Libre albedrío

Trinarás sólo para mí- le dijo el hombre a su canario y este sufrió tal conmoción, ya que no le dolía el cautiverio más que ese desatinado mandato, por lo que su canto se hizo lúgubre, luego las notas empalidecieron hasta el punto que se transformaron en un débil quejido que arrastró la existencia de la avecilla hacia su triste ocaso.

-No surcarán los cielos que no les sean permitidos- le gritó el hombre a una bandada de golondrinas que emigraban a un lugar determinado. Y ellas, entristecidas a tal punto por la prohibición, prefirieron transformarse en kamikazes emplumados y se lanzaron de cabeza al mar para morir destrozadas por el oleaje.

-Alumbrarás sólo lo que deseo que alumbres- le ordenó el hombre a la lámpara y está, mortecina y fugaz, fue destilando sus luciérnagas eléctricas hasta quedar convertida en una oquedad sombría que sólo ennegrecía pesares.

-Latirás sólo por mí- le ordenó el hombre a su corazón y este, sofrenado en sus románticas palpitaciones, simplemente se dedicó a contar las horas con la rutinaria obsecuencia de un músculo autómata. La sangre, más tarde, se negó a dialogar con aquél corazón sin alma y como un río rojo se abalanzó fuera de ese cuerpo egotista.

Y así como ese canario enmudecido, esas aves sin rumbo, esas luces sin brillo propio y ese corazón desesperanzado, así se siente el ser que ve limitada su libertad y su dignidad porque ya no es un hombre ni tampoco tiene vida propia…