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El Profeta

Desde muy pequeño mi hijo tuvo comportamientos algo extraños y siempre adelantados para su edad, solía sentarse al centro de un grupo de otros niños a contar historias mágicas que él mismo inventaba y que al resto parecían interesarles mucho. Sus historias trataban de animales, hadas, hechiceros y muchas criaturas mitológicas que no sé donde conoció, pero que describía con todo detalle.

Al inicio, cuando aún era muy pequeño, los finales de sus historias no tenían mucho sentido, eran como las bromas de niño, aquellas que sólo otro niño sabe realmente entender. Con el tiempo los finales que inventaba fueron incluyendo enseñanzas, pero de una forma indirecta, para que los oyentes tuvieran que deducirlas. Él pensaba que de esta forma, cuando la gente creía que ellos mismos habían deducido las conclusiones, las enseñanzas se inculcaban de una manera más profunda. Él sabía perfectamente cómo esconder el mensaje dentro de sus historias para que causara el efecto deseado según el tipo de personas que lo estaban escuchando.

Cierto día le recomendé que comenzara a escribir sus historias, para que éstas pudieran llegar a más gente. Él me respondió que muchas de sus historias debían ser contadas por él mismo, que sólo así podía guiar el curso de los acontecimientos hacia los efectos deseados, según cómo el público fuera reaccionando. De todas formas, él me comentó que tomaría parte de mi idea. A continuación comenzó a escribir y escribir por días y días, hasta que me mostró el resultado. Escribió una obra completa que describía sus mundos desde la creación del universo, de nuestro planeta y de los primeros hombres hasta nuestros días. Creó una historia humana de miles de años, incluyendo inundaciones, plagas, reyes, asesinatos y nacimientos. La obra poseía una estructura impecable, y para él representó la base de todas sus historias futuras. Según me explicó, todas las personas que quisieran escuchar sus historias debían antes leer su libro, porque allí estaba la explicación del mundo en que estas historias transcurrirían.

En la creación del universo que mi hijo describía con mucho detalle participaba un dios, quien se encargó de los momentos iniciales, y que luego, durante la historia de la humanidad, fue un observador del comportamiento humano y casi no tuvo participación. De esta forma, mi hijo dejó las decisiones importantes en el desarrollo de la historia humana a personas y no a divinidades. Así, sus historias y las enseñanzas que de ellas se derivaban provenían del comportamiento de las personas y de las decisiones que ellos tomaban en los momentos difíciles.

El libro de mi hijo se comenzó a distribuir cada vez entre más y más gente, los que venían a escuchar sus historias y enseñanzas. A mi me parecía increíble que un joven de dieciséis años pudiera convocar una cantidad tan grande de gente. Algunos de los seguidores se organizaron para construir en la ciudad un lugar especial para sus reuniones semanales, un lugar en donde mi hijo pudiera dirigirse a todos desde un altar. El Templo, lo llamaban, y ya eran cientos de personas las que se reunían allí semanalmente para compartir las enseñanzas de mi hijo y leer algunas secciones de su libro.

Ocurrió cierto día que asistió a una de las reuniones semanales un productor de televisión y se interesó en la atracción que mi hijo conseguía de tanta gente y lo invitó a un programa de conversaciones en vivo en su canal. Rápidamente se corrió la voz entre sus seguidores y los amigos y sus amigos y mucha gente se aprestó a ver el programa. El éxito fue rotundo y mi hijo se hizo más y más conocido, tanto que le ofrecieron su propio programa semanal de conversación.

Así es como mi hijo se transformó en un conductor de televisión, dirigiendo un programa con invitados, conversaciones y discusiones sobre temas de actualidad, pero siempre usando como base su universo creado y las historias que él iba agregando. Cada semana había nuevos invitados, personas importantes del ámbito político, farándula y incluso representantes de varias religiones. Eso si, mi hijo obligaba a todos sus invitados a leer su libro antes de aparecer en el programa. La sintonía era tan alta y era tanto el interés por aparecer de los invitados que nadie se negaba a esta condición.

Gracias a este programa de televisión mi hijo comenzó a tener seguidores en todo el país. Éstos se organizaron en todas las grandes ciudades y construyeron réplicas del primer templo en cada una de ellas, donde invitaban periódicamente a mi hijo a contar sus historias. Él asistía gustoso a estas invitaciones, porque realmente creía que estaba haciendo un bien a los hombres, y constantemente recibía cartas en donde la gente le agradecía por haberles mostrado un nuevo punto de vista y por haberles enseñado a pensar, sacándolos del estado normal de hibernación en que la sociedad moderna nos seduce a vivir. Es así como al poco tiempo la gente lo comenzó a nombrar como El Profeta, cosa que al principio causó molestia en mi hijo, pero que luego de un tiempo terminó aceptando.

Con el paso del tiempo el programa y la organización de templos con sus encargados que lo seguían se hizo internacional. Los televidentes enviaban ahora cartas en muchos idiomas, pero todas seguían agradeciendo lo mismo. Las invitaciones ahora incluían pasajes internacionales y mi hijo pasaba más tiempo fuera de casa que en ella. Él comenzó a cansarse de esto, pero su espíritu de ayuda a las comunidades del mundo le daba fuerzas para continuar. El sabía que estaba haciendo un bien a la gente que oía sus historias y leía su libro, esa gente estaba reaprendiendo a pensar, estaban confiando en ellos mismos, porque recuerden que El Profeta entregó un universo que sólo fue creado por un dios, pero siempre dejó al hombre actuar y decidir sin aplicar castigos ni dar recompensas, el hombre debía, en el mundo de mi hijo, hacer el bien porque este era el único camino que entregaba resultados positivos y las civilizaciones que escogían otros caminos, terminaban siempre por autodestruirse y con ellas todos los nuevos brotes del mal.

Los seguidores de El Profeta se siguieron organizando. Junto con cada templo estaban los encargados, quienes se ocupaban de coordinar las acciones de sus comunidades, las que ahora estaban repartidas por todo el mundo. Mensualmente todos los encargados se reunían con mi hijo para escuchar sus nuevas historias, interpretar su libro y luego traspasar estas enseñanzas a sus comunidades. A medida que los templos se expandían por el mundo, los encargados fueron adquiriendo cada vez más poder, llegando algunos a crear sus propias historias e interpretaciones del libro maestro. Las reuniones mensuales comenzaron entonces a realizarse sin la participación de El Profeta, las decisiones y las directrices fueron tomadas por un grupo de los encargados de los templos con más poder.

Así es como, poco a poco, mi hijo fue perdiendo el poder sobre el universo que él mismo creó y sus historias mágicas de enseñanzas. Ahora los encargados decidían qué enseñanzas dejarían las nuevas historias y cómo éstas debían ser contadas a la comunidad, comenzaron a crear un pensamiento elitista en las comunidades, convenciendo mediante historias, al estilo de El Profeta, que ellos eran los primeros representantes de una nueva raza de superhombres, los nuevos herederos de la especie humana, el único futuro posible para una raza en decadencia, hombres que no necesitaban dioses para subsistir porque ellos mismos eran los mejores dioses que podrían ser creados.

Algunas de las comunidades se fueron volviendo cada vez más extremistas, con ideas revolucionarias y propulsores de cambios rápidos. Ocurrió en cierta oportunidad que un grupo de seguidores de estas comunidades provocó un atentado explosivo en un templo judío ortodoxo, matando a cientos de personas. Justificaron el hecho proclamando el fin de los dioses y el renacimiento de la nueva especie humana de superhombres, según las enseñanzas de El Profeta.

Así fue como mi hijo se vio forzado a transformarse en un prófugo de todas las policías de mundo, y debió huir y esconderse en selvas, desiertos y ciudades, hasta que finalmente fue capturado. El Profeta casi no tuvo oportunidad de defenderse, el mundo de las comunidades y de los encargados que ahora las dirigían, necesitaba de una figura, y así fue como mi hijo se vio obligado a transformarse en el mártir de un grupo de personas en las que él no creía ni menos apoyaba.

Desde el momento en que mi hijo me creó me dediqué a observar el mundo de los humanos. Desde el momento en que ellos mataron a mi hijo, él está sentado a mi derecha, y juntos observamos el mundo que creamos. Seguimos siendo fieles a la política inicial de sólo observar, pero cada vez nos toma más trabajo el no intervenir y creo que si las cosas se siguen dando como hasta ahora, no tardará en llegar el momento en que los humanos van a tener que vernos las caras.

Jota

Texto agregado el 07-11-2006, y leído por 237 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-11-2006 Te superaste con este relato, no sólo me interesó, y lo encontré ameno, sino que incluso lucí una sonrisa...Excelente... eneas
08-11-2006 Lo sabía...sabía que tenia que ser así...Este Maradona... Brillante relato.**** lord_useless
07-11-2006 Y vais a tardar mucho??..lo digo porque ando corta de paciencia... suna
07-11-2006 Valiente version.....del protagonista. Aytana
07-11-2006 Jota-místico... ya que te hayas puesto "escritor" (o cuentero) no está mal, pero si además comienza a salirte el lado más... metafísico, entonces es tiempo que vaya a un asadito a tu casa ;) Un abrazo, T_ Tiago_
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