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La hostería


Capitulo I

Llegué a Antogasta un sábado por la mañana. Enseguida fui a la hostería en donde había hecho una reserva por teléfono desde Buenos Aires.
La hostería era calida y cómoda. Habían cuadros antiguos y en el interior estaba revestida en madera. En ese momento se hospedaban pocas personas: una familia tipo, una pareja y un señor mayor. La atendía una señora que hablaba con acento español. Me indicó mi habitación y me contó como funcionaba la hostería, el horario de las comidas, etc. El almuerzo corría por parte de los huéspedes. Había varias posadas donde se podía comer bien y sin gastar mucho.
Dejé mi equipaje y decidí mirar un poco los alrededores de la hostería. Se veían bosques de árboles altos y angostos. Estábamos sobre una montaña no muy alta y a lo lejos se podía ver un lago cristalino con veleros de diversos colores.
Habían por allí, dando vueltas, varios perros. Algunos de raza, y otros de la calle.
Los dos primeros días todo transcurrió normal y tranquilamente. Al tercero llegó la hija de Marta, la patrona de la hostería. Se llamaba Celia. Era flaca y tenía los ojos azules. Fuimos presentados y al día siguiente la invité a almorzar. Ella aceptó enseguida. Fuimos a una posada llamada “El barril”. Yo pedí el menú del día, que constaba de un churrasco, papas fritas, y postre. Ella ordenó pasta, a pesar del calor.
Me contó que su padre había muerto por un paro cardiaco y ella estaba estudiando turismo en la capital de la provincia. Así que su madre se hacía cargo de la hostería, sin más ayuda que dos empleadas negligentes.

Salimos de “El barril” y fuimos por los caminos de piedras hasta la orilla del lago. Mientras comentábamos sobre las estrellas, que se veían increíblemente y ella me contó:
- Ahora estoy sola, corte la relación que tenia porque él era adicto a las drogas y a veces me maltrataba.
Yo le pregunte cómo una chica tan linda podía estar con alguien así. Y ella me contestó:
- Yo pensaba que él podía cambiar, pero el tiempo me demostró lo contrario. Todavía, a veces me llama porque quiere verme, pero yo me opongo.
Hablando así llegamos a la hostería y nos sentamos a fumar en un árbol talado. Ella me contó algunas cosas sobre los huéspedes:
- El viejo con aspecto huraño se llama Jorge y viene siempre a esta altura del año. Parece que esta escribiendo un libro, un ensayo filosófico, me contó. De la familia no sabemos mucho, es la primera vez que viene, parecen normales, una típica familia tipo. De los otros dos solo sé que están esperando un hijo, son amables, siempre saludan.
A la noche cené en la hostería, me senté cerca de Celia. La comida era muy buena. Se notaba la habilidad de la señora Marta. Todo a punto y bien sazonado. De postre comimos manzanas verdes al horno.
En la hostería había una sala con sillones y mesas donde reinaba el silencio. Se podía tranquilamente leer o escuchar música. Inclusive había un televisor blanco y negro que nadie usaba. Solo tenía que interrumpir lo que estaba leyendo cuando llegaban los chicos, gritando y jugando. Eran una niña y un niño. Ella era más grande que su hermano, y le daba órdenes todo el tiempo. Él era callado y tímido.
Al día siguiente me crucé en el jardín con Jorge. Llevaba un cuaderno e
iba haciendo anotaciones. Lo llame y se asustó. Después se disculpo y me ofreció un habano. Estuvimos caminando y charlando juntos. El habano era muy bueno. El viejo me contó sobre el ambicioso proyecto sobre el que estaba trabajando. Yo no le entendí bien, nunca me gustó la filosofía o al menos pensé que de eso se trataba. Pero Jorge me pareció un buen tipo, aunque algo presumido.


Capitulo II


Al día siguiente Jorge no bajó a desayunar. A nadie le llamó la atención, todos pensamos que había decidido seguir durmiendo un rato más. Pasaron las horas. En el momento del almuerzo Marta comentó su preocupación. Subió y golpeó la puerta de la habitación del viejo. Nadie respondió. Empujó y la puerta cedió con facilidad. Lo encontró tirado en la cama y sin pulso. Estaba muerto. Todos acudimos a ver el cadáver menos los niños. Celia estaba aterrada. Quedamos impresionados, pero pensamos que había fallecido de muerte natural. Su edad lo hacia probable.
Marta llamó a la policía. En una hora varios oficiales llegaron acompañados por los médicos forenses. Estos últimos se llevaron el cuerpo.
A los días vino un comisario a darnos el informe de la autopsia. Marta lo leyó en vos alta. Habían detectado una0 poderosa sustancia venenosa en su organismo.
Al conocer los resultados del estudio, todos reunidos alrededor de la mesa en que comíamos, empezamos a tirar conjeturas. Algunos pensaban que había sido un suicidio, ya que era imposible sospechar de ninguno de los temporales habitantes de la hostería., ni de Marta.
Tampoco encontrábamos razones para pensar que el viejo se hubiera envenenado. Su apariencia en los últimos días no daba para pensar que tenia intenciones de acabar con su vida, tolo lo contrario. Pero halla sido un suicidio o no, había que preguntarse el por que de su muerte.
Yo me acerque a Celia. Los dos convinimos en investigar, el viejo nos caía bien y nos daba tristeza por él.
Lo primero que hicimos fue leer el antes referido cuaderno. Faltaban algunas hojas. Pero al parecer su trabajo trataba de un nuevo modo del funcionamiento de las democracias.
Supusimos que era algo revolucionario y que por eso alguien “importante” decidió que Jorge no terminara el trabajo. Y además ese alguien se cuido de abortar el proyecto arrancando algunas hojas. De manera que no se podía entender por completo la idea.
Quedaba, siguiendo esa línea de pensamiento, averiguar tanto al autor ideológico como al material. Yo interiormente, y en contraposición a lo que venia pensando empecé a suponer que el asesino podía estar entre los huéspedes o la misma administradora. En su hija yo confiaba ciegamente.



Capitulo III


En la agenda del viejo encontramos material más que suficiente para empezar a investigar. Allí habían nombres, teléfonos y direcciones. También anotaciones y cuadros jerárquicos.
La mayoría de los contactos eran de Buenos Aires. Hicimos varios llamados. La gente se admiraba de lo que le había pasado al viejo. También dimos con su hija, el único familiar que le quedaba a Jorge. Hablamos mucho con ella, pero no estaba al tanto del proyecto, lo único que nos pudo decir fue que su padre era profesor en la universidad de una materia relacionada a la política. No entendía como le podía haber pasado eso a su padre. Este nunca había sido militante, y no se metía en cuestiones partidistas. Se la escuchaba muy angustiada.
Una vecina nos supo decir que, hacia unos días unos hombres, de traje, habían ido a buscar a Jorge a su casa. Entraron, revolvieron todo y se fueron, así, sin impunidad aparente.
La policía por su parte no se ocupaba demasiado por el crimen. Los diarios apenas publicaron un pequeño artículo, sin demasiados detalles. La hija del fallecido tenía miedo de averiguar. Tenía un niño pequeño y pensaba que podría ponerlo en peligro. Así que los únicos que seguíamos el caso éramos Celia y yo.
Fuimos a distintos departamentos policiales y gubernamentales. Pero todo fue en vano, nadie nos escuchó.
Decidimos poner nuestra mirada otra vez sobre los huéspedes de la hostería en el momento del crimen. Nos pareció que los que más probabilidades tenían de haber matado al viejo eran la pareja.
En la hostería buscamos en la computadora los datos de los huéspedes, donde estaban los datos de la pareja que buscábamos. En ella figuraba una dirección y un teléfono. Quisimos ubicarlos pero los datos resultaron ser falsos. Esto nos llamó la atención y pensamos que estábamos sobre la pista correcta.
Ahora teníamos que pensar en como ubicarlos y esto no era una tarea fácil. Se nos ocurrió buscar en la habitación donde habían estado alojados, pero no encontramos nada.
Nos pareció buena idea buscar en internet. Estuvimos varias horas seguidas investigando sitios de partidos políticos y encontramos una página de un grupo anarquista. Ahora no recuerdo como era la dirección. Pero allí se hablaba del proyecto de un intelectual que había que evitar que salga a la luz.
Llamamos a la policía. Esta vez con los datos que les dimos nos escucharon y al día siguiente allanaron el departamento donde funcionaba el partido. Los cabecillas del partido confesaron el crimen. Fueron juzgados y encerrados en prisión.
Celia y yo nos casamos y nos fuimos a vivir a la hostería de Antogasta.





Texto agregado el 27-10-2006, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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