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Cuando aun era un remedo de ser humano y mi nariz se dedicaba sobre todo en invierno a producir industrialmente cantidades de moco , recuerdo muy, pero muy, claramente mis horas de ocio, populares hasta la actualidad entre mis insensibles y envidiosos familiares que lucharon fallidamente, desde siempre, contra mi inalterable vocación al placer de no hacer nada. En ese empolvado entonces, y ya con todas mis facultades en uso, me vi obligado, por mi amor a la democracia infantil -ignorada por todos esos absurdos adultos que olvidan o fingen olvidar cuando fueron ángeles caídos y se la pegan de mesiánicos santurrones- a luchar contra sus dictatoriales y opresivos castigos para no ver la televisión, aparato imprescindible en nuestros primeros años de formación, por si les queda duda, pregúntenselo a cualquier niño. Una de las formas más efectivas que encontré para oponerme a su malévolo y desfachatado poder, era reproducir mis caricaturas en la mente o mejor dicho alucinarlas. Entonces enojado dejaba volar mi desenfrenada imaginación. Mi concentración se elevaba a su máxima expresión mirando al techo o cerrando los ojos, con los juguetes en mano, sentado en el baño o conspirando contra la sopa de verduras del inenarrable arte culinario poco apreciado de mi querida madre. Bueno tirado en cualquier lugar, encontraba mi nirvana en búsqueda de un poco de tranquilidad e intimidad, hasta el punto de haber sido considerado en proceso de autismo. En esas salidas voluntarias de la realidad, creaba en cualquier parte del mundo o fuera de él, épicos convulsionados y nada ordenadas locaciones oníricas, donde se daban frecuentemente de puñetazos, patadas, chalacazos o se tiraban cualquier cosa mis personajes de ficción favoritos, por ejemplo los siete enanos peleaban unas veces entre ellos por cuestiones de celos y otras contra Popeye, que no pudiendo conquistar a su muerta fresca buscaba aventuras en otras famosas mujeres de caricatura. Las broncas eran tan encarnizadas que el marinero recurría, al verse perdido por el número mayor de sus agresores, -que para estas cosas si eran unidos los enanos como algunos hinchas delincuenciales de nuestros malazos equipos de fútbol-, no sólo a las espinacas, si no a dar aviso a sus sobrinos ya grandes y con pintas de verdaderos pandilleros. El enfrentamiento entonces se volvía brevemente más parejo, aunque se empeoraba por el uso de armas marca ACME que les vendía el Coyote, que eran distribuidos con desparpajo y cinismo en el mismo campo de batalla por el panzón y malévolo Blutus. Después de una gran batalla donde volaban por los aires tras las explosiones de autos, naves interplanetarias, tanques blindados, granadas, bombas, y dinamita, terminaban pegándose hasta con la propia Blanca Nieves, arrojándola por encima de sus cabezas o usándola como palo de béisbol. Unas veces quedaban escarmentados los pequeños mineros belicosos o Popeye y su pandilla. Eso si, mismo Corazón Valiente, quedaban tirados en el piso con los ojos hinchados, sonrisas desgranadas y getas rotas, muy pero muy adoloridos. Las trifulcas duraban hasta que los melódicos gritos de mi madre me sacan del letargo ¡A comer rápido que se enfría! ¡Has tu tarea carajo o te doy un…! ¡Ya métase a la ducha! ¡Te haces tarde¡ O cuando me quedaba dormido y exhausto por las tremendas palizas que sentía en carne propia, o que me daban gratuita e injustamente por no cumplir con mis tareas de la bendita escuela. Debo recalcar que en ese entonces no existían instituciones de protección a los menores como hoy en día, si no otra seria la historia.
Una tarde de esas de fin de año después de regresar de clases, el problema de los enanos con Popeye, y el traficante de armas del Coyote, se vio empeorada, lo digo porque repentinamente y sin ninguna invitación de por medio, aparecieron en escena: un soldadito de plomo, caperucita roja que ese día estaba de verde, el pato Lucas y el conejo amanerado Bugs bunny con sus ensordecedores gritos, el Papa que quería hacerla de pacificador sacando tarjeta roja a todo el mundo y que casi fuera impactado por un proyectil de la Gata Loca, Superman cómodamente enroscado por el cuello por Oliva que lo llenaba de besos, Batman chumbeque en mano reclamaba a todo pulmón la intromisión del Hombre Araña en este cartoon, este a su vez forcejeaba tirado en el suelo con Dino, mientras que el amo de este último, Pedro pica piedra con su copiloto Pablo Marmol atropellaba a todo mundo manejando su flamante tronco móvil seguido de cerca por los Magníficos, una polvareda pronto se levantó en el lugar. El Chapulín Colorado por otro lado fue agarrado de las antenitas de vinil por Betty, mientas que Vilma le daba duro con su sandalia en todo el hocico, por atrevido, creo, en fin estaban todo los personajes de moda: Los Trasformes, Mazinger Z, el Capitán América, el Capitán Futuro, Pluto, Barba papa, Scooby Doo, Candy, Félix el gato, Los Cuatro fantásticos, El ratón Mickey, Don Gato y su pandilla, el Pájaro Loco, Ultra Siete, He- Man, Thundercats, el rey Arturo, Marco que aprovechaba en buscar a su mamá entre los presentes, Los Pitufos que sacaron cara por los Enanos. Bien todos ellos se pegaba y lloraba sin razón aparente, la nube sigo subiendo hasta que lo tapó todo, y ya no se podía observar nada, por un buen rato pero se siguió escuchando nítidamente el combate, hasta que de repente la cabeza del Corre Caminos emergió en un pequeño hoyo de la nube con su singular graznido y sacando la legua. Eso es lo último que recuerdo, pues fui devuelto a la odiosa realidad atraído por el pavarótico grito de mi padre, que fuera de si articulaba frases que no puedo reproducir por respeto, un segundo después me levantaba en vilo y me arrojaba despiadadamente en mi cuarto, no sin antes sacarle lustre a mi paliducho trasero. El por qué fue, es sencillo, me había quedado dormido y mi sopita fue derramada por mis estiramientos compulsivos y ese líquido odioso había caído en los documentos importantes, que él irresponsablemente había dejado cerca a mí, ¡Para eso no se estudia pues! Al día siguiente obcecado nuevamente por las quejas de notas y baja atención en el aula por parte de la vieja amargada, bruja deforme y solterona de mi profesora. Fui castigado con mayor opresión hasta el punto de perder toda esperanza de ver otra vez en mi vida la televisión. Días después amenazado cumplía con mis trabajos ayudado por una simpática profesora particular, que en poco tiempo con ternura y sonriendo mucho compró mi confianza y cariño. Ese año salí sin ningún inconveniente de clases, todas esas semanas no puede concentrarme más que en la linda profesora aunque me exigiera hasta el cansancio, en matemáticas, historia, lenguaje, ciencias naturales, educación cívica, geografía, para poder aprobar a pesar de la solvencia de rojos en mi libreta.
El castigo de no ver TV se prolongó hasta mi cumpleaños, que coincidía anecdóticamente con la clausura del año escolar, hoy viejo y nostálgico, recuerdo esa infame tarde en la que me despedí de la linda profesora que nunca más volví a ver. Aunque no reparé en ello si no tiempo después, pues estaba enceguecido por la enorme torta, los payasos, dulces, piñata y la desbordante emoción por los muchos obsequios de mis tíos y abuelos, entre los más memorables recibí un pequeño televisor, que encendió la envidia entre mis invitados. Lo usé extasiado y sin reproches por los tres largos meses de vacaciones, y por él me olvidé de todo, de todo, ya no me fue necesario visitar a mis compinches animados, ni de huir a otros mundos y, ese por desgracia fue el día en el que olvidé cómo soñar, nunca más he podido reunir a todos esos personajes juntos para terminar esa mi última aventura. Aún me intriga cómo es que acabó todo ese gran barullo, pero para felicidad mía y la de muchos seguramente, todos ellos se la arreglaron para sobrevivir y limar sus diferencias…

Dedicado a mi entrañable NAGC
Nicojosue@hotmail.com

Texto agregado el 19-10-2006, y leído por 190 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-03-2007 excelente5* neison
 
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