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En busca de la gema azul


Capitulo I

Los hermanos Martínez eran tres. Raúl, el mayor, que entonces tenía unos once años, a este lo seguía María de ocho y Roco de cinco años. Sus padres habían muerto en el cercano oriente. Dos fundamentalistas se inmolaron chocando su camioneta con un micro de turistas y provocando la muerte inmediata de la mayoría de los pasajeros, entre los que estaban la feliz pareja de padres.
Al llegar la noticia de la muerte de sus progenitores, los tres niños fueron llevados a la casa de sus abuelos paternos. El abuelo tenía una biblioteca con miles de ejemplares, y había pasado su vida viajando por lejanos países de otros continentes. La abuela era alegre y servicial. Los dos vivían en una casa muy grande y lujosa, con varias personas a su servicio, que se ocupaban de ellos y de las tareas domésticas.
Los niños y el abuelo solían reunirse en la sala donde estaba la biblioteca y se sentaban en una alfombra, al lado de la chimenea. El abuelo les contaba historias de sus viajes. Y de las aventuras que le ocurrieron cuando era más joven. Los chicos escuchaban embelesados, soñando con viajar cuando hubieran crecido un poco.
La historia que más les gustaba oír era la de una gema azul que estaba perdida en un país africano. Y que valía muchísimo dinero. Ellos habían hecho un pacto prometiéndose buscarla. El abuelo les decía que vendiendo esa gema se podían comprar tres casas como la suya. Aquel les fue dando datos y contando recuerdos que ellos fueron apuntando celosamente.


Capitulo II

Cuando los tres hermanos crecieron y alcanzaron la mayoría de edad, y su abuelo había fallecido hacía tiempo de muerte natural. Entonces les pareció que era momento de ir en busca de la piedra. El primer paso que dieron fue el de buscar información acerca del país en que se encontraba el tesoro, es decir Zambia.
En la biblioteca del barrio encontraron datos de las ciudades principales, de sus habitantes, idioma y clima. La piedra, según les había contado su abuelo estaba en manos de un comerciante que había sido su socio, en un país africano llamado Zambia, en el sur del mismo continente. Este socio, llamado Al-Hazú, de nacionalidad árabe, lo había traicionado y se había quedado con la piedra que pertenecía a los dos en partes iguales. La gema la habían obtenido en una acaudalada transacción, a cambio de una gran partida de armas y pieles de camello.
El abuelo había tenido que volver a Argentina con apuro porque su esposa había dado luz a su primer hijo, el hermano mayor del padre de los tres jóvenes. Y no volvió a saber nada ni de la piedra, ni de su socio.
Los hermanos reservaron tres pasajes para el viaje en barco que los llevaría a Sierra Leona, en la costa africana. Desde allí contrataron a un viejo, que con un Jeep los llevó por las estepas africanas y a través de varios países hasta la capital de Zambia. El idioma era una traba para ellos, pero con un poco de Ingles, que aprendieron cuando estudiaban la secundaria en un colegio bilingüe de Hurlingham, y con señas, lograron hacerse entender.
Llegaron a Lusaka, la principal ciudad y capital de Zambia. Donde se hospedaron en un hotel decadente en la zona turística de la ciudad. Fueron bien recibidos. Pero la pobreza era desconsoladora, en la calle veían niños desnutridos pidiendo monedas.
Al día siguiente de la llegada tomaron un antiguo tren que los llevó a una ciudad precaria llamada Kapiri, a cuarenta kilómetros de Lusaka. Bajaron en la desolada estación y preguntaron por Al-Hazú. Sorprendidos, comprobaron que todos en el pueblo conocían a este hombre. Les indicaron donde encontrarlo. Así dieron con él, era el hombre más rico de la provincia. Cuando este supo que tres blancos lo buscaban, mando a dos de sus hombres a buscarlos. Al-Hazú hablaba perfecto ingles y se pudieron entender de inmediato.
El árabe hablaba perfecto ingles y se pudieron entender de inmediato. Al saber quienes eran los recibió con gran ceremonia y los invitó a comer en una mesa larga repleta de frutas y comidas exóticas. Era dueño de un gran palacio con una servidumbre de quince personas, en su mayoría negros, y con varias mujeres, a las cuales llamaba esposas.
Al-Hazú les relató como hizo poco a poco la riqueza que lo rodeaba. Había monopolizado las rutas comerciales de gran parte de la región sudafricana. Había competido contra varias compañas de comerciantes y había salido vencedor en casi todas las oportunidades. Le hablaron de la piedra. Él se las dio avergonzado, intentando reivindicarse por haber hecho tan horrible traición a su abuelo. Además les explicó que ya tenía la suficiente fortuna como para deshacerse de la piedra sin que su riqueza disminuyera significativamente.
Los hermanos volvieron a Argentina, y decidieron por el momento conservar la piedra. La habían escondido. Sólo ellos saben donde.

Texto agregado el 27-10-2006, y leído por 252 visitantes. (0 votos)


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