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EL LECHUZO QUE DESCUBRIÓ LA LUZ


Para Fernando

Y siempre repetía lo mismo en forma insistente el declarado docto y científico lechuzo, el cual se había graduado con "110 y lode", en una de las mejores universidades de lechuzos que tienen en la Selva Negra de África: "la vida es negra, mocosuelos, y por tanto, es amarga, desdichada y afligida. Se vive de noche y en la noche; somos para la noche; y, fuera de lo noche, no hay vida, sino muerte; y aclaraba: subrayen que ésta es más negra todavía. Y prolongaba, casi eternizaba sin cejar un paso atrás en su trivial perorata: "la esencia fundamental de todo lechuzo es negra, como negra es la sangre que vitaliza todo su cuerpo.
Es negra el alma, negra la conciencia y todas las potencias y sus sentimientos. Es negro es el corazón y todo enternecimiento posible. Sepan que también hay canciones prohibidas como: “Claro de Luna”, “Rayito de Luna”, “Rayando el sol”; "The Love is blue" (el amor es triste) ésta, fue compuesta sin duda por un ignorante; porque, aunque el azul marino es muy parecido al negro; pero, decir azul en abstracto, se puede confundir con el azul cielo; y, como el amor se distingue por su color, por eso, les aconsejo que cada vez que escuchen tales melodías, tápense los oídos, y grábense bien que el amor neto es sólo de color negro".

Decía también el chafado maestro que los lechuzos viejos, aquellos que ya no pueden dormir, porque están esperando a cada rato su triste muerte, que es negra y moreteada, a veces tenían visiones y sueños estrambóticos, excéntricos, fanáticos, desusados, paradójicos e incongruentes; pero que no había que creerles nada de su material onírico; porque, como ya chocheaban, inventaban cada disparate de dar risa hasta a los aguacates y a los zapotes prietos. Pues, continuaba, "todo buen lechuzo, sabe que lo negro es el color de la vida; y hasta el sabor, la delicia y el sueño si no participan de la nota negra que envuelve la realidad, será un pecado su usufructo y, hasta una verdadera idolatría".

Terminaba su clase el instruido maestro, diciéndoles: —"Lo negro es la esencia de la vida; por eso, Uds., deben estar dispuestos a dejar hasta el pellejo y la última pluma por defender esta doctrina definida, interpretada y comentada por el Consejo mayor y sus expertos". Y repetía convencido: "Esa es nuestra religión, y la de todos cuantos vivimos real y verdaderamente la vida nebulosa y umbrosa. Y. nadie puede pensar jamás otra cosa”.

Observen que somos pocos en esta pandilla y bandería; esto se debe realmente a lo privilegiado que somos los lechuzos, por eso es un honor pertenecer a nuestro grupo y dinastía; porque en cuanto la noche comienza a desplegar su manto fulígine es cuando brota la danza vida y la realidad de las cosas, que es negra, mientras muchos otros seres vivientes duermen el sueño de la muerte fosforosa".

Todos los lechucillos acostumbraban a tomar notas de lo más interesante de clase. Pero, esta vez, uno de ellos, llamado "Neblí-nebuloso", antes de escribir algo en su cuaderno, repasó en su mente la síntesis de aquella lección de invierno: "La esencia de toda la realidad es lo negro". Y, reflexionando para sí, dijo: —Esto es tan fácil de entenderlo y memorizar, que no requiere me arranque una pluma para escribirlo.

Pero, además, le sobrevino en aquel mismo momento en su caletre de ave plumina, el asalto de una duda repentina: —¿Y, si todo lo que dice el maestro y sabio lechuzo no fuera cierto? ..... Y se quedó helado mientras meditaba esta sospecha y duda incierta, aunque luchaba por alejarla de su mente como una mala tentación. Empero, todo fue inútil. No pudo alejar ni desconocer la incertidumbre que se le clavó hasta lo más profundo de su ser.

Con esa picazón clavada en su cuerpo sobrevoló por algunos parajes antes de retornar a su casa, preocupado; y tan viva era la duda que se fue a la cama sin haber cenado; es claro que no pudo dormirse al momento, pues lo devoraba la inquietud por dentro, pensando que a la mejor pudieran estar engañados todos los lechuzos en su modo de ver e interpretar la realidad de las cosas. Y así, con los ojos despabilados estuvo varias horas meditabundo y reflexivo.
Y aconteció cuando estaba entrando por la región del adormilamiento y apenas soltaba el último gorjeo, antes de sumergirse en el océano vaporoso de los sueños negros de las aves nocturnas, de pronto y como por encanto, un haz de luz rara se hizo cabalgante e invitó a montar en su veloz vuelo al aturdido crío. Y se vio el guaraguo al instante transportado a un mundo de luz, de colores, de vida y ensueño; y se llenó su libre pecho de ilusiones, de canto y claridades desconocidas.

Esta visión lo dejó arrobado y prendido, sintiendo que su corazón había sido traspasado por la flecha del amor más tierno. Navegó por un mar de esplendor y hasta escuchó voces claras que lo invitaban a unirse a su concierto. Por eso, no quería despertar cuando fueron sus padres a avisarle la hora del desayuno y que estaba ya en retraso para llegar al colegio. Pero el retoño de lechuza era inmensamente feliz con aquel sueño, pues vio un mundo diferente del suyo y extraño a como lo pintaba el profesor lechuzo de la escuela.

Aquello que más le admiraba era no haber distinguido el color negro por ninguna parte; todo lo envolvía la realidad transparente, la claridad sonriente y una luz diáfana.

Pero, surgió entonces un problema: —¿cómo decirlo?, ¿lo entenderían sus padres?, ¿lo juzgarían loco? ¿estaba enamorado? Intentó formar algunas frases sobre aquello que vio y experimentó, mientras desayunaba, y todo fue inútil. No encontró palabras, imágenes o símbolos en su avispado caletre. Todavía absorto y fuera de sí, partió rumbo al plantel educativo, y fue alcanzado por sus hermanos mayores para darle sus libretas, porque realmente volaba como perdido, escondiendo en su corazón el gran secreto de su sueño.
Antes de salir, habiéndolo notado un poco extraño, le preguntaron sus padres si se sentía bien, pues si estaba afectada su salud podía no asistir a clases; que le haría bien dormir un poco más, y pronto le llamarían a un doctor, o harían venir al abuelo lechuzo que sabía de varios remedios caseros. "Neblí-nebuloso" los tranquilizó, cariñoso, asegurándoles que nunca antes en toda su vida se había sentido tan bien, tan feliz y tan contento como ese claro amanecer.

—¿Que si se lo contó al profesor y a sus amigos?
—No, qué les iba a decir. Nada dijo el lechucillo, pues llegando el enseñante al paraninfo y subió a su templete, comenzó a proclamar de nueva cuenta el sobado tema de la negrura de la materialidad y todo lo que ella envuelve. Y "Neblí-nebuloso", que no quería escuchar cosas fuera de lo que había entrevisto en su encantado sueño, dejó que corrieran las horas, sumergido en sus pensamientos inquietos; mientras trazaba un proyecto para llevarlo a cabo personal y prontamente.

—¿Que cuál plan estaba combinando el astuto mochuelo?
—Como era imposible que sus padres le permitieran salir solo, e impensable que lo dejarían volar de día explorar el mundo, porque esto era una ley entre las lechuzas; por esta razón, el lechucillo no veía llegar la hora en que cayera el sopor diurnal acostumbrado de aquellos alados, para salir a hurtadillas, y constatar por su cuenta si aquel sueño encantado era acertado y, sobre todo, si en realidad había otro mundo distinto del suyo; pues no dejaba de constatar que a medida de que el profesor miope insistía en su recalcitrante discurso sobre el oscurecimiento de la realidad, él se afirmaba con mayor seguridad de que estaba equivocado el enseñante pensionado de la banda.

Así, cuando hubo llegado la noche para los lechuzos, el pequeño y furtivo explorador salió de su casa en modo subrepticio, al escuchar las doce campanadas de la torre de la iglesia que tocaba para el rezo del Angelus. Este era el momento más profundo del sueño para las lechuzas; por eso salió muy confiado "Neblí-nebuloso"; y, aunque iba decidido, por no estar acostumbrado, chocó varias veces entre las ramas de los árboles y se estrelló contra las paredes de las primeras casa del pueblo vecino a su morada —que sería la de los Jasso, decía el abuelo— suponiendo el suceso del lechuzo en el pueblo de Silao.

Luego, apenas pudo escaparse de unos perros huraños, propiedad del telegrafista y jefe de la Estación que ferozmente lo persiguieron, hasta levantar su torpe vuelo y enjaretarse sobre las ramas bajas de un eucalipto. Si bien, inmediatamente fue descubierto por un grupo de rapazuelos ladinos que salían de la escuela, quienes lo bajaron y se pusieron a jugar y a gastarle bromas pesadas, quedándose admirados de su belleza y riéndose porque no veía y se daba de topes.

Aprovechando un descuido de los chiquillos, el autillo explorador se escapó y emprendió la huida ganando mayor altura, mientras los rapaces sorprendidos contemplaban la belleza de sus alas, iluminadas por la reverberación del sol que caía a plomo desde el cenit estricto.

Pudo percatarse en esos momentos el autillo que a medida que entraba bajo los rayos ardientes del sol, sentía una movimiento inusitado y doloroso: primero, punzaban con indecible dolor sus ojos y se estremecía todo su ser con aquel sufrimiento riguroso, tanto que a veces se convertía en un cruel y reiterado suplicio jamás experimentado en su vida, que sin embargo lo llamaba, como queriendo curarlo si dejaba que se hiciera más grande la herida.

Soportándolo todo, fue adelante en su primera travesía por el mundo desconocido que le parecía cada vez más admirable; con gozo y complacencia, notaba el estigrillo que a pesar de toda la carga del temor y de dolor, era dichoso al ir constatando en cada movimiento que era realidad cuanto había visto revelado en el sueño. Sí, era cierto y verdadero todo aquello, por eso, aunque lo hacía sufrir la luz del sol, quiso conocer más ese mundo de claridad, desconocida para las lechuzas sus hermanas.

Así, durante aquella tarde memorable, surcó la región iluminada por los potentes rayos del sol y navegó en las ondas de sus destellos. No dejaban de escocerle los ojos al cegato, pues a esa hora el calor y la inflamación restallante del astro rey caían a plomo sobre la chepa de la tierra; sin embargo, siguió el bullicioso autillo sobrevolando el pueblo encantado y satisfecho, siempre cada vez más emocionado y admirado con la nueva realidad inconcebible y sorprendente que tocaba. En realidad esto le suministraba el valor para soportar y seguir avanzando, y con asombro nuevo descubrir la riqueza existente de cuantas formas graciosas existían; quedó pasmado y conmovido casi hasta el desmayo, ante múltiples y variados colores de las cosas.

Descubrió sonriente y complacido la existencia llena de luces esplendorosas que tejían maravillas de ser y cosas; vio una forma nueva, o mejor, la perspectiva auténtica de la realidad, y cómo todo cuanto en este mundo se movía, estaba iluminado; reconoció como algo prodigioso también el sentimiento de verse a sí mismo como era, más íntimo y reservado de aquello que escondían sus numerosas plumas externas; un mundo maravilloso, pensaba entristecido, que desgraciadamente es desconocido para aquellas tristes lechuzas de toda su familia de Neblíes obscurantistas.

Quedó entusiasmado ante escenas del amor sincero, la alegría que producía en los corazones el beso, la ternura y el cariño de los enamorados y el de las madres con sus hijos. Admiró el sentido de lucha y el afán por la vida que percibió en los rostros alegres y sonrientes de los habitantes del mundo, los cuales se movían con los ojos abiertos y tenían pupilas de colores. Le encantó el esfuerzo y la apetencia por la vida, sus distinciones y el modo de darle vuelta a los obstáculos, a los carros y las bicicletas, para no chocar con ellas y entre ellos.

Sólo el tañido de las siete campanadas de la iglesia parroquial —cuando se toca para el Rosario, decía el abuelo— lo sacó de su exploración y descubrimiento impensable y fantástico; su agudo repicar lo sorprendió todavía empapado y rezumando su ser de gozo en medio de aquella luz fascinante que no podía dejar de admirar. Con mucho pesar, sin embargo, tuvo que regresar a su morada neblíe; y lo hizo aceleradamente, exigiendo a sus alas volaran a marchas forzadas, pues era justo el momento en que sus diligentes padres, los mañaneros lechuzos estarían despertando a todos los miembros de la familia.

Lo vieron llegar, en efecto, sus progenitores y escucharon su fuertes aleteos, porque exhibió un nuevo frenazo antes de chocar con la puerta de la casa; y como estaba super agitado, creyeron que volvía de su rutina de ejercicio ordinario. Y, mostrándose tranquilo, desayunó con hambre de un campeón y pidió más alimento del puchero con renovados bríos, por la vivencia hecha y el desgaste de energías. Luego salió el autillo silbando muy contento, emprendiendo decidido el rumbo de la escuela, para aclarar sus dudas con el sabio profesor, y si se podía, decirle su precio; pues, aunque temía una seria reprimenda, era mayor el peso que sentía de dar a conocer la realidad de un mundo diferente, y sobre todo, lleno de luz.

Llegó feliz el autillo sonriendo a toda la camarada alada, sin soltar para nada el hilo del carrete de su noche pasada. Luego, cada cual tomó su puesto en el pensil, bien dispuestos a seguir las lecciones del profe “ceguetas”, como lo llamaban en secreto los más relajos del cubil; pero algo inesperado e insólito sucedió a eso de la mitad de la clase, cuando más atezado se encontraba el panorama, pues lo negruzco lo llevaba el maestro en los sesos, la corbata y hasta en los sueños de oriflama.

Esta vez, mucho antes de que diera por concluida la lección, porque faltaba aún la revisión de las tareas del día anterior, entonces hizo su aparición en el sainete no programado el inquieto "Neblí-nebuloso", el cual hasta aquel momento había sido un lechucillo educado y respetuoso, joven y buen estudiante; cosa que todos le reconocían, pero en aquella ocasión no pudo soportar más las enseñanzas del atildado maestro de toga y mollera negras.

Y en forma resuelta, interrumpiendo al capacitado mentor de los embotados autillos, dando un fuerte alarido, mientras ensanchaba alegre sus alas y se ponía volar sobre el grupo de cegatones, que atentos tomaban nota y creían sin rechistar al maestro. El alado envalentonado, dijo resuelto, y con voz potente y decidida: —"Eso que dices no es cierto. —Hay otro mundo más maravilloso y bello, lleno de luz y esplendoroso que existe fuera de lo negro. Y yo lo he visto"... (CONTINUARÁ.....)

Texto agregado el 30-01-2004, y leído por 253 visitantes. (0 votos)


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