el hombre que encerraba su locura en una jaula para pájaros amarillos cerraba los ojos sentado en su sillón de terciopelo sin color definitivo escuchando pistas de pop francés femenino. una nota quedaba bailando en el aire, mientras que los muertos iban de compras allá afuera. cada uno que otro poste de luz bailaban alrededor, simulando una de esas danzas de salón que podían bailarse de uno en uno. y el hombre seguía atravesado por un bajo, un violín pequeñito y un piano que se mezclaba con el sonido de los pasos sobre un pavimento desgastado, con el alumbrado eléctrico, con las vitrinas de las tiendas, con los muertos yendo y viniendo a cada rato y bailando, con la lluvia que va a comenzar a caer porque estamos en invierno, y con tantas otras cosas que existían en la ciudad de los muertos ésos.

y la jaula se vaciaba de a poco, y había que apretar play nuevamente o sacar el disco, porque ella ya se callaba y porque el sillón retomaba la morfología propia, porque las luces ahora entraban menos que antes por el espacio que quedaba entre las cortinas semi cerradas y los muertos se callaban de a poco y dejaban de bailar, y una aguja a su lado y el blanco al revés, ya no va a llover. -señorita, su cara se ve tan bien- sí, gracias. tráguese bien la pastillita.