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Semejanzas a sor Juana
(o parecida pero no igual)



“La sociedad criolla encomendó a las mujeres la conservación de sus tradiciones castellanas, el fomento de la religiosidad doméstica y la consolidación del modelo de vida familiar”.

Pilar Gonzalbo Aizpuru (1)



El Br. Francisco de Salcedo, capellán de las Señoras Religiosas de Santa Teresa, en su Cartilla de la Doctrina Religiosa, especifica que una Monja es aquella que se “consagra a Dios toda, total, y voluntariamente, con todas sus cosas, en perfecto holocausto; sin reservar nada de si, para si, […] apartada de los peligros del siglo, en vida perfecta de religión”(2). El P. Antonio Núñez de Miranda dejó escrito: “Professar vna Señora Religiosa es […] quedar toda de Christo, con todas sus dependencias, quereres, y haberes, y en nada suya, ni aun en el alvedrío: porque toda se ofrece en holocausto de su Profession”(3). Y el Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz dice: “Las Religiosas están muertas a los vicios. […] y no solo están muertas, sino amortajadas, no solo con la muerte a los ojos, sino dentro de la mesma sepultura, enterradas, y encerradas”(4).

Después de haber leído estas tres citas de tres contemporáneos de sor Juana Inés de la Cruz se entiende que una monja no podía aspirar a ir más allá de lo que buenamente permiten los cuatro votos en que se funda una profesión: Pobreza, Obediencia, Castidad y Clausura. Pues, darse toda a Cristo, no tener albedrío y estar muertas al mundo eran las únicas posibilidades que gozaba una monja para poder sobrevivir en un ambiente marcado por el espíritu religioso: debían “vivir, o morir crucificadas con Christo, en la Cruz de la Religión, con los quatro clavos de los quatro votos, y con la espinosa corona de la capital mortificación, que es el restado proposito de seguir, y ceder en todo a la Comunidad, atropellando todo su juicio, y voluntad, por acomodarse a los otros”(5).

Sin embargo, como la Religión es creación del hombre y, “errar es de humanos”, una monja, siendo lo suficientemente inteligente y con mucha imaginación, podía no sólo pasar por encima de los votos, sino también violarlos: “porque las avemos con Monjas, que suelen buscar anchuras en las opiniones”(6), como es el caso de nuestra muy ilustre sor Juana. Asimismo, otras monjas (y eran las más), que se dedicaban a seguir al pie de la letra (con pelos y señales) los votos, reglas y constituciones de su convento: “porque es mi condicion, o hazer las cosas bien hechas, o no hazer nada”(7), como es el caso de la madre carmelita Inés de la Cruz.

Dos monjas cuyas vidas fueron casi idénticas hasta en el detalle, pero que sostuvieron, una por su ecuación religiosa y la otra por su educación laica, pensamientos totalmente opuestos: Inés mortificándose con cilicios y disciplinas para llegar al Dios de las penas: “Pareceme el primer vso de razón que tube fue amar a Dios, y deseo de emplearme toda en servirle”(8); y Juana Inés mortificándose con papel y tintero para llegar al Dios de las dudas: “Desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas–, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”(9).

Tanto Inés de la Cruz como Juana Inés de la Cruz, intentaron imitar las “finezas de Cristo”. Las dos fueron mujeres tenaces, de extrema inteligencia, admiradas y señaladas, por unos, con benevolencia, por otros, con malicia.

Las dos consiguen seguidores para su obra espiritual: Inés, junto con Mariana de la Cruz, funda el Convento de las Carmelitas descalzas en México; Juana Inés, ella sola, “llena las dos Españas con la opinion de su admirable sabiduría”(10). Las dos consiguen instruirse en sus respectivas categorías sin necesidad de maestros: la una tuvo “una natural vergüenza de no querer tratar con quien [le] guiase en el camino de Dios”(11); la otra “prosiguió […] la estudiosa tarea […] de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestros que los mismos libros”(12). Las dos se dan cuenta de que lo aprendido debe aplicarse: Inés reconoce que la “vida espiritual sin exercicio de virtudes, era volar sin alas”(13), y sor Juana se defiende en su famosa Respuesta…: “que siendo monja y no seglar, debía, por el estado eclesiástico, profesar letras; y más siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la hija”(14).

Pero como la inteligencia y la virtud no pueden, en este mundo, tener libertad absoluta, surgen los enemigos para ocultar tales bellezas: Inés sabía que por “las obligaciones de su officio estaba hecha piedra de escándalo”(15), y sor Juana no podía sorprenderse, pues “cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”(16).

Curioso es, para nosotros, que estas dos monjas hayan dejado para la posteridad sus sueños más inquietantes. El de Inés, es un sueño oscuro como lo es el de sor Juana; sin embargo, el sueño de la madre carmelita tiende a ser horizontal y profundo y, por otro lado, el de la madre jerónima, es vertical y ascendente. En estos dos sueños se aprecia que las aspiraciones de la madre Inés son terrenales y las de Juana Inés supraterrenales. Es decir, el sueño de Inés es un puente angosto sin fin sobre aguas cenagosas, que se convierte en un círculo vicioso donde no puede ni debe mostrarse rebeldía; mas el de sor Juana, es un sueño que nace de las sombras hacia las alturas, donde se encuentra la suprema sabiduría, no es ora cosa que lo que ella misma indica: un “volcán más soberbio que en la tierra/ gigante erguido intima al cielo guerra”(17).

Lo anterior concuerda con la idea del Sacrificio que tienen las dos monjas. La madre carmelita no cabe de gozo cuando padece, y de mil amores agrega que “siempre se ha alegrado en que digan males, que no bienes de ella”(18) cayendo redondita en el sadomasoquismo, por no decir, en el misticismo; pero no es de extrañarse, puesto que más que una forma de sufrir, era una obligación de sufrir, ya que así lo cuenta el P. Antonio Núñez de Miranda: “Portarse en las ocasiones, como mendigo; holgarse de que burlen, mofen, y rian de su pobreza, desnudez, y desazeo, o menos azeo, y no huir las ocasiones de ser despreciadas; antes hazerles rostro, y buscarlas”(19).

En lo tocante a sor Juana, vemos que ella no esta de acuerdo, fácilmente, en sufrir, no porque no acepte la condición (una limitante en su época) de ser mujer, no porque se sienta frustrada de ser monja, ni porque sepa que se encuentra “muerta a la vida y a la muerte viva”(20); sino porque ella es “erario de sabiduría”, y nadie puede obligarla a negar que “no hay cosa más libre que/ el entendimiento humano”(21), “violador del silencio sosegado”(22).

“Finjamos que soy feliz,
triste Pensamiento, un rato”(23).


“En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?”(24).


Etcétera, etcétera, etcétera…





Notas


(1). Pilar Gonzalbo Aizpuru, Historia de la educación en la época colonial, México, El Colegio de México, 1990, pág. 319.

(2). Francisco de Salcedo, Cartilla de la Doctrina Religiosa, México, 1680, fol. 2 y 1.

(3). Antonio Núñez de Miranda, Plática Doctrinal, (2ª impr.), México, 1710, fol. 2.

(4). Manuel Fernández de Santa Cruz, en su “Dedicatoria” de la Regla del Glorioso Doct. de la Iglesia S. Agustín, México, 1701, fol. 5.

(5). Antonio Núñez de Miranda; Op. cit., fol. 13.

(6). Raymundo Lumbier, Destierro de Ignorancias, México, 1694, fol. 7.

(7). Inés de la Cruz, citada por Carlos de Sigüenza y Góngora en Parayso Occidental, México, 1684.

(8). Íbid, fol. 130, párr. 303.

(9). Sor Juana Inés de la Cruz, “Respuesta a Sor Filotea” en Obras completas, (Ed., pról. Y notas de Alfonso Méndez Plancarte), México, Fondo de Cultura Económica, vol. IV, pág. 444.

(10). Diego Calleja, en la Censura de las Obras, y Fama postuma de la Madre sor Juana Inés de la Cruz; citado por Marie-Cecile Benassy_Berling en Humanismo y religión en Sor Juana Inés de la Cruz, México, UNAM.

(11). Inés de la Cruz, en Op. cit., fol. 131, párr. 306.

(12). Sor Juana Inés de la Cruz, en Op. cit., pág. 447.

(13). Inés de la Cruz, en Op. cit., fol. 133, párr. 312.

(14). Sor Juana Inés de la Cruz, en Op. cit., pág. 447.

(15). Inés de la Cruz, en Op. cit., fol. 144, párr. 347.

(16). Sor Juana Inés de la Cruz, en Op. cit., pág. 455.

(17). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, (Ed., introducc., prosifi. y notas de Alfonso Méndez Plancarte), México, UNAM, 1989, pág. 22, (Colección Biblioteca del Estudiante Universitario, No. 108).

(18). Inés de la Cruz, en Op. cit., fol. 135, párr. 316.

(19). Antonio Núñez de miranda, Op. cit., fol. 5.

(20). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, pág. 14.

(21). Sor Juana Inés de la Cruz, “Prólogo al lector” en Op. cit., (2ª reimp.), vol. I, pág. 3.

(22). Sor Juana Inés de la Cruz, El Sueño, pág. 8.

(23). Sor Juana Inés de la Cruz, “Romance # 2”en Op. cit., vol. I, pág. 5.

(24). Sor Juana Inés de la Cruz, “Soneto # 146” en Op. cit., vol. I, pág. 277.



Bibliografía


Benassy-Berling, Marie-Cecile, Humanismo y religión en Sor Juana Inés de la Cruz, México, Universidad Nacional Autónoma de México.

Fernández de Santa cruz, Manuel, Regla del Glorioso Doct. de la Iglesia S. Agustín, México. Imprenta de los Herederos del Capitán Juan de Villa Real, 1701.

Juana Inés de la cruz, Sor, El Sueño, (Ed., introducc., prosific. y notas de Alfonso Méndez Plancarte), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989, (Colección Biblioteca del estudiante Universitario, No. 108).

----------------------, Obras completas, (Ed., pról. y notas de Alfonso Méndez Plancarte), México, Fondo de Cultura Económica, 1976, vol. I y IV.

Lumbier, Raymundo, Destierro de Ignorancias, México, Imprenta Juan Joseph Guillena Carascozo, 1694.

Núñez de miranda, Antonio, Platica Doctrinal, (2ª reimp.), México, Por la Viuda de Miguel de Ribera Calderón, 1710.

Salcedo, Francisco de, Cartilla de la Doctrina Religiosa, México, Por la Viuda de Bernardo Calderón, 1680.

Sigüenza y Góngora, Carlos de, Parayso Occidental, México, Juan de Ribera, Impresor, 1684.

Texto agregado el 18-10-2006, y leído por 349 visitantes. (1 voto)


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