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La fucking Gioconda.

En esa mañana me desperté circundado por árboles grises y un frió tempestero que cumplía su labor, la misma que en mi casa cumplía el viejo reloj despertador; pero creo que prefiero el chillido maulleante de mi reloj, al frió amanecer de este parque parisino.
Me levanté de la banca en la que la noche anterior me habían recostado mis amigos, me acostaron con una dama y desperté con otra; en la noche la llaman borrachera y en la mañana doña resaca, una señora de tez vetusta que reseca la boca y su estampa cuasi álgida produce dolores de cabeza.
Recordé en ese momento que tenía una cita con una compañera en la catedral de Notredame, me puse en camino con esa ligereza pasmosa que me caracteriza cunado no tengo tiempo límite de arribo a mi destino; pero en la empalizada sur del parque, donde queda un cafetín de jóvenes ilustres y laboriosos (colombianos tenían que ser) me encontré con una aglomeración de jóvenes que pretendían sacar a relucir todas sus dotes para prevalecer ante una ciudad que “quema a los jóvenes”.
Los dejé en su trifulca y seguí mi camino; cuando llegué a la impresionante catedral, recordé que en su campanario vivía aquel prócer de la libertad estética, don cuasimodo. Pero me dediqué a detallar la roseta y los picos del campanario de la catedral; -algo no está bien-, creo que si Gaudí estuviera, querría ganar la licitación para reformar la casa de Nuestra Señora; su esterilidad pasmosa no me inquieta, es tan fría y lúgubre que un alma enaltecida se aplacaría desde sus más desconocidos bríos y moriría espiritualmente.
Es aquí cuando recuerdo haber visto una imagen de Bresson que haría juego con mi sentimiento, lo que me induce a la luminosidad bicolor de la catedral y la alegría del recuerdo de una lusitana acercándose a mi, mi compañera, de la que estoy enamorado hace un año.
Sin saludarme toma mi bufanda de un zarpaso y se la coloca como cinturón, se acerca demasiado y con una mirada impoluta, sin sonrisa y con el fondo de aquel altar de María, abro mis ojos; mierda!!! Fue un sueño; del espanto que me ocasiona haber tenido una vívida ilusión, salto de mi cama y prendo el televisor, para encontrar en el noticiero matutino, a doña Débora Arango, vieja y vendida; ¿Quién la compró?, pues es obvio: el arriero, el presidente, el emperadorcito… Definitivamente, prefiero tener un sueño en el cual me beso con la horrible Gioconda que ver como se compra y vende la cultura en Colombia.

Texto agregado el 17-10-2006, y leído por 134 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-04-2010 bueno ya, pero oye, la Giocconda no es tan federica. hay que mirarla más de cerca. el título me recordó a 'yo quiero ver un tren', donde spinetta dice así. me gusta tu estilo. quilapan
11-03-2007 Me gustò tu estilo y forma correcta de escribir. doctora
 
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