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- Vamos, Teresito, dime que lo intentarás, tú puedes arreglar las cosas para que a ese hombre lo maten-.

Así hablaba la mujer, en serio, convencida, sin alterarse. Iba de cuarto en cuarto, de la sala hasta el quintal detrás de su marido, buscando la respuesta que ella esperaba, la respuesta que dejaría a todos tranquilos..

- No soy yo la que te lo está pidiendo, es el pueblo todo. Hasta de Alagoas han venido con la petición cierta de que es conveniente que a ese hombre lo maten.

Teresito tampoco se alteraba, aunque sus movimientos y su expresión daban a entender que ignoraba a su mujer, que no la estaba tomando tan en serio. Pero Aparecida no parecía dispuesta a darle tregua hasta conseguir la respuesta.que ella buscaba. La casa era bien ventilada, con un largo corredor y plantas coloridas. La mujer iba de allá para acá con su argumento. Mientras Teresito se acomodaba la camisa con botones dorados, y acomodaba la pistola que llevaba al cinto, dijo :

- Con la cabeza caliente la gente no habla sino leseras - aseguró - después se les pasa la calentura y hasta sienten lástima del muertito y terminan haciéndose los desentendidos. Así es la cosa, querida...después la cargan con uno y se hacen los "yo no fui".

Lo dijo en serio, con convicción, sin alterarse. Salió del espejo y fue por el corredor en dirección al filtro de agua. El calor hacía que el sudor se pegara a la camisa y quedara mojada como si hubiera tomado baño vestido. Gotas de sudor le caían del cuero cabelludo. La mujer prosiguió :

- No raciocines así. Teresito, que puede ser cierto lo que tu dices que después se hacen los olvidadizos. Pero la diferencia es que ellos son funcionarios, costureras, mecánicos, vendedores o ingenieros, no son lo que tú eres, Sito, no olvides que tú eres un Sargento Mayor... Mira, marido, viene una comisión de Tocantins, y dime, sargento, ¿ tú puedes escucharlos ?

- De escucharlos..yo puedo escucharlos. De ahí que yo me incrimine con el sujeto es otra cosa. Ese es el problema : ¿Quién se va a incriminar con el individuo ?

- Eso es lo de menos. Mira, Teresito, ya sabes de sobra lo que hizo ese animal : no sólo violó a las niñas, sino que las mató, y luego, Dios nos libre, se comió las vísceras de las criaturas.

- Ya sé todo eso, querida, no hace falta que me lo repitas. Yo fui el que lo obligó a declarar.

El vapor del calor casi levantaba la central de policía donde se encontraba destacado el sargento Teresito. Se trataba de un edificio de ladrillos estucados y la fachada bien pintada. Desde muy temprano las personas se fueron instalando en el perímetro de la central, al principio una pocas, después se fue agregando una cantidad más sorprendente, y luego se formó una multitud, de modo que la central de policía quedó casi vigilada por completo por la muchedumbre. En el interior del edificio, el capitán estaba en su escritorio rodeado de sus hombres. Al fondo, en una jaula de fierro, engrillado, con una impresionante cantidad de hematomas, el acusado, en posición fetal, tapándose la cara, sin expresión, sin hambre, sin sed, sin nada. Había confesado el día anterior, aunque este hecho de la causa no era relevante, puesto que las pruebas que lo inculpaban eran abrumadoras. El Caníbal era un hecho sin precedentes en estos lados del mundo. Jamás se había producido un hecho tan espeluznante. " Esa son cosas de gringos", decían, " este desvío de la naturaleza debe ser cortado de raíz". A pesar de todo, ni el sargento ni el capitán ni uno sólo de sus hombres se veia alterado. Era como si hubiesen perdido la capacidad de asombro.Conversaban como de costumbre mientras el capitán firmaba documentos en su escritorio de madera. De pronto el capitán se levantó, acomodó sus pantalones, y deslizó la mirada por la ventana hacia la calle. Se quedó mirando la multitud que rodeaba el edificio. Con un pañuelo secó el sudor de su cara y mandó :

- Vayan a ver qué están esperando para irse, que ya llevan toda la mañana ahí....

Desde esa misma posición observó a dos de sus hombres cuando salieron a parlamentar con la multitud , cuando buscaron a los portavoces, que quienes hicieron ese papapel, vio cuando conversaron con un señor muy viejo y una señora gorda y brava que parecían ser los primeros en haber llegado. Ahí estuvieron algunos minutos y luego los vió regresar. El capitán no se movió del lugar en que estaba, y sin mirar a los hombres que habían vuelto les preguntó qué era lo que esa gente estaba esperando para irse.

- Quieren escuchar que suenen los tiros -

La multitud estaba en silencio, no había gritos ni pancartas. Sólo expectación. El capitán no parecía asombrado por la actitud de la masa. La verdad es que parecía estar un un procedimiento más en una vida de procedimientos. Teresito llegó mojado de sudor a la estación, aunque sereno y sonriente. El capitán le dijo "acompáñame" y los dos salieron hasta donde la gente estaba apostada. Vizualizó a los interlocutores improvisados :

- La vida y la muerte son cosas de Dios - dijo -

Nadie contestó nada. La frase cayó en el vacío pues más que un recurso de persuación pareció sólo una breve declaración de convicción. El capitán pareció mirar hacia la gente como intentando identificar a alguien, y eso mismo estaba haciendo, pues quiso conocer la opinión de algún familiar del detenido. Teresito no le dijo nada de lo que le estaba proponiendo su mujer, Aparecida, pues dedujo con buen sentido común que la familia de cada uno de de ellos también estaba presionando. El capitán iba de aquí para allá observando al grupo de gente, apostado detrás de las cuerdas de seguridad. Teresito lo seguía también examinando a la multitud. El capitán le habló :

- Ni todo este sol despiadado ahuyentará a esta gente - le dijo -

- Esta es la verdadera revolución de las masas - contestó -

El capitán sonrió, luego se encogió de hombros y se quedó meditando. Volvieron al interior del edificio que ocupaba la central de policía. Ahí, el capitán pidió en voz alta que le trajeran a los familiares del detenido, sin referirse a algún agente en especial, como si fuese un pedido para ser realizado por quien quisiera. Teresito tomó el pedido para sí, y como el destino lo había puesto al tanto de todos los detalles del caso, hasta los más sórdidos, atendió de inmediato al pedido del capitán :

- Su familia dice que el sujeto no tiene familia.

- Y ahora me vas a decir que el juez dice que no sabe no responde - dijo el capitán -

- La verdad es como ya le dije, mi capitán, el señor juez dice que no quiere verlo por allá.

En la madrugada del día siguiente, ya claro, aunque aún no se levantaba el sol por el horizonte, en una mañana diáfana, varias personas, entre ellos algunos efectivos policiales y gente de la que estaba apostada, comenzaron a quemar cohetes como se queman en San Juan, y nadie supo , porque nadie habló nunca más del caso, si fue para celebrar el ajuste de cuentas o si la quema de cohetes se hizo para que no se escucharan los tiros.

Texto agregado el 06-11-2006, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-11-2006 Buena narración, buena historia. Muy bien contada. Buen final. Felicitaciones Otro_Jota
 
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