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RELACIÓN DE CUENTOS INFANTILES PARA NIÑOS GRANDES

Autor: CARLOS CASTILLO DIAZ
FECHA DE CREACION: 08-11-06
HORA: 13:00 PM


DEDICADO A DOS GRANDES MUJERES EN MI VIDA, MI ABUELA Y MI MADRE


EL VIEJECITO Y EL MAR

Érase un hombre viejo pero con mucha vida aún, un viejo que en medio de su ignorancia se mostraba como los grandes sabios, y es que aún sin saber nada de muchas cosas, era tan sólido en sus mentiras que te las hacía creíbles por que tú las vivías con el solo hecho de que él te las contara.

…Los tormentos de su juventud y las malas glorias que les hizo pasar a su esposa y familia en años de mocedad ya le tenían reservado un futuro no tan amigable, así lo hayan amado por que de viejo se hizo querer, nadie podría liberarlo de las cadenas que lo unían a la muerte, esa sombra que se le princhó a su cuerpo convirtiéndose en uno de sus mejores vecinos.

Era un hombre viejo que cuando joven se había dedicado a la pesca, su divino tesoro, juntó en su vida casi setenta y cuatro años y sentía que algo le faltaba, recorriendo los estrechos de un mundo que no iba más allá de su pueblo, solía estar acompañado por un muchacho enclenque, no tan alto, de ojos semi hundidos, pelo lacio y de ridículo dibujado de la cara. Su nombre era Juan y años más tarde desempeñaría tal vez uno de los papeles más importantes que la vida dispondría en la catarsis del anciano.

“Costal”, así le decían al viejo, se levantó un día con las ganas de salir a pescar, quería ir al norte de su pueblo, quería coger del mar todos los peces que éste le pudiera brindar, soñaba con hacerse un glorioso ceviche arrancado en las olas con sus propias manos y dárselo de comer a todo el mundo con el solo fin de sentirse útil de nuevo. Eso le faltaba para sentirse completo, necesitaba saber que podía cogerse a duelos nuevamente con el mar y salir victorioso como en su juventud, esa que recordaba con las luces perdidas en los postes a las afueras de su casa, lugar elegido por él para soñar y recordar sus años gloriosos en que ganaba una y otra vez los enfrentamientos con tan gigante rival que muchas veces lo revolcó en sus olas pero sin lograr hacerlo gritar ¡Me rindo!

Caían las primeras luces del día y el anciano como siempre ya estaba de pie, jodía como de costumbre primero a la esposa, después iba tras las hijas que aún vivían con él y terminaba por joder a los nietos entre ellos yo que llegaba ocasionalmente a su casa quedándome a dormir al interior de lo que él convirtió en un lecho de sus brujerías, huevadas de esas que hacía y que le servían para ganarse alguito de plata y joder también a la gente.
Sus ganas de irse a pescar estaban en todo su apogeo, ya hace varios días atrás que esa idea, tonta para algunos, le estaba dando vueltas en la cabeza. Me voy y me voy decía el anciano a todos en la casa, muchos de los cuales prestábamos oídos sordos, por que no creíamos que alguien de su edad y su gordura y su forma lenta de andar y sus disparates y otras cosas, pudiera pensar en hacer eso que estaba muy lejos siquiera de lograr.

Tanto quería largar sus piernas a esos sitios norteños que estuvo pidiendo durante días a varios vecinos y amigo que lo acompañasen, todos sin duda se negaban y es que seguramente pensarían que el viejo estaba loco. A su edad y pensando todavía en huevadas.

Nadie se animaba acompañarlo, tenían miedo ¿ y si algo le pasaba?, y si se desmayaba quien iba a cargar con ese montón de sebo en las resbaladizas y tremendas peñas, quien sería el cojudo que podría poner al hilo la vida de un viejo soñador.

Eran los días cercanos a navidad cuando todos despertaron, el viejo estaba en su cama, no quería levantarse, que habrá pasado por la mente de mi abuelo aquel día, estaba desanimado, de un momento a otro salió a la puerta de la casa, jaló su vieja banca, esas que se hacen con duras maderas y clavos súper grandes como los se que emplearon para crucificar a Jesús, y que daban la impresión que nada ni nadie la destruiría jamás, y es que el abuelito tenía la idea de que las cosas cuanto más toscas, más duraderas. En fin ahí estaba sentado, pasaron los minutos y desapareció raudamente haciéndonos salir a la puerta a ver si en verdad no estaba. Y en verdad no estaba.

¿Dónde se fue el viejo?, ¿lo habrán robado? dijo un chistoso, ¿se habrá ido solo a pescar?...Por los carajos…al ratito de angustia apareció como si nada, venía acompañándolo Juan, ese flaquito del que les conté hace un rato. Al parecer costal le dijo que lo acompañe, que le iba a pagar su día de chamba, por lo que sin pensarlo dos veces, el muchacho que andaba necesitado de billetes accedió.

Me voy con él dijo el anciano, qué sorpresa para todos causó tal relax del viejo, pero en fin quien iba a dudar de juancito, parecía bueno, era respetuoso y todas esas cosa que uno imagina por no conocer muy bien a las personas…

A costalito le faltaron patas y como un renaciente joven entró a la casa y salió raudamente con su canasta, cordeles y carnadas que había conseguido con anterioridad, anticipando este día. Tenía su gorra, una de florcitas hecha para mujeres, pero que él usaba por no tener otra. Le hacía también compañía su inseparable mochila, una de jeans rasgado, un poco sucia pero presentable para la tarea que iban a emprender.

Y así se fueron los dos, caminando primero hasta un lugar donde pudieran tomar el bus que los llevara a unas horas fuera de su pueblo, tenían que apurarse, era temprano pero querían volver al anochecer, la fiesta de navidad se acerca y a quién le va gustar perdérsela.


Destino de viaje, playa “Las Zorras”
Lugar destino, Huarmey.
Tiempo de viaje, aproximadamente 4 horas.
Estoy llevando dos botellas de agua, hay que tomar poco, se acaba y te jodes, te hago tomar agua salada. Contribuía en medio de risa el viejo.

Terminándose ya el viaje, ambos miembros de tan inusitada exploración bajaron del bus lo más cerca posible a la playa, faltaban por caminar mínimo dos horas para llegar al lugar y es que si el flaco pensaba que se la iban a hacer fácil, más equivocado no podía estar.

Transcurría el tiempo y ambos parecían caminar en círculos, qué pasa viejo, ya me cansé y no veo agua, espérate que ya llegaremos musitaba el anciano, pero la playa nunca se veía y a duras penas siquiera imaginaban que tocarían el agua del mar.

Eran cerca de las cinco de la tarde y ambos se resignaron a estar perdidos, el viejo estaba cansado, algo que disimulaba muy bien para que el joven y flaco acompañante no le diga nada negativo o al menos nada que no quisiera escuchar en ese momento.

Es un viejo cojudo, si no conocía el camino como se le ocurre traerme, dijo el enardecido muchacho, es que sí conozco pero a cambiado mucho en tantos años, respondió costal.

Qué patético es el hecho de resignarse a estar con un viejo huevón que pensé conocía muy bien lo que hacía, refutó el venenoso enclenque… Y así pelearon viejo y joven por ratos que parecían tener tregua únicamente por el sol, que ya a duras penas pestañaba y que despidiéndose se llevaba consigo las esperanzas de volver pronto a sus casas.

Las peleas continuaron una y otra vez, el viejo con un carácter de esos que uno quisiera cambiar como si cambiáramos una botella por un pollito a un chatarrero, se enfureció tanto que mandó a la misma mierda al jovenzuelo que no hacía más que reclamar.

Si quieres irte vete, gritó el viejo, me voy pues, respondió el antónimo de mudo, y no así fue, y se pelearon y siguieron peleándose una y otra vez, y el muchacho no se atrevía a abandonar a su acompañante.

Estaban los dos cansados, el hambre rondaba sus estómagos y la sed ya había debilitado hace mucho los últimos vestigios de ágiles movimientos.

Vamos a seguir caminando, se repetían ambos en su interior, compitiendo sin decirlo el uno al otro tratando de panudear su buena forma, algo que intentaban y que quizá nunca lograron, es que ambos bandos tenían un cuerpo de mierda que ni siquiera tentaban la sombra de ser varoniles.

Ya era de noche, caminaban más muertos que vivos, el viejo no veía bien, el joven acompañante en medio de su miopía de último grado intentaba ver más allá de lo visible pero al menos lo lograba.

Estaban ambos dando pasos tortuosos, de pronto resbalose el viejo, perdiéndose por un momento de la vista de su acompañante. Ayúdame gritó el anciano mientras compartía con los segundos las piedras que se debatían su vida, ayúdame le dijo al muchacho y éste sin saber que hacer, sin siquiera reaccionar., en su lugar se quedó mudo porque el miedo se infiltró en sus desvitaminadas venas…Ayúdame, ayúdame, y el joven no respondía, seguramente tenía fobia a las alturas, seguramente o simplemente no se percató que a un metro el viejo le pedía que salve su vida…Las rocas que tenía en su mano don costal no soportaron más el peso del enchanchado personaje y cedieron una y mil veces, las mismas que ocurrieron en un solo segundo, y el viejo ya no estaba, cayó por el acantilado, el viejo se había ido, ya no estaba más …

Juan se erigió rápidamente , no era posible, ni siquiera creíble lo que le había sucedido. Así se marchó encontrando en su camino la gorra y canasta que el viejo había dejado rato atrás para no cargar más peso que el suyo.

Estaba como loco, desesperado, corrió y corrió y no sabe cuanto tiempo pasó corriendo, solo sabe que llegó a la carretera y paró un bus que lo llevó de nuevo a su ciudad, lugar donde se escondería aún no se sabe por qué.

El viejo estaba tirado sobre los pedregosos trastos de la playa. Sentía aún la vida en su cuerpo, el mismo que sangrante y despedazado lo tenía anestesiado por la bravura del golpe.

¡OH mar! Al fin te veo.
¡OH mar! Que le sucede a mi vida que sin terminar de vivirla me enfrenta a ti sólo para perder sin haber luchado contigo, dame tregua a enfrentarte las veces que quiera.

¡OH mar!
¡Poderoso mar! Por que cantas victoria si no fuiste tú quien me ha vencido.
Estoy muriendo o soñando no sé
¿Eres tú el que estás ahí?

¡OH mar!
¡OH mar! Al fin te veo.
¡OH mar! Que le sucede a mi vida que sin terminar de vivirla me enfrenta a ti sólo para perder sin haber luchado contigo, dame tregua a enfrentarte las veces que quiera.

El monólogo se repitió por veces incontables.

El anciano se arrastró apoyándose en el único brazo que todavía controlaba. Sacó fuerzas de donde nunca las tuvo y logró tocar el mar, el mismo que viéndose derrotado una vez más embraveció sus aguas haciendo conocido al mundo que su eterno rival necesitaba ayuda, pero nadie acudió.

Costal, se apoyó en sus últimas fuerzas, se acercó a un peñasco para descanzar su cabeza, miró el cielo estrellado y en cada estrella vio a su familia y en su familia se vio así mismo. Comprendió en ese momento que así se iba a morir, que esa muerte le separó hace tiempo el destino, agradeció por sus últimos instantes de aire, cerrando sus ojos, apagó esa mirada que aún extraño y simplemente murió…

Muchos años han pasado desde entonces y las cosa hoy en día han cambiado demasiado, ah, pero si pensabas que me olvidé de Juan, el muchacho que acompañó al viejo en la playa, pues bien, lo veo de ves en cuando, nadie en mi familia intenta siquiera cruzarse con él y cuando lo hacen parecen no verlo y si lo ven ni imaginan que existe. Nunca más le hicieron problemas, es que mi abuelo lo quería mucho, prefirieron pensar que solo lo apoyó a cumplir su anhelado sueño, el estar junto al mar., el de morir junto al mar.





FIN

Texto agregado el 10-11-2006, y leído por 1625 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-11-2006 Muy buen relato, bien llevado, matiene el interes del lector y el tema de parecer común se vuelve profundo a alecionador, mi voto para ti. zarsas
 
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