente, en su corazón. Tenía veinticinco años y rebosaba de alegría, ahora. Sí. Ahora, porque era feliz desde que conoció a Reynela. Ella le cambió su vida, su destino y todo su futuro.
Recordaba cuando, por primera vez, caminaban por la arena pisando minúsculas conchitas que el mar les dejaba como chispazos de estrellas en su camino.

A Reynela le gustaba hablar. Las palabras eran el juego de su mente y ella lo sabía. Estando al lado de Enrique, brotaban como perlas que se esparcían en el aire. Enrique, en cambio, a pesar de sus años, estaba lleno con filosofía de la vida. Le agradaban esos momentos cuando charlaban sentados en una roca, escuchando cómo las olas besaban las aristas entregando una melodía especial de amor y de ensueño. Escuchó la risa cantarina de Reynela.
“ ¿ Recuerdas cuando fuimos a caminar por la playa como si fuéramos dos niños traviesos mientras la lluvia besaba nuestras mejillas?”.
El sonrió.
“ Sí”. Dijo Enrique. “ Nuestras risas se esparcían locas por la arena y el horizonte. La playa era nuestra. El mar era nuestro. El universo entero era nuestro.”
Reynela pensaba. Aquellos nubarrones que cubrían los campos y la ciudad en ese momento, aquí, en la playa, eran diáfanos, suaves, como si compartieran su alegría juvenil. También la lluvia era diferente. Era juguetona, era como una niña traviesa que gozaba salpicando sus mejillas y su frente. Suspiró.
Su amor era inmenso. Tanto que, si no se encontraban, los minutos eran horas de angustia. Una vez él le dijo, “ las horas de mi vida son tan largas como los minutos de tu ausencia. Me crees, ¿ verdad?”. Y ella le creyó porque ahora sentía que esas palabras estaban llenas de verdad.
A pesar de su juventud, ya vivían de recuerdos porque, como él dijo una vez: “ Los recuerdos son pedacitos de vida que se adhieren al alma y se quedan ahí, grabados para siempre”.
Al escuchar a unos niños jugando en la distancia, Enrique recordó el verano. Recordó los gritos de los niños cuando jugaban chapoteando entre las olas. Su alegría y sus risas espontáneas se repetían igual que un eco celestial en el horizonte. Sentía, en su mente, esas risas cantarinas, locas, felices que bailaban en mágica melodía mientras él jugaba con la arena de la playa. Sentía como la arena se le escurría entre sus









dedos dejándole una sensación de agradable cosquilleo entre las manos. Tenía una tibieza única. Una tibieza igual a la de Reynela cuando le acariciaba sus cabellos o ella dejaba descansar su larga cabellera sobre su pecho. Eran sensaciones hermosas, maravillosas, llenas del encanto del amor.
“ Tu voz es dulce y eres buena”, le dijo una vez y ella preguntó si así lo creía.
“ La voz es el espejo del alma. Basta escucharla para sumergirse con ella en el fondo de tu corazón. Su cadencia, su entonación, su ritmo te desnudan tu alma y te hacen aparecer tal cual eres, sin fingimientos ni falsedades. Por eso te amo, por eso te he entregado todo mi cuerpo y todo mi espíritu para que juntos vivamos la felicidad del amor”.
Reynela se había estremecido de emoción al escucharle y se había entregado en un beso ardiente, apasionado, pero puro y tierno a la vez. Se acurrucó más hacia su amado.
“ Es hora de volver”- dijo , casi sin deseos de separarse de Enrique. Suspiró profundamente.
“ Sí. Vamos”, respondió mientras se levantaban de donde estaban sentados. “ Volvamos a casa. Es maravilloso volver a vivir estos lugares de siempre, porque un enamorado siempre gozará con los minutos que se viven en el recuerdo y en el presente”.
Caminaron abrazados, felices, sintiendo como cada gota de amor era absorbida con sublime deleite. Era un amor verdadero, sin barreras, sin fronteras, sin límites.

“ ¡ Cuidado!”, dijo Reynela. “ Aquí llegamos a los escaños de la escala. No lo olvides”.
“ ¿ Crees que porque no los veo, no sé dónde están?. Sonrió. Los ciegos siempre vemos con los ojos del alma. Es como tú. Sé como es tu cara de hermosa, cómo es tu boca, tus ojos, tus labios. Te conozco entera. Tu voz y mis manos han sido mis ojos. Y tú, mi amada, eres la visión más hermosa que he tenido. Lo sé, porque sin haberte visto nunca, tu imagen, siempre, ha estado dentro de mí. Te amo, te amo, te amo mi dulce Reynela”.
Ella le miró dulcemente, con sus ojos llenos de dicha y su corazón palpitante.
“ Así, también, mi amor por ti es inmenso. Te amo y te amaré siempre”.

Reynela no mentía y ambos lo sabían. El verdadero amor nace espontáneamente y es eterno.

Texto agregado el 15-10-2006, y leído por 359 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
25-10-2016 Me emocionó. Bello relato. Hermosas imágenes: ¡Felicitaciones, ZENTENO! calara
17-11-2006 Que bonito!!! un placer leer tu cuento.Saludos reina
15-10-2006 Te felicito ***** A veces cuando uno lee cosas así quien escribe le da un cambio cerca del final que hace que uno se sienta mal, pero contigo todo lo contrario... no tuviste necesidad de enviar ningún final terrible para agregar un poco de drama, no se te pasa la mano. Estuvo muy bueno el cuento completo gabygaby
15-10-2006 Me gustó mucho leerlo. ***** FENIXABSOLUTO
15-10-2006 Bellísimo.Yo conocí a ese Enrique.Hablaba parecido.Pero su amor no fue eterno.Muy tierno. GeorgeSand27
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