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18 de Febrero 2000

“Encuentran cadáver de mujer en callejón”

El recorte de prensa cuenta el hallazgo del cadáver de Alexandra Ríos de 23 años, estudiante y trabajadora de la cafetería “La Luna”. Fue localizada al lado de los depósitos de basura a tres cuadras de su trabajo y presentaba varios golpes en la cabeza y el pecho hechos con un objeto desconocido.

Claro, esa noticia no era nueva para mí, incluso yo podría agregar unos detalles como que Alexa (como le llamaba poca gente) vivía sola porque sus padres mantenían un estilo de vida que a ella no le parecía cómodo; que tenía 23 pero mucha gente le calculaba 20; que llevaba tres años sin una relación formal y duradera. Además eran exactamente 5 golpes en la cabeza, 3 en la espalda y 1 en el antebrazo derecho, el que levantó cuando vio venir el martillo hacia ella, el mismo que ahora uso para clavar las pequeñas tachuelas que sostienen el recorte en la pared.

Llevaba dos meses de conocerla, desde que por casualidad pasé por un café luego de accidentalmente atropellar a aquel corredor imprudente que iba demasiado concentrado en su música como para ver a los lados antes de cruzar la calle.

Realmente no era fea pero tampoco era una belleza. Se me hizo hábito ir a “La Luna” y platicar buen rato con ella. La policía descarta un móvil pasional y en eso tienen razón pues nunca me gustó ni pensé en invitarla a salir; simplemente me gustaba platicar con ella.

¿Por qué la maté? No lo sé, creo que una parte de mí disfrutó de atropellar a aquel corredor y poco a poco esa parte fue creciendo.

Ayer la vi en el café y sólo la saludé. Salí, fui a la ferretería y me senté a esperar en el callejón. Cuando apareció me puse de pie y la saludé, cuando se acercó levanté el brazo y fue cuando vio el martillo que iba a estrellarse en su cabeza. Todo fue rápido; 1, 2, 3, cuatro... brazo, cabeza, cabeza, cabeza... por suerte fue rápido y no le dio por gritar. Envolví el martillo en su bolsa de ferretería y caminé por la calle.

Muy dentro de mí esa parte que todos tenemos, saltaba y se regocijaba. Es una lástima que no tuviera una cámara, esa cara de miedo debe ser difícil de encontrar.

El detective Martínez acababa de terminar el reporte de un nuevo asesinato y se dirige a colocarlo en el escritorio de su jefe. Se trata del homicidio de un joven de 23 años, ultimado con un cuchillo atravesado por la garganta. No hay arma homicida ni testigos; nada fuera de lo común en la ciudad, pero él mantenía la teoría de que ese y algunos otros hechos de los últimos meses no eran hechos aislados. Claro, no había ninguna relación evidente entre ellos; las víctimas eran por igual hombres o mujeres de edades que no bajaban de los 18 ni rebasaban los 50, salvo uno, un hombre de 55 años que fue encontrado ahogado en la piscina de su casa con todas las prendas puestas. Todos eran ultimados en zonas distantes uno del otro y sin seguir patrones de conducta ni dejar evidencias. Ni siquiera podía enunciar cuales estarían relacionados, simplemente se atribuían a hechos de violencia común, como lo sostenía su jefe.

12 de Agosto 2000

Un recorte más, es una lástima que sea tan pequeño; creo que si ese maldito periodista hubiera visto la manera en que el viejo quedó con las entrañas colgando después de recibir el disparo hubieran reservado un mejor lugar para la noticia.

Entrar a la casa no fue gran problema, las chapas de la puerta no fueron obstáculo y el perro “guardián” quedó totalmente sedado con una sola tableta introducida en un pan dulce. Esperé en el cuarto trasero a que como siempre, encendiera el televisor a todo volumen y se encaminara al baño. Fue entonces cuando salí de mi escondite. El sonido del disparo quedó ahogado entre los gritos de la película de la noche. Ciertamente no hubo agonía, simplemente su abdomen estalló cuando la bala se desintegró al entrar en contacto con la carne. El vació que se creó dentro del proyectil hizo que todo saltara de inmediato creando un collage de sangre, piel y ropa en la pared.

Luego tomé una cerveza del refrigerador y terminé de ver la película en la sala.

José Cárdenas, QEPD. (y gracias por la cerveza) ahora es parte del grandioso mural de la muerte, junto a María López y Alfredo Guzmán; debajo de Antonio Morales, aunque a él no lo maté yo, pero quien lo haya hecho definitivamente tiene un gran sentido de lo siniestro y macabro y le gustan las cosas bien hechas, no debe ser fácil encontrar un ambiente en el que uno se pueda tomar el tiempo necesario para cercenar cada dedo sin que los gritos se escuchen.

José Cárdenas es un miembro más de mis quince asesinatos y los 20 que han fascinado mi atención y sentidos.

Un reporte más, esta vez un doctor solterón que fue encontrado en su vehículo, sin señales de violencia. La necropsia señala muerte por envenenamiento; alguien se las ingenió para hacerlo ingerir matarratas. Había estado tomando un café en un lugar cercano pero nadie estuvo con él. Los empleados de la cafetería están siendo interrogados pero nadie ha aportado nada útil. Alguien tuvo que haberle puesto el veneno en el café pero nadie sabe quién.

El detective Martínez cumple con los interrogatorios del procedimiento y la confección del reporte, pero sabe que no se podrá avanzar mucho en el caso. Su jefe insiste en que se debe profundizar; el aumento de un veinticinco por ciento de muertes no naturales desde febrero a la fecha debe obedecer a algo en particular, pero tampoco termina de poner atención a la razón aportada por Martínez, no hay ningún patrón que indique que alguien en particular esté ejecutando a toda esa gente. Martínez insiste en una relación, solo debe encontrar la manera de demostrarlo.

02 de Noviembre 2000

Día de los muertos. Nadie celebra aquí el día de los muertos. Sé de lugares en los que se realizan festivales y desfiles en honor a los muertos y a la muerte. Pero aquí no, aquí se presta más atención al día de las brujas y todos se disfrazan de seres inexistentes y fantásticos. Es increíble que se venere más a seres ficticios, salidos de la imaginación de los creadores de películas y series de TV que a algo tan real como la muerte; algo que nos acompaña todos los días y que tarde o temprano conoceremos.

Hoy hay un muerto nuevo disfrutando de ese día, o al menos de lo que queda de él. Miguel Fernández, un joven ingeniero que adoraba más su soledad que cualquier presencia humana, incluso es sorprendente que se decidiera a ir a la fiesta de aniversario de la empresa donde trabajaba. Al menos pudo haber elegido un mejor disfraz que el conejo bigotón de las caricaturas. Salió de su casa y cerró la puerta del garaje, cuando llegó de nuevo al lado del auto encontró algo que estaba convenientemente tirado al lado de éste. Al agacharse para levantarlo me dio el momento perfecto para pasar al lado del auto; simplemente tuve que acelerar un poco más y pasar lo suficientemente cerca para estrellarle la cara contra el parachoques. No sé por qué algo morboso me hizo detenerme y retroceder para pasarle por encima. Supongo que ahora estarán interrogando al dueño del auto que usé sobre lo que estaba haciendo hace unas horas y sobre el motivo de la presencia de 3 kilos de cocaína en su maletero. Detesto a los traficantes de drogas; merece estar encerrado.

Mañana saldrá la noticia del cadáver con la cabeza totalmente abierta y los sesos estampados en el carro del vendedor de droga que jura que le robaron el vehículo y que la droga no es de él.

18 de Noviembre 2000

Nunca antes me había sentido mal por matar; siempre sentí satisfacción, pero ahora no lo quería hacer, de un minuto a otro mi rabia se extendió y me hizo matarla aún cuando no lo quería hacer.
Su foto apareció hoy, fresca, alegre, quien la ve no adivina lo puta y drogadicta que realmente era.

La conocí saliendo del cine; mientras esperábamos que la lluvia menguara entablamos conversación para evitar el aburrimiento. Hablamos del trabajo, del clima y de la creciente violencia. Nos caímos bien; me cayó bien. Le ofrecí algo caliente para tomar y nos dirigimos al café de la esquina en cuanto la lluvia lo permitió.

La plática fluyó espontánea y comenzamos a conocernos. Alejandra Méndez, veinticinco años, estudiante de arte y proveniente de una familia pequeña de clase alta. Vivía sola luego de que los padres no aprobaron su tendencia a las artes. No había ninguna razón para que yo pensara en el asesinato, hasta que ella misma me la dio.

Cuando le ofrecí llevarla a su casa aceptó gustosamente. Una vez en el auto comenzó a hablar sobre lo raro que es encontrar alguien que inspire confianza como para aceptarle un aventón. Luego me dijo que me confiaría un secreto: los gastos de su carrera los costeaba con su cuerpo, pero por tratarse de mí no le importaría no recibir ni un centavo. Su mano izquierda avanzaba sobre mi pierna mientras mi cerebro se llenó de enojo. Pasé mi brazo por detrás de su cabeza y cuando ella se dispuso a aceptar la caricia de mi mano en su cabello la estrellé contra el tablero, entonces me detuve y sin sacarla del auto le di golpes hasta que las manos me dolieron. Desde el golpe con el tablero estaba inconsciente, pero yo seguí. Volví a arrancar y me dirigí hacia la carretera. Tome velocidad y cuando alcancé los 160 Km/h extendí el brazo, abrí la puerta y la empujé a través de ella. Por el retrovisor vi cómo si cuerpo daba vueltas por el asfalto haciendo que los brazos y las piernas se movieran como si fuera un muñequíto de trapo. Muy adelante di la vuelta y regresé. Llegué hasta donde había quedado y le pasé lentamente al lado. Su rostro estaba desfigurado y la ropa rasgada y roja por la sangre. Tras ella había un rastro rojo de unos 20 metros que se disolvía lentamente en el agua. Su cabeza descansaba entre sangre y sesos; el cráneo estaba estallado y los pedazos se distinguían entre el rastro sangriento. Los codos y las rodillas estaban flexionados contra su dirección normal. Entiendo que en la noticia no pongan la fotografía del lugar de los hechos, es demasiado grotesco.

Un asesinato que no quería cometer; ella me hizo enfurecer, no me controlé, no soporté el saber su verdad. Ahora ella también pertenece a mi colección, pero como algo que no estaba destinado a estar allí, como una canica que un niño encuentra tirada y la adiciona a las que ha ganado en juego contra sus amigos.

31 de Enero 2001

Mario Segoy, un extraño, talvez retraído, talvez místico, talvez obscuro, pero extraño. Todas las tardes se sentaba en su terraza a ver el sol ponerse y los alrededores de su casa mientras fumaba un par de cigarrillos y tomaba 2 tragos.

Llegó al vecindario y nunca se le conoció familiares ni amigos, mas que una novia que murió hace poco tiempo.

Llamó mi atención cuando conté diez días seguidos viéndolo allí mientras pasaba del trabajo a la casa. No hablaba con mucha gente, sin embargo no me costó averiguar de su vida. No tenía mucha actividad más que el trabajo y sentarse a ver el atardecer. Había estado unas semanas en prisión preventiva como sospechoso del asesinato de su novia pero se comprobó el suicidio.

Aparentemente rehizo su vida pero su rostro expresaba lo contrario. La puesta del sol desenmascaraba la tristeza en su mirada. Cuando paseaba por el parque su vista estaba siempre perdida en el camino y siempre iba a la misma banca, mientras las madres apartaban a sus niños cuando cruzaban con él. Al llegar a su banca se sentaba a leer y si ésta estaba ocupada simplemente daba la vuelta y regresaba a su casa. El cabello oscuro y rizado siempre iba agarrado por una cola.

Un día salió de su rutina; cruzó conmigo en el bar de la calle Alegría. Lo observé mientras estuvo allí. Un par de chicas se le acercaron y él las rechazó sutilmente. Cuando salió ya estaba bastante pasado de copas y lo seguí hasta su casa. Parqueé en la esquina y entré por la parte de atrás luego de saltar una pequeña puerta por el lado derecho de la casa. Dentro sólo había una luz encendida. Subí a la terraza y allí estaba, sentado, viendo hacia el horizonte. El sol hacía mucho que había caído, pero allí estaba, viendo el lugar en el que lo había visto ocultarse muchas veces.

Me acurruqué en un rincón entre las sombras; no sabía qué estaba esperando, supongo que aún no era el momento adecuado para salir de mi escondite.

De pronto se puso en pie y se acercó a la orilla; vio hacia abajo y contempló la altura de 2 pisos hasta el suelo. Me levanté y sin que lo notara me coloqué detrás de él. Esperé. No lo haría por sí solo, lo supe por la manera en que se acercó a la orilla. Esperé y justo cuando se dio la vuelta para regresar a la silla lo tomé por los hombros y nuestros ojos quedaron enfrentados. Su mirada no expresaba miedo, trató de zafarse pero no pudo, en realidad me pareció que no lo quiso intentar mucho; sentí que no quería luchar para evitar lo que iba a pasar. Me tomó un pequeño empujón para hacerlo caer.

Mientras caía hacia el suelo del jardín sus ojos me dejaron de ver a mí y se dirigieron al cielo, no hacia las estrellas, hacia el cielo, hacia algo más, detrás de lo que se puede ver a simple vista.

Lo observé desde arriba por poco tiempo, su cabeza comenzó a desangrarse y en su mirada se perdió la vida, sólo tuvo las fuerzas para cerrar los ojos.

Bajé y salí por donde entré. Topé con un par de cosas cuando salí pensando en que debía apresurarme por si alguien pasaba por la calle y veía el cuerpo.

Ahora queda esperar el periódico para ver que dice del extraño del barrio que murió de la misma manera que su novia.


Con cada reporte nuevo se inicia una nueva discusión entre Martínez y su jefe, el agente seguía sosteniendo que todo estaba relacionado, el jefe mantenía su escepticismo basado en que no había nada en común, más que el rango de edades y que ninguno se ejecutó de día.

Martínez insistía en cada oportunidad, pero no lograba desencajonar al jefe de que los asesinatos de los últimos 12 meses eran pura casualidad y aumento de delincuencia común. Sin embargo tiene la certeza de que logrará demostrar su teoría.

25 de Febrero 2001

Lo de ayer realmente estuvo increíble, hace mucho que no sentía tanto placer. Hace poco más de un año de mi primera víctima y creo que alcancé el pináculo de mi obra.

El titular: “Joven muchacha se lanza al vacío”

Claro, fue un suicidio, pero cuando el suicidio se da por sugestión de otra persona, es difícil seguirlo llamando suicidio.

Darla Martínez, a sus 30 años estaba aburrida de su vida. Tenía ya 2 años sin una sola relación sentimental, simplemente no le nacía. Su trabajo ya no le gustaba y no había nada que le ayudara a encontrarle sabor al mundo. No quería terminar con su existencia, pero estaba a la espera de algo o alguien que le convenciera.

Nunca había consumido drogas y ayer quiso aplacar la monotonía con un cigarrillo de mariguana en las afueras de la ciudad. La encontré en el puente, contemplaba el vacío mientras encendía su yerba. Me detuve y la saludé. Se asustó cuando le hablé, pero no reaccionó con rechazo, por el contrario, me ofreció de su cigarrillo. Al preguntarle por qué lo hacía me contó su historia con mucha naturalidad, como quien le cuenta las cosas a un amigo. Talvez había llegado a un punto en que le daba igual quien supiera de sus asuntos. Fue allí cuando quise probar suerte y ver si se puede matar a alguien con las palabras.

El mismo diablo no se hubiera visto tan bien en mi tarea. Le dije que si había llegado al punto de querer cambiar su vida con drogas era porque su vida ya no tendría razón de seguir más tiempo. Luego de eso vendrían cosas peores que terminarían por denigrarla y quitarle el orgullo de existir. Sería mejor que terminara con todo antes de llegar al inevitable momento de convertirse en alguien sin valor ni brillo.

Me miró asustada a los ojos con los suyos bastante desorbitados. La mariguana ya estaba haciendo efecto y ella no hizo nada por callarme, simplemente me vio y espero a que yo siguiera hablando. Intentó encontrar alguna palabra que refutara mi argumento, entonces le pregunté por su familia, si le gustaría darles la razón de todo lo que dijeron cuando decidió dejarlos para hacer su vida, quien sabe que dirán ahora cuando la encuentren como un bulto más de la sociedad, sin mucha utilidad ni atractividad. Le dije que no había más por qué vivir, así que lo mejor era acabar allí, de una vez, pues ya iniciado su camino de drogas todo estaba destinado a terminar mal.

Cerró los ojos y derramó un par de lágrimas, luego los abrió, lanzó una mirada al cielo y una al fondo del abismo. Colocó su mano en la barandilla y comenzó a pasarla mientras yo le decía que lo estaba haciendo muy bien y que no había por qué sentir miedo pues todo terminaría más rápido de lo que creía.

Se paró del otro lado de la barandilla, respiró profundo y se lanzó. La observé mientras caía y alcancé a ver cómo algunas lágrimas se quedaban atrás, en el camino que ella avanzaba rápidamente hasta el fondo. Algo dentro de mí brincaba de alegría, el desenlace que había provocado me hizo sentir muy bien. Fue lo mejor que he concretado, un asesinato sin ningún arma mas que mis palabras. La convencí, le hice ver su debilidad y cayó ante ella. Seguramente ahora está mejor que en vida, estaba ya muy vacía y sería muy difícil para ella terminar bien, así que lo que hice fue apresurar lo que tarde o temprano pasaría, claro, lo logré de una manera superior a la que la misma vida lo hubiera hecho. Debe ser bueno ser creador, pero esto es mejor, simplemente mejor.

La noticia aún no ha sido publicada, pero saldrá cuando alguien alarmado llame a las autoridades y diga que vio algo raro en el fondo del barranco y encuentren el cuerpo en descomposición. Será una pieza importante y privilegiada de mi mural

30 de Marzo 2001

Matar se convirtió en mi único placer durante el último año; nunca antes había imaginado que sería así. Luego de la primera vez sentí lo que supongo que siente el pintor al descubrir que le gusta la pintura. El gozo que me llenó fue completamente incomparable.

Luego comencé a hacerlo sin patrones ni características similares, simplemente al azar, planeados, pero al azar. Comencé a tratar de perfeccionarme y busqué romper en cada uno la simpleza de los hechos. Me di cuenta que los asesinatos de los grandes como Bundy, Mason o Gacy siempre buscaron la perfección y hasta llevan matices de grandeza artística. Entonces quise ser como ellos.

Ha pasado un mes desde la chica del puente y no he logrado superarme. Luego de eso no adivinaba cual podía ser el paso siguiente, el tipo de muerte o la persona que esté en el siguiente escalón; lo que me haga seguir subiendo. Pensé entonces que tendría que encontrar una víctima más difícil, un hueso más duro de roer; aún al encontrarla todavía no me he sentido tan bien. Resulta que todos los seres somos tan fáciles de matar que ya no hay nada superior.

Algo me dijo después que en vista de que mi obra ha llegado a su cumbre, no puedo hacer nada por superarme. Eso no me hizo feliz. La grandeza de esto no está en la cantidad, sino en la forma; podría seguir hasta ser sorprendido in fraganti y alcanzar el mayor número de la historia criminal y aún así no me podría superar. El convencer a una persona de la necesidad de su propia muerte ha sido la Mona Lisa o el David de mis obras, luego de eso todo será menor. No es lo que quiero.

Entonces ha llegado la hora de cerrar mi taller y dar a conocer mi obra; el récord de mis creaciones debe ser develado y conocido, debe ser cerrado a la vez con su último ingreso, mi última acción; y como última acción ha llegado la hora de formar parte de mi propia obra, como un auto retrato convertirme en parte de mi mural. Sí, esa es la manera de superar a los grandes: mi propia muerte.

Cuando en el departamento de policía se hable tanto de mi ausencia, seguro vendrán a buscarme. Le comprobaré al fin al comandante que todas esas muertes sí estaban conectadas, que sí había un solo autor detrás de ellas: yo. Entonces vendrá mi grandeza cuando encuentren mi cuerpo como la última parte del mural. Dejaré este mundo y entraré en la historia como nadie lo ha hecho.

Casi no puedo seguir escribiendo, los calmantes y el alcohol están haciendo su parte en este procedimiento mientras el gas de la estufa llena la habitación. Mis movimientos son cada vez más lentos.

Siento una gran tranquilidad. El techo se ha hecho muy obscuro y las paredes han deformado su verticalidad; las luces se oscurecen y los sonidos suenan fantasmales. Los rostros y figuras de mi mural; más de 30 partes de un todo, pasan ahora por mi mente; más de 30 casos perfectos, sin pistas ni rastros; incluso los últimos, aunque se hayan opacado por la imposibilidad de ser superiores a Darla, han llenado su lugar con dignidad.

Hubiera querido dejar todos mis materiales de muerte, pero no me fue posible; hubiese tenido que quedarme con el carro del vendedor de droga o encontrar una manera de materializar la voz. Pero no es tan necesario, las noticias lo dicen todo y no hace falta ninguno.

Oigo ruido afuera, hay alguien en la puerta. No puede ser, aún no es hora, aún no es el momento, ¡No he muerto! No entren, no es hora de levantar el telón, ¡No he muerto!

Texto agregado el 10-11-2006, y leído por 96 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-02-2007 Lo lei con tantas ganas que al final esperaba mas del texto...quizas como dice el detective "esperaba que pudiera superar el principio"...esta tetrico pero el final es muy...simple. hadAzul
22-11-2006 me gusto5* neison
10-11-2006 Me gusta la línea del argumento (me recuerda a "sobre sus ojos abiertos caminaba una mosca") y la idea de que se trate de un diario personal. Creo que hay algunos tiempos de verbo que ajustar. Revisaría los cambios de primera a tercera persona, y la repetición de palabras. CK CocinasKenia
 
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