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La serpiente repta entre recuerdos que nunca han sido. Zigzaguea entre lo pasado que aborrece, el presente que la mantiene calma, y el futuro del que nada, absolutamente nada conoce.
Su mirada oblicua es fatal, no le permite ver las cosas tal cual son; siempre su visión de las cosas es distorsionada. Donde debía ver amor, vió desconfianza; donde debía ver desinterés, vió esperanzas; donde debe ver tiempo, aún no sabe qué ver...
Viaja en el zigzag constante de los seres que nunca se quedan quietos. Se va de un extremo al otro con la velocidad que sólo ella, como serpiente que es, puede aplicar. Se bambolea entre el ir y el venir de las emociones y no se permite afincarse en ninguna de ellas. Quién sabe por qué; tal vez su propia condición así lo indica.
No está segura de cómo se siente en el día a día, sólo sabe que está entre toda esa masa y que no encaja, o que por el contrario, se siente a gusto y cómoda sin razón aparente.

¿Cuál es, de existir, el modo correcto de amar? ¿El que siente la serpiente o el que el otro quiere que ella sienta? ¿Hay diferentes maneras de corresponder el amor?

La serpiente repta, está cansada de vagar por las dunas, subir y bajar en los toboganes de arena. Su vientre no se apoya en el suelo sólido, como podría ser la roca, la tierra, la madera. La arena la raspa y la rasga poco a poco, la erosiona y la mantiene siempre al rojo, a punto de cicatrizar, pero nunca cicatrizando de una vez y para siempre.¿Quiere cicatrizar o es sólo una excusa para mantener los dientes alerta y afilados, con el veneno a flor de labio?

La contorsión se ha vuelto imposible de deshacer. Enroscada en la rama de un árbol, no puede salirse del nudo que ella misma ha construido. Quedó encerrada en su propia trampa. No puede salir. No sabe cómo dejar atrás los nudos y continuar reptando libremente por la arena. Extraña la arena y su rasguido. Finalmente, sin darse cuenta, cae del árbol para volver a la arena, con la sangre ventral dejando un rastro que nadie va a seguir.

Se acerca la noche y en el desierto el frío acusia, pero ella, de pretendida sangre fría, no se inmuta ante la quietud. Sólo ante la soledad. Y mientras nadie la sigue y nadie la ve, llora.

¿Sabían que las serpientes pueden llorar?

Texto agregado el 27-02-2003, y leído por 397 visitantes. (0 votos)


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