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1-CAÑA



A Varinia.
Por todo el tiempo que tendremos juntos.



“Toda luna, todo año,
todo día, todo viento,
camina y pasa también.
También toda sangre llega
al lugar de su quietud”.

Chilam-Balam (1)





Al final de la oscuridad, de lo incierto y lo desconocido, cuando Coyolxauhqui volvía a su lugar, más allá de Mictlán, junto a los Centzonhuitznáhuac que huían hacia el lugar sin puertas ni ventanas, el lugar de la amargura; Huehuetéotl, el más viejo de los viejos, el de la boca desdentada y de eternos surcos en la piel, jorobado y enjuto, apagaba toda hoguera flamante en el río de Tules.

No existe nada más placentero que el surgimiento de un nuevo Sol. Nada hay en la Tierra con que se le pueda comparar.

Huehuetéotl lo sabe, y mira hacia el horizonte y el nerviosismo se apodera de su decrépito cuerpo. En sus labios se dibuja una pequeña sonrisa, remarcando así sus quijadas vacías, la hueca dentadura de uno de los tzin más poderosos. De nuevo verá nacer a Tonatiuh que saldrá de su cautiverio a vuelo de colibrí. De nuevo siente en sus venas el latido humano de otro día.

Y Mixcóatl, desde sus alturas, a paso lento e impulsado por el viento camina hacia el Norte, “ondulante, erizado de flechas luminosas, atravesando la noche”(2). Despidiéndose de Tula.

• • •

Mientras un cansado tecólotl regresaba a destiempo de su nocturna cacería, de allá lejos se deja caer el lamento sonoro de un caracol que silba, en lo alto de un cerro, un diligente macehual; y detrás de las imponentes montañas van naciendo los frescos rayos del Sol que riegan de luz la durmiente y apacible ciudad. Mictlantecuhtli vuelva a morir de rabia.

Sin embargo, en el Templo de Nuestro Precioso Sacerdote llora una flauta, y el silencio impone silencio.

El pueblo ignora lo que ha sucedido y va llenando la plaza; como atraído por una serpiente llega hasta los muros de la hermosa pirámide. Va engalanado con sus mejores mantas, sus penachos están cubiertos con las más llamativas plumas, algunas mujeres llevan en brazos a sus hijos de pecho y detrás de ellas van los niños ansiosos de volver a ver a nuestro Topiltzin.

¿Cómo agradecer tantas bendiciones?; pero nadie les ha dicho que es el peor momento de tener un pensamiento alegre.

Los animales son los únicos que intuyen que los Cuatro Hechiceros han regresado.

Alguien se ha dado cuenta que ninguna de las Cuatrocientas aves ha elevado su canto desde el amanecer, ni siquiera una pequeña papalotl ha sobrevolado la enrome plaza.

Ehécatl no quiere perturbar una sola hoja de los árboles.

Sólo Tezcatlipoca ríe en su traición, oculto tras el hilo de la araña.

Los Dioses, los mismos Dioses que se reunieron allá, en Teotihuacan, para dar nacimiento a una nueva especie, jamás imaginaron que el dios que tanto había hecho por nosotros sufriría tal afrenta.

Tláloc no sabe dónde sumergir su desconcierto.

Los Tolteca, “los que dialogan con su propio corazón”(3), los hacedores de hermosas artes, ven sus figuras de barro quebrarse, ven sus frescos en los muros rajarse, ven sus esculturas romperse al más leve movimiento.

Sólo un tlacuilo sabe que a partir de este momento “no se oirá decir lo que se puso en papel y se pintó...”(4)

Los murmullos crecen y por el pueblo comienzan a circular nuevas palabras, desconocidas hasta ahora por todos, nadie las sabe pronunciar, balbucean las palabras para encontrar un significado pero los nahuales se han perdido y no encontrarán jamás el camino de regreso, no hay quien sepa lo que significa una “muerte a filo de obsidiana”(5).

Tonatiuh se oculta entre las nubes, no encuentra entre sus rayos un rayo de tristeza, y se avergüenza de mostrar su radiante traje florido.

Un anciano encorvado, con los ojos hinchados por el llanto, sale del templo de Tlahuizcalpantecuhtli, trata de dirigirse a todo el pueblo reunido abajo, y con la garganta enronquecida, lanza a los cuatro cielos sus últimas palabras: “A esperar día a día la muerte, prefiero convocarla y hacerlo a tiempo”(6).

La gente, asombrada, se cubre de espanto al ver que el anciano lleva en una mano un filoso cuchillo de pedernal y, ante todos, se destroza el pecho con él.

Ehécatl huye despavorido.

Sólo Tezcatlipoca ríe, pero no está conforme.

Los Dioses se avergüenzan de serlo, los mismos Dioses que se reunieron allá, en Teotihuacan, comienzan a pregonar su inútil plañido y no quieren ya volver.

Tláloc se entristece, y las flores se van pudriendo en el agua.

El silencio cae sobre todos y el mundo cambia su rumbo; los espíritus se hacen presentes y los bosques se cubren con la niebla de los fangos.

Dicen que el maguey florece antes de morir, regala su única y última flor a la blanca citlali de Xochiquetzal; así se vio salir del Templo la figura de Nuestro Hermoso Príncipe, y su sombra rozó cada una de las columnas de los gigantes de piedra que en arena serán convertidos:

Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, ha salido del Templo.

La Gran Coatlicue, nuestra dolorosa Tonantzin, dentro de un cúmulo de nubes grisáceas llora a su último hijo.

Nuestra Serpiente Emplumada mira al anciano que yace muerto a sus pies, ve correr el líquido precioso, el chalchíhuatl que resbala por las escaleras; y llora... y levanta su mano... y pide se le escuche... y habla:

‹‹¡Hoy los Dioses han mostrado su verdadera cara! ¡Hoy se han manchado con la sangre de sus hijos traicionándose a sí mismos! ¡Hoy sabemos para qué sirven!

››Ya mis caminos no son más de esta Tierra, mis manos ya no tienen poder; mis piernas ya no pueden sostenerme; y mis ojos, ya no ven.

››Me iré de estos rumbos y no quiero que nadie vaya conmigo; me iré por un camino largo, muy largo, y sé que viajaré mejor solo.

››”Quizá desaparezca, quizá me destruya yo”(7), pero no quiero reflejarme en el agua estancada, no quiero que mi nombre lo pronuncie el olvido, no quiero que mi flauta guarde un silencio de muerte.

››”Dispersados serán por el mundo las mujeres que cantan y los hombres que cantan y todos los que cantan... Nadie se librará, nadie se salvará... Mucha miseria habrá en los años del imperio de la codicia. Los hombres, esclavos han de hacerse. Triste estará el rostro del sol... Se despoblará el mundo, se hará pequeño y humillado...”(8)

››Tal vez pasará algún tiempo, mucho tiempo; pero en un día como este volverán los vientos cargados de nubes, llegarán las relampagueantes tormentas, y yo, con ellas vendré.

››Una enorme papalotl anunciará mi llegada y un pequeño huitzilihuitl barrerá los caminos por donde los falsos Dioses hayan pasado.

››”¡Que mi sangre derramada sirva para abonar semillas...!”(9)

• • •

Ehécatl se congela en su propio aliento.

Sólo Tezcatlipoca ríe, pero ahora el pueblo sabe que su sonrisa no es eterna.

Los Dioses, los mismos Dioses que se reunieron allá, en Teotihuacan, ahora saben que su tiempo ha iniciado la curva de sus días.

Y Tláloc se ahoga en su propia lluvia.

• • •

Nadie vio partir a Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, nadie lo vio alejarse de la costa, nadie intuye por dónde “el asombro del mundo le abrió los ojos y partió a la ventura”(10).

Pero a lo lejos, por el Oriente, por donde los rumbos se cruzan hacia su último destino, se alcanza a ver el humo de una enorme hoguera y al término de la noche aparece una nueva estrella que será vista cuando llegue la tarde.

Todo llega al lugar de su quietud.










Notas


(1). Inscripción colocada en la parte superior de la entrada a la Sala de Occidente en el Museo Nacional de Antropología, México, DF.

(2). Eduardo Galeano en “La vía láctea” de Memoria del fuego, México, Siglo XXI, 1982, t. I, “Los nacimientos”, p. 12.

(3). Fragmento de una cita colocada a la derecha de la entrada a la Sala Tolteca en el Museo Nacional de Antropología, México, DF.

(4). “Anales de Cuautitlán”, citado por Miguel León Portilla en Los antiguos mexicanos, México, FCE-SEP, 1983 (Col.: Lecturas Mexicanas No. 3), p. 65.

(5). Eduardo Matos Moctezuma, Muerte al filo de obsidiana, México, SEP, 1986, (Col.: Lecturas Mexicanas, Segunda Serie No. 50).

(6). Jaime Torres Bodet, citado por Eduardo Matos Moctezuma en Muerte al filo de obsidiana, México, SEP, 1986, (Col.: Lecturas Mexicanas, Segunda Serie No. 50), p. 141.

(7). Fragmento de un poema al dios Xipe Tótec, citado por Alfonso Caso en El pueblo del Sol, México, FCE, 1983, p. 99.

(8). Eduardo Galeano en “El profeta” de Memoria del fuego, México, Siglo XXI, 1982, t. I. “Los nacimientos”, p. 49.

(9). Palabras que considero un testamento de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado en El Salvador en 1980.

(10). Eduardo Galeano en “La lluvia” de Memoria del fuego, México, Siglo XXI, 1982, t. I. “Los nacimientos”, p. 7.

Texto agregado el 23-10-2006, y leído por 248 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-10-2006 Me costó llegar al final de este cuento, pero muy probablemente se deba a que no cuente con los conocimientos necesarios como para entender los términos que se utilizan. Me costó meterme en la historia y que me causara interés. Se agradecen las referencias a los textos de otros autores (desconocía esos textos de Galeano). Revisaría algunos términos (volvía de nuevo) y repeticiones (Dioses). CK CocinasKenia
 
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